Carta de un Maestro de Neuquén
Rutas neuquinas
La gente los mira pasar y se pregunta quienes son. Qué hacen esas personas caminando detrás de un camión por el medio de la estepa patagónica. La gente se pregunta que habrán hecho para andar bajo el sol, cortando en tajos la tarde y las madrugadas. Que cosa extraña los lleva a seguir adelante ahora que llueve y se tapan con una larga lona y lo que es más extraño, ríen.
¿De qué se ríen?, ¿por que bailan?, ¿por qué el camión lleva la música en lugar de llevarlos a ellos?
Son maestras y maestros que han decidido trasladar al tranquito su protesta, convencidos que esa ruta es la correcta, seguros de estar en este viaje con las cosas necesarias.
Caminan detrás del camión que podría cargarlos, pero en lugar de subir ellos han puesto otras cosas importantes como la música o el agua, y un micrófono que irán agarrando Chato o Cali desde el que avisarán que el futuro tiene un dulce nombre y que estamos a tiempo.
Van sobre una delgada capa de desierto que recubre apenas un gigantesco inframundo de petróleo.
Recién me doy cuenta: la mayoría de los camiones que cruzan a este otro tan descamionado, son de los que transportan justamente los fluidos del subsuelo.
Van los caminantes armando una rastrillada que se hace pequeña zanja al principio. Pasando las horas los pies se vienen negros, de a poco se van hundiendo en este suelo todo un pozo, hasta quedarse sucios.
Los caminantes son trabajadores de la educación de Neuquén del sindicato Aten, que van sobre un campo de petróleo a pedir que las escuelas puedan funcionar, a exigir escuela pública en condiciones para todos, a pedir salarios dignos.
La gente que conoce a estos gobernantes tiene dudas de que su reclamo sea escuchado, pero comienzan a entender de a poco todo, incluso la risa y la alegría. Estos trabajadores van riendo y cantando porque tienen razón.
Tienen razón.
Merecen que el salario les alcance y caminan sobre la capita de suelo que apenas tapa el petróleo pero no tapa la injusticia.
Como educadores saben que la mejor manera de enseñar es sembrando una pregunta, y ellos todos son una pregunta caminando por el desierto picado de pueblo. Por Cutral Có, del mapuzungún Kitral Có es decir fuego y agua, o petróleo como venga mejor.
En la época del email y los mensajitos por teléfono, para hacer escuchar un reclamo nada ha cambiado. Las injusticias se avisan caminando como en el choconazo, o saliendo a la ruta como en las puebladas.
Está buena la ruta.
En apenas cinco días recorren los doscientos kilómetros y aunque son 15.000 los compañeros entrando a Neuquén, el gobierno no atiende a la visita, le da vuelta la cara con desprecio y mala educación.
Unos días más tarde comienzan los piquetes. Entre los viajeros que ven interrumpido su camino hay algunos decididamente solidarios, otros que ponen en marcha sus preguntas sobre este país tan vasto y cruzado de problemas, y otros que no encuentran entre las categorías de pensamiento que manejan, nombre para lo que ven. Estos últimos acomodan la situación hasta convertirla en algo que es para ellos un asunto posible: “ustedes no son profesores”, afirma una joven que baja de un auto que parece un ovni, y eligiendo a uno le busca los ojos y dice “vos sos un cabeza que está aquí por un chorizo”. El “cabeza”, un profesor de literatura de Zapala, la mira y recuerda de ese libro de Salinger que le gusta leer con sus alumnos, la parte que el profesor se esfuerza por hacer entender algunas cosas al muchacho que lo visita en su casa y que mientras le habla y le habla, el otro que ve desde la ventana el lago congelado piensa: “donde irán los patos en invierno”.
El ovni, aunque no se lleve con su raza, espera las dos horas detrás de la barricada de gomas y palos, y levanta vuelo bastante más torpe que el chevrolet 400 cuyos ocupantes chacareros, supieron compartir este mismo rato los mates y el afecto.
Pasó la caminata, pasan los piquetes pero no hay ningún modo de entenderse.
Cuando las maestras y maestros hablan de sus sueños, del lado del gobierno hablan de negocios. Entonces aunque el tema sea el mismo, el tratamiento que le da cada uno los vuelve asuntos diferentes.
Para el gobierno la escuela y la política toda, es una PIME; un boliche que todavía y mientras duren colgados, les dará ganancias.
Vuelven los piquetes, porque al que tiene razón lo asiste la serena convicción y alegría de estar haciendo lo correcto, pero ahora algo en el negocio de los eternos candidatos comienza a romperse y entonces, contra los que caminan y esperan, arrancan los gases y los tiros.
Un proyectil del tamaño de una cartuchera explota contra la cabeza de Carlos Fuentealva, un querido profesor de química que en un segundo desparrama sus conocimientos junto a la alegría de lo bien que van los pibes de tercero, sobre el asfalto de Senillosa.
La radio ahora exagera diciendo que el compañero se debate entre la vida y la muerte, aunque todos sabemos que en un debate se escuchan las dos partes y aquí el proyectil que estalló en el cráneo, tiene la palabra.
Cuando hay un crimen hay un criminal, aunque las responsabilidades intenten disolverse entre voces de mando y obediencias debidas. Otra vez.
Che, Sobisch, asesino, cobarde, ¿a cuántos más de nosotros pensás chuntarle un tiro?
¿Cuántos muertos te parece que hacen falta para que tengas razón de alguna cosa?
La gente que los mira pasar ya sabe quienes son. Los nombres de algunos van a pintar la casa de gobierno pidiendo audiencia a la justicia. Así como un día apareció escrito el nombre de Teresa, “Teresa Rodríguez, culpable de estar ahí”.
Esto va a ser así todas las veces, todo el tiempo, siempre.
Hasta que haya justicia.
Porque como nos dice Freire reflexionando sobre la fatalidad: las cosas no son así, están así (y las vamos a cambiar).
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Si me llega a pasar algo, no pidan por mí, pidan por todos.
Jorge Di Pascuale
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miércoles, 11 de abril de 2007
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