Volver a casa
Volví.
Como se vuelve luego de un tiempo infinito. Volví.
Abrí
con la vieja llave la puerta. El silencio me invadió. Sabía que sería así. Pero
no me importaba.
Volví.
El patio estaba florecido, con sus malvones y jazmines.
Se
oían murmullos. Reconocí tu querida voz, mamá. Era tan hermoso escucharte. Y la
de papá, la dulce voz de papá. Hablaban con mi hermano, medias caídas y pelota
en la mano.
Me
saludaron con el cariño de siempre, como si nada hubiera pasado.
Como
si el tiempo no hubiera pasado.
Comí
con ellos, reí con ellos.
Al
pasar frente al espejo me miré. Y cerré fuerte los ojos.
¿Para
qué hacerme preguntas?
Agonía
Cuando
se despertó estaba sola. Un ligero martilleo la tormentaba. Desesperada buscó
imágenes en su interior. Sólo vacío. Entonces ¿era débil, vulnerable?
¿Qué
valor tiene un cuerpo incapaz de recordar? En un gesto final intentó escuchar
las voces que le venían de lejos. Una le resultó familiar.
De
pronto el calor de manos conocidas. Por un instante creyó que retornaba,
alegremente, la memoria.
Habrá
que desconectarla. La sentencia le llegó distante. Y obedeciendo una orden casi
divina, se apagó.
Acaba
de llamar Ángel, comentó la mujer a su marido, dice que se puede colocar otro
disco rígido a la compu.
Ema quiere ver a la luna
Ema
es una nena de rizos blancos y radiantes ojos azules. En la plaza ve a las
palomas, juega con otros chicos, sube al pequeño tobogán y se lanza volando.
Con el balde y la pala arma pequeños montículos que desarma riendo. Al
anochecer, mientras se hamaca, mira sonriente el cielo y busca a la luna. Pero
a veces no hay luna. Entonces la bella dice preocupada
-No
tá, no tá- y su carita se pone seria. La abuela le dice que a veces la luna se
duerme encima de una nube y que ya despertará
-No
tá, no tá- insiste Ema
No
debe la luna ser perezosa cuando la espera una nena porque hay sonrisas que no
deben borrarse nunca
Ni
siquiera a la espera de la luna.
a Ema
* * *
Esa
luna, allá arriba, tan redonda. Sólo en una noche así era posible lo imposible.
No
debió ser fácil atravesar las sombras, burlar al tiempo y ser de nuevo.
Me
abrazaba tan fuerte y feliz que el presente se borró.
Quieta,
muy quieta, cuando llegó el momento, ya niña, me fui con ella.
a mi madre
* * *
La vuelta
El
sol cae a pique y el asfalto arde.
La
mirada de ella se detiene en la baldosa floja, recorre la calle solitaria, el
ramaje de los árboles, sus copas sedosas. Como mareada aspira el aire que su
piel reconoce. Mi ciudad, dice. Y sonríe.
Liliana
y Cristina vienen hacia mí. Tenemos nueve años y un montón de tareas.
Yo
acomodo mi maleta de escuela en el hombro, les digo voy con ustedes. Me miran
asombradas, piensan, no sé, que de pronto crecí, que no soy quien soy, esta
niña con lágrimas, las lágrimas no dejan de caer porque mis amigas no me
reconocen, siguen saltando la cuerda, mientras yo, desconcertada, retrocedo
hacia la puerta de mi casa, de espaldas busco el picaporte, lo oprimo, sigo
retrocediendo en la frescura insólita del zaguán, el olor a jazmines me inunda,
toda la casa es un jazmín que me recibe, y me arrojo en brazos de mamá, venga
mi nena ¿qué le pasa? y quiero contarle, explicarle todo, pero soy esta bebita
rubia de un año y apenas sé balbucear, y mamá me saca de la cuna y me aprieta
contra su pecho mientras bajo del avión en Ezeiza, con mis dos hijos de la
mano, tras nueve años de exilio. Miro mi ciudad.
El
sol cae a pique y el asfalto arde.
Martha Goldin
Buenos Aires, Argentina
Buenos relatos, ya desde el primero me encantó las descripciones y sugerencias tan bien llevadas.
ResponderEliminarUn abrazo
Betty
Agradecida por tu lectura, querida Betty. Me reconforta saber que estos textos han sido de tu agrado.
EliminarCariños
Analía
Buenos relatos cortos. Muy sensitivos.
ResponderEliminarTransmiten sentimientos profundos.
Gracias por tu lectura y tus conceptos.
EliminarSaludos
Analía Pascaner