No te sientas triste Princesa.
¡Todo en ti es valor!
Mira ese mar que ondula en tus ojos,
ese sol que juguetea en tu piel.
Mira tus manos llenas de pájaros,
tus huellas desandando la arena.
No estés triste Princesa.
Te ofrezco un viaje a otro país,
un cruce de hierbas para el amor,
un vuelo para alcanzar la luz
fugaz entre los cuerpos y la flor.
No hay por qué estar triste, Princesa.
Mira a tu alrededor:
el cielo azulea para tus sueños,
la tarde enciende sus cellos, entiéndelo
niña: ¡ya nadie muere de amor!
No, no estés triste, Princesa.
Toma mis manos, cierra los ojos,
juguemos este juego de a dos:
Uno,
Dos,
Tres…
Y… ¡Vamonós!
Microhistoria
Uno siempre está contando una historia
por más conceptual que sea el asunto.
Una chica que llega, por ejemplo.
La esperás siglos en un parque,
en la estación de autobuses o de trenes.
De repente estás frente a la playa
o en una cabaña de montaña con ella.
Su desnudez te envuelve
en el púrpura resplandor de la tarde
o te cobija y protege con el velo magenta
que horada la ventana de los montes.
Camina a nuestro lado por potreros
rociados de santalucías, cercados por hortensias;
detrás, cuando descendemos el cañón hacia un río,
o atravesamos la inmensidad espejeante de una playa.
Te abraza arriba en los pinares o jaulares
donde el cenit indica ya la explosión de las ciudades.
Te ayuda a encender la fogata,
a preparar las viandas mientras descorchamos
el tiempo enjaulado de la vendimia.
Y se acurruca a tu lado, ya incandescente
el ritmo de las sábanas, mientras la luna moviliza
los bosques y animales de sus meandros,
y unos hilos de plata penetran las cortinas de oro
ondulantes e invictas sobre nuestros cuerpos.
Amanece. Colina arriba sobresalen dos enormes butacas
verdes y vacías entre la niebla acariciadora de sembradíos.
La taza de café se enfría porque son breves los días felices.
Uno siempre está contándose historias.
Macrohistoria
Saboreo el carajillo y miro por la ventana displicente.
Un comemaíz picotea el cristal con vehemencia.
A su manera pide desayuno o cierta atención.
Quizás embobado acude a mi embobamiento.
Poso la taza. La invasión a Ucrania se da en el 2014,
los rusos la defienden una vez más. La nuestra
fue en 1492. Desde entonces las guerras mundiales,
las invasiones, el capital originario, Europa
creyéndose el ombligo del universo. Tal vez
el pajarillo no entienda nada de esto. Quizás
lo sabe con mayor claridad, está en su ADN.
Porque desde los tiempos de los titanes, los anunnakis,
nos han observado hacer la guerra, no el amor.
En la pantalla repiten, repiten, repiten, los goles de anoche.
El país entero ruge en mi cabeza por las copas de tinto,
las tapas. Una víctima más de la jornada futbolera,
zombi abandonado en la sala/comedor cual argonauta
en el tiempo/espacio de otras jugadas, otras palabras.
El comemaíz voltea la cabecilla, se larga desesperanzado.
Me decido. Enciendo la pipa. Nada mejor que un buen café
para las pequeñas/grandes historias de una mañana aguardentosa.
Del poemario del autor: Secuencias, 2023
Adriano de San Martín
San Carlos, Costa Rica
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