-Escritor de Barcelona, España. Reside en San Antonio de Padua, Buenos Aires, Argentina-
A las ocho en punto
Ya es la hora. Son más de treinta, todas a la espera. Escuchan que la persiana comienza a levantarse y la ansiedad les crece.
Aguardan en hilera, sobre el cable que alimenta de energía eléctrica al barrio. Se mueven un poco y varias miran hacia abajo.
La mujer del kiosco acaba de salir con el tacho lleno de maíz y la conmoción que las invade las obliga a revolotear entre una acera y otra.
Adela desparrama todo el contenido sobre el césped de la plaza y en tanto cruza la calle de regreso a su negocio, la avidez de las palomas se lanza a dar cuenta del desayuno cotidiano.
Otras, que desde el techo del cine parecían desinteresadas, acuden a la cita con más predisposición que las primeras.
Ese pedazo de plaza es un enjambre de plumas. La patota voraz, poco a poco, consume los puntitos rojos y el verde de la pastura regresa.
De pronto, la inocencia de un niño echa a correr por entre medio de ellas y una explosión de vida acontece, formando una nube oscura, que se diluye, en cuanto el niño se aleja.
Al rato, granos y aves desaparecen, dejando en la plaza un vacío fugaz, el que se ha de llenar mañana, a las ocho, exactamente, cuando Adela deje que entre el sol a su kiosco, al mismo tiempo que a la vuelta, los chicos ingresen a la Escuela, en el mismo instante que yo, sin que me importe la frialdad del banco de cemento, sentado en él, contemple nuevamente, la misma escena.
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Tienes más cualidades de lo que tú mismo crees; pero para saber si son de oro bueno las monedas, hay que hacerlas rodar, hacerlas circular. Gasta tu tesoro.
Gregorio Marañón
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miércoles, 13 de junio de 2012
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Un cuento interesante , especialmente porque al final nos enteramos del punto de vista desde "un banco de cemento"
ResponderEliminarIrene Marks
Gracias por tu lectura, querida Irene.
EliminarRecibí un abrazo, que estés muy bien
Analía