-Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina-
Duerme, duerme
Duerme, duerme, canturrea, su voz desafinada, bajísima.
Canta y lo acaricia. Bajo su peso se ablandan los bultos de
un delgado colchón.
Duerme, duerme.
Oye las cornejas, disparando, ya se ha acostumbrado a esos
ruidos, desde que se fueron a vivir allí, a esa quinta alejada, con su techo de
tejas españolas y las puertas pintadas de verde.
Duerme, duerme.
Esa mañana lo había puesto en su canasto de mimbre, en la
galería, que jugara con los colores del sol. Sus piececitos se curvaban bajo la
liviana manta celeste. Ella lo miraba cada tanto, mientras proseguía su tarea
tecleando en la Rémington.
Se inclinaba a besarlo.
- Capullo nacido de nuestras sangres, pensaba, pasándole el
índice por las mejillas.
Capullo, pensaba, él la miraba, parecía guardar el mensaje
en sus ojos traslucidos.
Tenés los ojos de tu papá –le dijo.
Sentada en un sillón bordó, gastado, lo acunó, le dio el
pecho. Las manitos acariciaban la teta y ella sentía un río de dolor y gozo.
Sentía en su interior el amor y la violencia más salvaje. Sería capaz de
derribar de un golpe a cualquier intruso, cualquiera que osara entrar en la
casa, despertar al durmiente.
Duerme, duerme.
Anda de un lado para otro en la casa. Pone flores silvestres
en un jarrón de bronce. Pela manzanas y las vuelve puré con miel para el niño.
A veces, por la noche, escribe un nombre en el vidrio de la
cocina. O dibuja una estrella.
Cuando los mirlos lanzan alto los anillos de su voz se
levanta, lo lleva a la cama amplia y lo alimenta. Sus pechos efusivos lo
alegran. Saldremos a pasear por el bosquecito de pinos, observaremos como todo
enrojece.
Caminando cantaban al hijo, los dos cantaban.
Vagábamos como el pastor y la peregrina -imagina.
Duerme, duerme.
Duerme - dice- deseando que el sueño descienda como un
plumón. Deseando que la vida retenga sus rayos, convirtiendo su cuerpo en un
hueco tenue y allí duerma el niño.
Duerme - dice- duerme, verás los ojos de tu padre, cuando
los míos ya estén cerrados.
Duerme, él retornará con trofeos, los pondrá a tus pies.
Son luciérnagas rojas, le susurra- Pero, duerme, duerme
¿sabés? afuera las agujas de los pinos ocultan las estrellas y las estrellas se
mueven y las hojas están quietas. Asombradas.
Piensa en el día siguiente. Como un mantra repite: iremos a
la granja de don Luis, a comprar pan, huevos, leche y miel. Leche y miel. Leche
y miel.
Acomoda la espalda. La cortina enrojece. La cortina
empalidece.
Duerme, duerme.
¿Vendrán más niños, más cunas? Días de ver crecer el
vientre, latiendo. Días de perder la mirada en los castillos del fuego
ardiendo, ese olor a resina, ligándose perfume del tabaco negro de él.
Duerme - susurra- es sólo el rumor del viento, voces rotas
por el viento.
Shhh, silencio, escucha, es sólo el suspiro de los campos.
Duerme, duerme.
Aúlla la madera de la puerta.
Los taconeos.
Los gritos.
Duerme, duerme y lo acaricia, allí en el fondo de la bañera.
Duerme.
Se hace noche
Para siempre.
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Con frecuencia hay, sin embargo, más alegría que dolor. Mira
tu propia y maravillosa creación.
Gore Vidal
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