Un amigo no se olvida
I
El timbre de la moderna escuela anunciaba el intermedio.
En los recreos, Ignacio aprovechaba para leer sus poesías a Matías, quien
complaciente dedicaba los minutos libres entre clase y clase a escuchar. Matías
era el amigo que lo comprendía y que lo incitaba a seguir escribiendo. Era el
único a quien se animaba a prestarle sus escritos para corregirlos.
Terminó la primaria, y el día de decidirse por el
secundario, llegaron al acuerdo de que harían el Bachillerato en Letras; eso
les significaba la alegría de continuar compartiendo sus tiempos de estudios y
de encuentros literarios.
La costumbre prosiguió, haciendo uso igualmente de los
espacios de descanso entre materia y materia. Matías, leal a su “amigo poeta”,
como lo llamaba con cariño, tenía siempre su oído dispuesto.
Cada vez que sonaba la señal, los preceptores paseaban en
los corredores o en el patio, observando el desplazamiento del alumnado. Así
fue como esa tarde, una preceptora vio una atmósfera diferente: un grupo
demasiado divertido, extraño para el comportamiento habitual, por lo que su
intuición le dijo que algo se tramaba, sin poder definir el propósito. Sólo se descubría
complicidad en las miradas.
En ese recreo, cuando Ignacio tomó su cuaderno para
iniciar la lectura de lo último de su producción poética, fue bruscamente
interrumpido por Matías. Con un gesto casi escandaloso y a viva voz, anunció al
resto de los compañeros: —Señores, he aquí Ignacio, el juglar y sus canciones.
Todos rieron con sorna y palmaditas burlonas en los
hombros del pudoroso muchachito, quien quedó paralizado, ardiendo en bronca e
impotente por la situación. Su amigo lo había traicionado, había roto aquel
secreto acuerdo. Poco a poco se hizo un ovillo y, en cuclillas contra la pared,
trató de disimular la lágrima que rodaba hacia su uniforme.
Estaban casi al término del último año; los siguientes
días de convivencia en el aula se dificultaron; no había perdón; pensó que
pronto terminaría el dolor, y la separación que implicaba el futuro
universitario haría olvidar tanta desilusión.
Matías se instaló en Córdoba para ingresar en Medicina.
Ignacio fue a Buenos Aires para estudiar Psicología. Ya no hubo más
comunicación, pero sin embargo lucharía mucho tiempo para comprender la dura
broma de su “incondicional amigo”.
II
Era marzo, y recorriendo algunas librerías en búsqueda de
bibliografía específica para su carrera, se detuvo en una muy pequeña para ver
el estante Literatura – Poesía. Al rememorar su tiempo adolescente y en un halo
de nostalgia y de sueños perdidos, se dedicó a leer título por título. No le
alcanzó la aceleración del corazón cuando vio “Un amigo no se olvida”. —¡Éste
es el título de uno de mis últimos poemas, que le leí a Matías! ¡Hace tanto
tiempo!... pero… —La garganta se le cerró. Tomó el ejemplar para ver el
contenido.
Autor: Matías Mejías.
Índice: todos los poemas de Ignacio.
Sí, era él, o aquél… Era su dolor hecho libro. Cayó
ahogado, y en el áspero piso de madera se le escurrió la vida.
Cuento del
libro Cuando nos quedamos solos
Norma Dus
Poeta de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Reside en
San Carlos de Bariloche, Río Negro, Argentina
http://deluruguay.blogspot.com.ar
¡Muchas gracias, Analía! Me pone feliz que hayas elegido algo de mi blog. Seguiremos en contacto. Un abrazo, Norma
ResponderEliminarHa sido un gusto incluir el cuento que me enviaste, Norma.
EliminarCariños, que estés muy bien
Analía
hermoso cuento!
ResponderEliminarGracias por tu lectura, Andreas.
EliminarSaludos cordiales
Analía