-Buenos Aires,
Argentina-
Hombrecito de otoño
Bajó una figura similar al del Principito. Yo estaba sentada
en el umbral de mi casa, una tarde de Otoño.
Las calles eran exageradamente empedradas, no había neblina,
pero mis ojos recibían imágenes como si un humo empañara mi visión.
El hombrecillo caminaba lentamente, venía desde la esquina,
traía una flor en la mano, un temblor de infancia con olor a susto me paralizó.
Al principio creí estar soñando, pero no era así ya que en
mis sueños, cuando el miedo me cubría de espanto, me despertaba.
Allí descubrí que no era otra estación, él se irguió
delante de mí muy seguro, al punto que me cedió seguridad. Me preguntó
porqué estaba en el umbral y el motivo que tenía para ver las calles empedradas
con imágenes grises.
Le contesté simplemente porque eran así.
Él me corrigió y girando su cabeza comenzó a hacer otra
descripción del lugar.
Con su dedo índice iba señalando los paisajes oscuros y a
medida que lo hacía, todo se convertía tal cual él lo definía…
El gris de la neblina se evaporó, dejando a los rayos del
sol traspasar el muro de mi alma.
Las desparejas piedras de adoquín, molestas y oscuras, se
convertían en una pradera de girasoles amarillos más intensos, colores
penetrantes, como jamás se aglutinaron en mi retina…
Una fragancia con aroma a eternidad flotaba entre el
hombrecillo y yo.
El pánico acumulado, empezó a desmoronarse en pedazos al
igual que el desasosiego originado por los siglos de la incertidumbre.
Siguió su dedo índice, señalando un horizonte, donde antes
se desplazaban unas vías antiguas de estación abandonada, como tantas… y donde
el tren con su ruido furioso ya había callado. Pero cuando el hombrecillo
retiró su dedo, un lago de aguas verdes y fluida musicalización a manantial
albergaban cientos de peces felices. Sobre ellos un arco iris, con más de siete
colores coronaban sus bailes.
Recién allí me dijo que había llegado el momento de
irse, que continuara sola, porque me había cedido el paisaje señalado.
Se fue en silencio y despacio, me dejó la flor que traía en
su mano, jamás se marchitó al igual que su paisaje.
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Somos el tiempo que dedicamos a nuestros sueños.
Paulo Neo
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Un cuento interesqnte, que muestra la magia que existe si sòlo nos molestamos en verla.
ResponderEliminarSaludos Irene Marks
Gracias por tu lectura, querida Irene
EliminarSaluditos
Analía