Romance de río
El río no tiene edad porque su
voz
y su memoria son la integridad
de un dios que nada pide;
desde lejos fluye, que es decir
siempre,
de cuando otro sol besó su
orilla,
árboles como leones, peces que
rugían
como toros y aves que portaban
dientes de lagarto.
Sí, desde aquel tiempo
escucho
una voz alta y poderosa para
cantar el
profundo misterio de esas aguas,
que llegue al movimiento sonoro
para replicar en el más
subterráneo de sus rostros,
arrastra sedimento fluye sangre
fluye,
hace vida, luz, camino pluvial,
raspa la panza de unos huesos
nuestros
que traga y traga,
y nos deja en ese umbral que no
conocieron
nuestros ojos ni el rumor
escuchado en el llanto
de los niños cuando se preparan
para regresar.
Llega la noche, qué será del
río
piensa el remero que lo surca
doblando
las diez mil curvas, una
lloradera de sauces
que al pasar lo saludan,
integran lágrima y agua.
Brilla así el central nervio,
espinazo, sostén, alma,
un último esfuerzo de luchar
contra sí mismo,
siempre, solo, único.
Paquidermos ellos
Noble el elefante transita su
huella
sin otro apuro que el hábito
heredado de los tiempos
en que el hielo cubría la esfera
de los sueños más lejanos.
Es una total verdad el estigma
que recorre su lomo
buscando el pelo original de su
sabiduría,
esa que levantó una voz capaz de
quebrar
el cielo y el mismo recuerdo más
antiguo del cielo,
roe nuestro corazón cuando
avistamos
esas montañas que hunden su
displicencia por los llanos.
Yo presumo que esos seres huelen
el vestigio del surco
como el ocaso del arbusto y la
memoria de la hierba silvestre.
Saben dónde morir cuando es el
tiempo de las
bocanadas silenciosas que la
lluvia no entrega.
Su alianza más perfecta es una
memoria
que se enciende y los lleva al
lugar donde el sol
ha cedido su última copla.
Paquidermos ellos,
saben la ecuación de las nieblas
extintas
allí donde sucumbe toda
posibilidad para una redención.
Ellos van, máximos, enteros de
olfato,
limpios de instinto, masivos
como entes masivos,
marchan al encuentro del único
predador, el más remoto
dueño de los filos y el
cansancio, aquél que rasga la costra
más hermosa de la confianza,
ese que monta la guardia fiel,
la celada,
para que el porte vital, el
ánimo, sea polvo y olvido una madrugada.
* * *
Un
pueblo luminoso*
Cuando las tragedias golpean en el exacto corazón del
pueblo a lo largo y a su ancho, y ese oscuro acto se repite bajo la forma de un
artero golpe de la naturaleza, hay un conjunto de gentes que se caen y se
levantan nuevamente, aturdidas pero sin dudar y muy dispuestas a ofrecer sus brazos
generosos, su solidaridad y su entrega sin par. Eso sólo puede significar una
cosa: que la luz y la energía del universo que todo lo sostiene desde el
principio de los tiempos habita en el alma de México. El ser mexicano involucra
un tipo de valor que no se sufraga en la habitualidad y en lo ordinario de los
patrones de medidas conocidos. Es allí donde reluce su temperamento excepcional
que lo distingue por su nobleza y una singularidad que estalla hasta
multiplicarse más que las estrellas cuando el dolor perfora sin piedad. Ese es
un pueblo admirable y a mí me honra que su luz alcance para contagiar estas
apuradas palabras que hoy le rinden tributo. México en su belleza y en su
inocencia entrecierra los ojos, tensa sus músculos y arremete sin pausas masticando
como un moderno mantra esas líneas anónimas de aquel proverbio ruso que dice:
“Reza pero no dejes de remar hacia la orilla”.
Adelante pueblo hermano!!! Fuerza. Hay un continente que
te apoya y espera tu regreso.
*Este texto
nació como un aporte solidario a la tragedia de México, en septiembre pasado
Sergio
Pravaz
Playa Unión, Rawson, Chubut, Argentina
México tiene un pueblo invencible, lo ha demostrado. América Latina se une en fervoroso saludo por México. Es México un pueblo como río caudaloso que siempre llegará al mar para renovar su fuerza.
ResponderEliminarGracias por tu lectura, Isabel.
EliminarSaludos cordiales
Analía