-Buenos Aires, Argentina-
Rumores de entrecasa
-La cama cruje muy seguido -dijo el Sillón del living.
-No es suficiente –respondió la Casa- otras veces nos engañamos con ella.
-Las puertas… ya no se quejan de maltrato.
-Podría ser una calma pasajera… o que estén deprimidos.
-El Placard dice que hay vestidos nuevos y otros que estaban olvidados ahora pasean… ¡todos los días!
-Mhmm, podría ser… ¿Qué más?
-La Mesa: escucha risas. Muchas. Como nunca.
-Y el Piso de la cocina…
-¿Sí…?
-Cuenta que han llovido corpiños.
-Entonces sí, es cierto.
La Casa se convenció que era verdad, la crisis había pasado y esos dos seres inestables pero cálidos y a los que había tomado cariño con los años, la seguirían habitando.
Se relajó feliz y suspiró, abriendo todas las ventanas.
De 9 a 22
Nada queda de todo aquello. Solo un anchísimo desierto.
Y desde entonces… ¿Cuántas vueltas dio este planeta alrededor de su estrella? ¿Cien? ¿Mil? Solo óxido, piedras, silencio. Ni un atisbo de vida.
Y desde un montón de escombros, un ridículo cartel sigue prohibiendo estacionar “de 9 a 22”.
Sueños derramados
Otra vez mi hermana ha tenido sueños derramados. Al abrir la puerta de casa veo que está ocupada por un bosque, las raíces de los árboles cubren el piso y escucho el murmullo suave y acariciador de un arroyo. Me di cuenta demasiado tarde, abrí sin precaución, regreso con un compañero de la escuela para completar una tarea de matemática y ahora no sé que hacer, él incluso alcanzó a ver pasar una liebre. Resignado, termino de empujar la puerta, aparto algunas ramas y lo hago pasar. No puedo hablar, con la cabeza gacha pienso en lo que ocurrirá mañana cuando cuente lo que vio a todos los de nuestro curso. Cuando entra camina unos pasos con calma y mira hacia el cuarto de mi hermana, ella aún duerme, desde su cama ahora van surgiendo unas piedritas marrones que caen lentamente sobre el colchón de hojas formando el principio de un sendero…
Mi compañero sonríe, piensa un momento y me dice “A mí me gustan las piñas, los hongos y los huevos de pájaros... ¿Juntamos?...
La percepción de los inventos
Elena quiere llegar a los cien y mucho no le falta. Mientras rompemos distraídamente las últimas nueces de Navidad, ella desmenuza su larga historia de chacras, mudanzas y trabajos de obrera. Nos cuenta de su tiempo sin relojes, de los cálculos que hacía mirando la sombra de un alero para mandar los chicos a la escuela, nos habla de la fuga a caballo para vivir con su hombre y de la emoción que sintieron todas las mujeres cuando comenzaron a votar y cómo ella tuvo que sacar su documento de identidad y entonces aprovechó y también se casó legalmente y también anotó a sus siete hijos, todo junto, una misma tarde. Y ella que palpitó tantos cambios, que se fascinó con radios, autos y microondas, dice que sin embargo nunca se maravilló tanto como cuando pudo poner vidrios en la ventana de su rancho y por primera vez disfrutar de la lluvia sin mojarse.
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La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren.
Arthur Schopenhauer
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lunes, 24 de agosto de 2009
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