-Nació en Barcelona,
España. Reside en San Antonio de Padua, Buenos Aires, Argentina-
Tu nombre
Sobre la ocre superficie de la
arena, dibujo tu nombre. Quiero ordenarle a mi índice que intente escribir
otro, pero en cuanto empieza a dibujar la "M", el intento es un imposible.
Estoy sentado frente al mar y las
olas se ponen en punta de pie para leerlo. Con furia y celos, la marea acaba de
borrarlo. Ahora, sobre la arena empapada, re-escribo tu nombre y el agua que
aún persiste, mientras se va escurriendo por los contornos de tu gracia,
adquiere dimensiones y abismos que no le conocía.
La obstinación de otra ola más
resuelta, tilda de pronto, lo que yo no me animo a deshacer. Me incorporo,
mientras me alejo de la orilla, me empecino en buscar otro pizarrón de arena.
Dibujo otra "M" con caracteres góticos, la anulo. Intento con otra
más redondeada y de grandes arabescos. Pienso en hacer una "D", me
suelen salir muy lindas, pero no hay ni una en tu nombre; y quizá,
inconscientemente, la descarto, pues no nos pertenece.
Tu nombre me sabe a arena
borrada, aunque podría saber a hierba húmeda de aquella vez, pero insisto y
garabateo otra "M" más simple, como las que trazaba antes de
conocerte. Me debió gustar, pues mi dedo ha seguido con la "a"
minúscula. Quisiera y no, detenerlo, pero prosigue con la "r", y lo
hace con un rulito en el extremo izquierdo que seduce a mi desánimo y hace
música de bolero. Ahora ya está en la "i" y el cariñoso diminutivo
con el que te nombraba, acaba de completarse. Estoy a punto de dejarlo así, pero
el dedo ya está terminando una "s" igualita a la que hacía en la
primaria.
Las crestas de las olas se han subido a una escalera que no existe y
avanzan en puntas de pie, obstinadas en borrar tu nombre. Me apresuro, le
ordeno a mi índice para que complete tu apelativo con la "a" que le
falta.
Ya siento que llegan a mi cara
las primeras gotas de espuma. Son las que se adelantan al cataclismo salitroso
que se acerca. A la postrera "a" sólo le falta la patita. Apenas
acabarla, la ambición acuosa apresura su llegada; pero la valentía de un
pequeño montículo de arena, se lo impide.
Los primeros estertores de espuma
que sobrepasaron tu nombre, son ahora los últimos que retroceden en busca del
mar al que pertenecen. Se escurren lentamente por los surcos que, en su loco
avance, han trazado. Y tu nombre, Marisa mía, ha quedado insólitamente indemne.
Me alegro, no sé por qué, pero me
alegro. Es una alegría efímera, pasajera. De pronto, quiero ser yo el artífice,
el destructivo autor que lo suprima. Con la palma hacia abajo, me aboco a
hacerlo, pero no puedo. Después de todo, ya se encargará este viento marino en
tacharlo definitivamente. O acaso, lo logre otra ola que tenga más fuerzas.
Y ahora me voy a donde no haya
arena, ni tizas, ni crayones, ni siquiera un solo lápiz. No los necesito, Tu
nombre estará en mí para siempre.
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Sostén como puedas un espíritu alegre; y nunca dudes que el
destino ofrece un futuro grato por el dolor presente.
Charlotte Brontë
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