No mires a los ojos de los maniquíes.
Sus ojos son la senda incomprensible
hacia mundos terribles nunca presentidos.
Todo en el aire parece agazapado
como en espera de un único movimiento en falso
para saltar definitivamente sobre tus últimas moradas.
Los maniquíes no saben hablar.
No es probable que uno de ellos se decida a amar.
Nunca podrás sembrar la dulzura en sus almas
porque sus almas están hechas de plástico.
Sus frías manos nada harán renacer.
El coágulo incoloro de sus rostros,
la rigidez enfermiza de sus miembros,
la quietud infinitamente repetida,
pueden causar lesiones en el corazón poco habituado
del incansable espectador de platea.
Pero no mires jamás a los ojos de los maniquíes
o tu alma podría hundirse en el fondo sin fe de los espejos
o peor, diluirse
en el cosmos sin fin de las regiones quietas.
Tu cuerpo yace en el camino
Tu cuerpo yace en el camino
y yo lo miro y me atenaza el dolor.
Un nudo aprieta mi garganta;
hay en mis ojos una estrella fugaz
que se desborda y cae
junto al mar de tu cuerpo inanimado.
Negro foso en tu pecho se abrió
y ahora la sangre te abandona cruel.
Y no puedo gritar,
sólo un sollozo mudo ahoga mi labio,
un sollozo que no puedes oír.
Ya nunca soñarás,
ni mirarás los campos y el sol.
Ya nunca, nunca más podrás despertar
y disfrutar de las praderas en flor.
Sonriente viene caminando
a recoger tu cuerpo ya sin vida y sin luz,
con el arma en la mano despiadada
y en los ojos la muerte,
el cazador.
Navidades blancas, negras
Navidades blancas, negras.
De insoportables ausencias.
Húmedas sombras de niebla,
amortajadas, me acechan.
Nevados cerros de antaño,
pirenaicas soledades
ensangrentadas de olvido.
Navidades blancas, negras.
Los caminos de mi tierra
sobre mis pasos se cierran.
Hoy preguntaron los lirios
por tu risa. Sin respuesta
quedaron las flores, muertas.
Navidades blancas, negras.
Cristales de hielo nievan
desdibujando tus huellas.
Entre los abetos verdes,
bajo las copas nevadas,
yace un alma atormentada,
un corazón que recuerda
otras navidades blancas.
Navidades blancas, negras,
sin villancico ni estrella;
en los copos que destellan
se adivina la sentencia:
Nadie traerá hasta mi celda
una brisa de esperanza
estas navidades negras.
La paloma fue viento
La paloma fue viento
en el sueño del niño que interroga
del niño que medita…
Que recuerda fue piedra, que fue tumba,
y hoy es niño y mañana...
¡Niño prematuro de blancos aladares!
Soñaba que viviría
en un país tal vez virgen quimera,
entretejida selva de asfaltos imaginarios,
o de naipes concéntricos o coloridas lluvias.
No sabe, no supo, quizá no sabrá nunca
calcular el tiempo real de un viaje por los mares,
pero sus manos arrugadas
conocieron el significado de una caricia
que aún recuerda.
Poemas inéditos
Sergio Borao Llop
Zaragoza, España