-Buenos Aires, Argentina-
El viejo capitán
Día tras
día a la misma hora.
Cuando el
sol pasaba por su ventana del living de su departamento en el cuarto piso.
El hombre
se sentaba a fumar su pipa mirando al este. La vista fija. Una estatua que
apenas cobraba vida por debajo del movimiento del humo.
Para
nosotros que lo veíamos cada tanto desde nuestra ventana del 8º piso era un
viejo capitán de mar. Quizá por la pipa y la barba enrulada y blanca.
En invierno
se colocaba una gorra gris de abrigo igual a la que usaba mi padre y que un
día de 1996 decidió regalarme.
Un loro
grande del color de los loros que cada tanto se paraba sobre el hombro derecho
a tomar sol con su dueño. A su izquierda se veía una gran jaula con un canario
amarillo que saltaba de un palillo al otro, de este a oeste.
El loro y
el canario parecían ser sus únicas compañías.
No podíamos
ver la figura completa de ese hombre al que sólo veíamos y conocíamos sentado
de cabeza a la cintura, pero imaginábamos que tenía una pata de palo y como en
las películas de los piratas podíamos oír un lejano eco del golpeteo de su pata
de palo cuando se alejaba del timón por la cubierta de su fragata.
Era sólo
eso. La imagen de un hombre viejo y sólo viendo por la ventana hacia donde unos
kilómetros más allá el río de la
Plata inunda las costas del balneario de Quilmes en las
sudestadas. Durante la hora u hora y media en que el sol bañaba de luz y calor
su ventana. Luego, en su camino al oeste el sol quedaba oculto por la altura
del edificio -15 pisos- dejaba luz pero ya no rayitos en invierno ni latigazos
en verano.
Una semana
completa de invierno llovió y llovió y no tuvimos sol.
Cuando
volvimos a buscarlo con la mirada atenta al ventanal del 4º piso, la persiana
estaba baja.
Así uno y
otro día y meses también, hasta que ya no esperamos encontrarlo en su puesto de
lucha.
Se habrá
muerto -dijo mi hijo.
No sé.
Quizás volvió a navegar. Y está en su nave persiguiendo al horizonte.
Hasta
descubrir con sus propios ojos el nacimiento del sol emergiendo desde el fondo
del mar -dije yo, con mi habitual negación a la muerte.
Lo cierto, es que también desapareció el enorme bote colgado de gruesas cadenas que el hombre tenía a la altura de su ventana. Y que según supe tiempo después, le había traído más de un disgusto en las reuniones del consorcio de propietarios del edificio.
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Un sueño sólo puede triunfar sobre la realidad si se le da
la oportunidad.
Stanislaw Lem
Me encantó la forma de narración y la buen onda del final. Un abrazo
ResponderEliminarBetty
Gracias por tu lectura, querida Betty
EliminarSaluditos, que estés bien
Analía