lunes, 24 de agosto de 2009

Ana María Manceda

-San Martín de los Andes, Neuquén, Argentina-

La dueña del mundo


Es irónico, al menos risueño, ir en un bus hacia el trabajo
una mañana de primavera y sentirse la dueña del mundo
porque sí, porque los ojos inmensos brillan, el cerebro bulle de
proyectos y las hormonas esclavizan el cuerpo. Soy la dueña del mundo
por eso vivo al límite, por eso he llorado y he escrito un poema
esta mañana, tan solo esta mañana por la guerra de Viet-Nam.
El otro día, la semana pasada fue por lo de la FAO. ¡Hay hambre en el mundo!
Mientras la lluvia cae insobornable sobre la historia, arrasando las espigas y las esperanzas.
La sequía acecha, el desierto acecha. Y los pájaros cantan sobre la tierra.
Soy la dueña del mundo, no me alcanza el tiempo,
aún a los dueños del mundo no les alcanza el tiempo.
Por la tarde, mientras el sol se cuelga e insiste empujando los
vitrales del subsuelo ayudado por los aromas de las flores del bosque
que abraza a la Facultad, me sorprende extasiada mirando por el microscopio
una célula vegetal o la espora de un hongo o el perfecto cristal
de una roca. Yo extasiada, y no me alcanza el tiempo.
Por la noche el azar me lleva, el tiempo tampoco alcanza
las estrellas se alejan, mis manos, mi cuerpo no pueden seguirlas
quizás mi cerebro. Sí mi cerebro, sí mi cerebro.
Amanece. La dueña del mundo comienza su ebullición.
Ocurren tantas cosas en el planeta y la familia sigue la estúpida,
nociva tarea de autodestruirse, mientras ocurren tantas cosas en el planeta.
La lluvia cae y el desierto acecha. Los pájaros siempre cantan.
Olores, jazmines, río, noche húmeda. Sabores, panchos, pizzas, asados.
Crepúsculo y cerveza. Amores. Libros, libros, libros. Música, amigos,
se juega a ser hippie, bellos, comprometidos. Recitamos poemas en francés.
Es irónico, al menos risueño ir en un bus y sentirse, porque sí,
la dueña del mundo. Hace mucho, mucho tiempo. Ahora es más irónico aún.
Amanece, está cayendo nieve en mi jardín
en la cama, un cuaderno, una lapicera y mi cerebro
sí, mi cerebro ¡Flasch! Y soy la dueña del mundo.


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No temáis a la grandeza: algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande.
William Shakespeare


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