Líneas
Me tiene podrida.
Ojalá se muriera. Se muriera ya. Hoy. No aguanto más este
esperar hora a hora, mirar su cara pálida para ver si respira. Y esa máquina
maldita que marca la línea de sus latidos se me ha vuelto una obsesión. La miro
hipnotizada, sigo las rayas que a veces son totalmente irregulares, hago
dibujos con esos caminos que se suceden y me voy a otros lados… a otro tiempo.
Esa época en que hamacábamos juntos al único hijo que pude
darle porque los otros se me murieron en el vientre. Y él parecía el hombre más
feliz del mundo. Mi compañero de toda la vida y para toda la vida… Qué ilusa.
Esperó que cumpliera los cincuenta y vino con la noticia
que tenía una minita embarazada y que se iba con ella para “cumplir con su
responsabilidad”. Cumplir, tenía que cumplir conmigo. Nosotros éramos su
responsabilidad. Pero no era eso, yo lo sabía… era la esperanza. La esperanza y
el odio. Quería otro hijo que no fuera este mío. Esperaba probarle al mundo y
probarse él que no fue su sangre la que engendró la parte mala. Yo sé de su
rabia.
Me di cuenta a los diez meses que no era un bebé común.
Era tan bello… pero no… primero vi la mirada huidiza de familiares y amigos y
después el pediatra que me mandó un montón de análisis raros. Los de la clínica
se hacían los tontos cuando yo preguntaba algo. Al final ese flaco con cara de
loco que atendía a mi hijo me dijo que no era normal. Nunca volví a su
consultorio. Luché contra todos y traté de mostrarles que mi bello bebé era…
bueno, era mío. Y seguí toda la vida sin admitir ante nadie que era retrasado.
Ni me di cuenta que el maldito de mi marido se alejaba cada vez más, era una
visita en la casa y, lo peor, no quería ni hablar de Pedrito.
Años de miradas oscuras y ninguna caricia. Yo no tenía
interés en el sexo y él no tenía intenciones de acercarse a mí. Los dos
ocultábamos el miedo a otro hijo muerto o peor. Pedrito era mi vida y su
desdicha.
Por eso iba de cama en cama hasta que consiguió una que se
le embarazó y se fue con ella a probar suerte. Y tuvo un infarto. Se lo
merecía. El bebé murió al nacer y ahora él se muere despacio en la cama del hospital.
La muchachita desapareció más rápido que el cuerpecito del hijo. Y yo me hice
cargo de mi amado marido.
Todos aprecian mi devoción de esposa. Mi nobleza. Y yo
sigo hipnóticamente las líneas que marcan el deterioro de su corazón, esperando
la recta perfecta. El timbre infinito que me diga que se murió por fin ese ser
que odio, el que marcó a mi hijo. Cuando eso suceda estaré en paz. Pedrito
seguirá su eterna infancia y yo sabré que mi venganza se ha cumplido.
2-11-10
Blanca Salcedo
Formosa, Argentina
como puedo ubicarte Blanca???
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