-Venezuela-
Canción del Condenado
Todos crecimos dentro de este traje
-mojado de aceite y vinagre-
entre fotografías antiguas
que sellaron nuestra suerte.
No hay más gatos en la mecedora
-para vigilar el tiempo
y el vecindario-
Tan solo unas migajas de pan
escondidas en las paredes,
donde grabamos la saliva de nuestras manos.
Un día bañamos a los árboles
con el agua de nuestros corazones
y los grillos anunciaron sus lágrimas
Las ollas apretaron su calentura
elevando sus vapores hacia el cielo.
Los portones se reventaron de angustia,
abriendo sus grietas para esconder nuestros sueños
donde inventé tu nombre y tu cuerpo
de muchacha campesina,
que recogía la cosecha y mostraba sus melones,
tiernos y efervescentes,
que juntaba a la hora de dormir
como esperando un rayo que despertara a las luciérnagas.
Las hojas de mis cuadernos envejecieron
oscureciendo sus amarillos tristes
y tragándose las palabras.
Las noches sonaban como canciones de rocolas
y mis amigas se fueron a explorar el paraíso
tenían muchas ilusiones en sus labios
como bordadas en colores rojos intensos,
que presagiaban ardientes encuentros
cuando su silueta se perdía en la penumbra,
como mi viejo radio, discreto y moribundo,
que realizaba piruetas en el aire
-y olvidó mis cartas escondidas-
aunque conocía la soledad de mi tintero,
fiel, sereno y lastimado,
que se sabía de memoria mi nostalgia.
Unas cuantas ventanas fueron arrasadas por las lágrimas
de mujeres alegres
que se estrellaron contra la lluvia,
donde paseaba mis barcos de cartón
con marineros rudimentarios y audaces
que nunca creyeron en las tormentas.
Tenía mis ángeles cuadriculados
ocultos en una caja que adornaba con flores y ciruelas,
para sacarlos y enfrentarlos a los animales
que aparecían cuando hacía mucho calor,
y las mulas se colocaban en los portones.
Mi diario se lo llevaron las hormigas,
para esconderlo de las mujeres arrogantes,
que cubrían su rostro con polvos exquisitos
como lápidas vivientes
que mostraban en las fiestas del pueblo.
Nos metimos en este traje
donde caben tus mares y los míos,
a mis orillas encuentro tus vestidos,
traídos por las olas de mi memoria
vacíos de tu virginidad impenetrable,
donde aún escribo mis poemas
Y mis cartas.
...........................Poema de libro en imprenta
*************************************************************
Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres.
Francisco de Quevedo y Villegas
*************************************************************
lunes, 24 de agosto de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por pasar por aquí.
Deseo hayas disfrutado de los textos y autores que he seleccionado para esta revista literaria digital.
Recibe mis cordiales saludos y mis mejores deseos.
Analía Pascaner