Crónica del otro lado del escritorio
Los laburantes humantes adelante, pero no por llegar primero.
Uno siempre queda atrás y desesperados nos invade la hora clamorosa, inevitable, cierta.
La vida transcurre en los días claros y es oscuro esperar en las esperas.
Con el número treinta y dos y la muela que duele.
Con el diez y siete y la patente que sueña.
Con el setenta y cuatro a un rato largo más, el impás por un café con el logotipo
y para mermar su día, charlar del gol dominguero, el viaje del hijo al exterior,
el auto que arrancó con las luces bajas . . .
y uno espera . . .
Siempre me pregunto el por qué, si en mi correr nunca tengo clientes que esperan.
Siento mi paciencia a veces doblegada por el espíritu no compartido, cuando doctores del bien y el mal
ahogan con el plus o con el trámite arrojado a un costado en permanente alojamiento de una viuda negra,
la vigilia de los esperanzados.
Casi todos tienen el mismo rostro de braguetas y suicidas al empeño.
No sé por qué nos divide un complejo desacuerdo.
Será que en la rutinal tarea como mortal laburante de arreglar calefones,
o máquinas, o cortapapeles, zapatos, o con el dolor en la cintura por cosechar zapallos,
o fabricar y armar colchones y sábanas y dentífrico y televisores y combustibles y maletas y guitarras
y repuestos y autos y condones y repudiamos rosarios de burocracias
Luego ellos, sin pensarlo, en cada final de jornada, gozantes mastican y duermen lo que antes fue nuestro sudor.
…………* * *
Nada;
uno a veces queda con las manos tan blancas
como un aguacero vertiendo silencio.
No quedó, sino el esperar de un amigo,
cuando la nada ensartó sus colmillos
en la vena más gruesa,
la de caudal río
al morir sin ojos.
Nada quedará un día
cuando,
las manos queden blancas.
Pero;
continente de amor
caminar de mis amores.
No podré decirles;
he partido,
amigos,
por embrujo y abrazos.
Solo voy a dormitar
en el arenal donde no vuelan las palabras.
Dejen la lápida limpia sólo una vez,
no dejen lágrimas ni aplausos ni despedidas.
La nada no vendrá a buscarme
pues;
ya he roto muchas veces el silencio.
Ricardo D. Mastrizzo - Capitán Bermúdez, provincia Santa Fe
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La gloria de los hombres se ha de medir por los medios de que se valieron para obtenerla.
François de la Rochefoucauld
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lunes, 12 de mayo de 2008
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