Después del silencio
Era de noche, un golpe en la puerta sobresalta el sueño tranquilo de Juan.
-Abran- dicen las voces furiosas que sin esperar se abalanzan sobre la puerta, la rompen, entran a la casa. -Somos del psiquiátrico-, único anuncio. Toman a Juan por la fuerza, lo trasladan a la ambulancia que espera impaciente en la calle. Por esos tiempos había muchos “clientes” que atender.
Amanece, entre golpes y patadas Juan es dejado en una habitación, luego verá que la comparte con veinte personas más. ¿Habitación? más que habitación parece un calabozo múltiple.
Nadie le dice nada, él no sabe nada. Desespera mansamente, sabe que así será mejor.
Al mediodía lo ve un psiquiatra, nunca supo si lo era. Le medica tranquilizantes potentes y algunas sesiones de electroshock.
Juan comprende todo, sus poemas de denuncia han corrido por todo el país, de mano en mano, en pequeños rollos de papel. No les conviene su poesía rebelde que enciende ideales.
Cada noche doble dosis. Después que el silencio inunda el lugar y la ausencia de pensamientos brilla en los internados, aparecen los gritos: -Arriba, es hora de hacer ejercicios. A punta de botas se levantan como pueden, un paseo de cuerpos desnudos por el patio, en el frío invierno, sirve para evitar toda manifestación a puro sol y vencer la memoria. Algunas sesiones especiales terminan con el pulso de Juan.
Durante seis meses se repite diariamente quién es. Logra obtener una libretita, regalo de una enfermera que se apiada de su delgadez y sus ojos heridos. Allí escribe, allí se mantiene luz e idea. Se encierra en ese mundo. Sobrevive.
Por esas cosas raras un día lo liberan, dan por curada su “enfermedad”.
No olvida la tortura, la gélida noche, el hambre y el sueño.
Ya pasaron muchos años, en el abrigo de su casa no puede vencer el frío que lo acompaña desde entonces, escribe sus poemas, cuida sus rosas, recicla la vida para subsistir mirando el horizonte.
De noche el descanso se hace largo, mil temores de puertas destruidas, de fantasmas con bata blanca, de jeringas con calmantes asisten a su dormitorio silenciosamente, pero por sobre todo existe el miedo permanente a aquello que puede haber después del silencio.
Derechos de autor reservados
Elisabet Amelia Cincotta – Buenos Aires
http://misretazosenpoemas.blogspot.com/
http://historias-sencillas.blogspot.com/
http://trayectoria-fotos.blogspot.com/
*************************************************
Correcciones
No corrijo tus erratas: ellas son el mejor retrato de tu alma.
David Lagmanovich, microrrelato del libro “Menos de 100”
*************************************************
lunes, 12 de mayo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Bello texto Eli, es bueno indagar senderos no?
ResponderEliminarUn abrazo enorme Gus.
Gracias Gus. Me siento privilegiada por publicar este "inmenso" cuento de Elisabet.
ResponderEliminarUn cariño
Analía
Un verdadero lujo. Un llamado a estremecernos, una vez más. A no perder la memoria.
ResponderEliminarGracias
Alicia Perrig
Un relato que estremece y enseña.
ResponderEliminarMuy bueno Elisabet.
Víctor Hugo Tissera
Gracias por sus palabras, queridos Alicia y Víctor.
ResponderEliminarUn abrazo
Analía
Gus, no provengo de la narración, aún así me animé al cuento brevísimo.
ResponderEliminarEste cuento pertenece a una realidad pasada, a un sobreviviente.
Gracias por los comentarios y gracias a Analía por permitirme estar entre sus publicados.
Abrazos
Elisabet
Muchas gracias querida Elisabet, me siento halagada por contar con tus cuentos y poemas en esta revista literaria.
ResponderEliminarUn abrazo
Analía