miércoles, 13 de junio de 2012

Emilio Núñez Ferreiro

-Escritor de Barcelona, España. Reside en San Antonio de Padua, Buenos Aires, Argentina-

A las ocho en punto

Ya es la hora. Son más de treinta, todas a la espera. Escuchan que la persiana comienza a levantarse y la ansiedad les crece.
Aguardan en hilera, sobre el cable que alimenta de energía eléctrica al barrio. Se mueven un poco y varias miran hacia abajo.
La mujer del kiosco acaba de salir con el tacho lleno de maíz y la conmoción que las invade las obliga a revolotear entre una acera y otra.
Adela desparrama todo el contenido sobre el césped de la plaza y en tanto cruza la calle de regreso a su negocio, la avidez de las palomas se lanza a dar cuenta del desayuno cotidiano.
Otras, que desde el techo del cine parecían desinteresadas, acuden a la cita con más predisposición que las primeras.
Ese pedazo de plaza es un enjambre de plumas. La patota voraz, poco a poco, consume los puntitos rojos y el verde de la pastura regresa.
De pronto, la inocencia de un niño echa a correr por entre medio de ellas y una explosión de vida acontece, formando una nube oscura, que se diluye, en cuanto el niño se aleja.
Al rato, granos y aves desaparecen, dejando en la plaza un vacío fugaz, el que se ha de llenar mañana, a las ocho, exactamente, cuando Adela deje que entre el sol a su kiosco, al mismo tiempo que a la vuelta, los chicos ingresen a la Escuela, en el mismo instante que yo, sin que me importe la frialdad del banco de cemento, sentado en él, contemple nuevamente, la misma escena.


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Tienes más cualidades de lo que tú mismo crees; pero para saber si son de oro bueno las monedas, hay que hacerlas rodar, hacerlas circular. Gasta tu tesoro.
Gregorio Marañón

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2 comentarios:

  1. Un cuento interesante , especialmente porque al final nos enteramos del punto de vista desde "un banco de cemento"
    Irene Marks

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    Respuestas
    1. Gracias por tu lectura, querida Irene.
      Recibí un abrazo, que estés muy bien
      Analía

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