-Buenos Aires, Argentina-
La gotera
Escuchándolo no
parece creíble pero, por la edad del hombre, es respetuoso creerle. Dice que en
Pueblo Seco, a unas pocas leguas de acá, todo comenzó con una gotera.
Sucedió en el
rancho de Don Secundino, dice que al viejo lo despertó un golpecito en el medio
de la pieza, que también hacía de cocina, y que como el ruido no terminaba,
decidió levantarse.
El piso de tierra
era un barrial. Las alpargatas flotando con los bigotes haciéndole de alerones,
viajaban por la pieza. Las chapas estaban buenas, era imposible que hubiera
pasado el agua, pero la gotera estaba y seguía cayendo. Esperó un rato porque
no sabía como llegar hasta la puerta sin embarrarse. Se le fue un par de horas,
era de pensar lento.
Cuando se bajó del
catre, casi tuvo que nadar. El agua le llegaba a las rodillas. Embarrado y
mojado abrió la puerta, el agua salió rauda hacia el campo.
¡No llovía! Ni una
nube y el sol, brillando como nunca.
Dice que Don
Secundino no salía de su asombro, ni entraba en su entendimiento la gotera sin
lluvia y a pleno sol; pero la gotera seguía.
El agua se fue desparramando
a campo traviesa por todo Pueblo Seco. Los alambrados quedaron cubiertos. Las
vacas flotaban y mugían haciendo gárgaras.
Al rato pasó el
caballo de Aparecido Reinoso, con las orejas tiesas apenas fuera del agua, que
seguía subiendo. La gotera no paraba bajo el sol brillante de casi el mediodía.
El pueblo se fue
tapando. Apenas el mangrullo que había servido para avistar a la indiada
asomaba.
De Pueblo Seco no
quedó nada. Nada seco. “Pueblo desaparecido” dice el viejo, que le pusieron los
que escapaban, agarrados a los troncos desprendidos del mangrullo cuando cayó.
Me parece muy
fantasioso lo de este viejo… y además no sé como llegó él hasta aquí. Mojado,
está.
No sé si creerle
esto de la gotera. Pero, fijándome bien, allá, a lo lejos, en la loma, estoy
viendo como un hilito de agua, que se viene acercando…
Lo que nos hace sufrir nunca es una tontería, puesto que nos
hace sufrir.
Amado Nervo
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