jueves, 20 de noviembre de 2025

Beatriz Caserta

Ella 

El atelier lo muestra como un cazador de bellezas. Siempre había pintado modelos desnudas. 
Claro está que para él, como para la mayoría de sus pares, lo bello no estaba en la perfección de un rostro o en la anorexia exigente de las pasarelas. 
El pintor descubría en los rasgos, en las expresiones, incluso en las imperfecciones, lo genuino del encanto que plasmaba en la obra. 
Las modelos no siempre responden a la rutina de volver día tras día a posar varias horas. De modo que por su atelier habían pasado varias. Hubo algunas que significaron algo más… 
Recuerda el día qué llegó Maribel. 
Entró y le dijo – ¿Paul, me das un minuto? 
Cuando iba a contestarle, ya estaba detrás de él. 
Totalmente desnuda, con unas botas hasta el muslo y una mirada que taladraba los sesos. 
Señaló la ventana – Apuesto que allí voy a posar… digo, por la luz del mediodía. 
Dominó la situación desde que entró. Un torbellino de hembra sin límites. 
Lo llamó Paul y no era su nombre; decidió el lugar donde posaría… 
Su pincel hizo los honores y ella supo agradecer. 
Hubo más encuentros y un día, fue el último. 
La extrañó, Maribel, en su desenfado… escondía una infinita ternura, que cuidaba no exponer. 
Y, si algo la delataba, calzaba su abrigo y un - Hasta mañana Paul - daba fin a la jornada. 
Una tarde llegó Mirian… él no podía dejar de mirarla. 
Piernas increíblemente perfectas, largas y finas sostenían una figura esbelta, con curvas insinuantes, naturalmente sensuales. 
El pelo negro y pesado enmarcaba su rostro anguloso, de rasgos imperfectos. Su belleza lo perturbó. Había encontrado lo que hacía tanto buscaba. 
¡Era ella! Y estaba allí. 
Pero su experta mano no podía plasmar tanta hermosura. Cambió de pinceles, de colores, pero nada lo convencía. 
Ella no se sorprendió, cuando a poco menos de hora y media le dijo: 
- ¿Podría venir mañana para hacer algunos retoques? Estoy un poco cansado. 
- Sí, claro. Se cubrió con el abrigo, tomó su bolso y caminó hasta la puerta. 
Al salir, se volvió. - ¿A la misma hora? – el abrigo se deslizó insinuante. 
La imagen de la modelo no lo dejó conciliar el sueño. 
Ya amaneciendo, limpió y ordenó el taller. Preparó café y todo estaba listo, cuando escuchó la puerta. 
El segundo día transcurrió igual; ella posando y él, la admiraba en silencio. 
El tiempo voló. sin que ningún trabajo se completara. Pidió nuevamente que regresara y ella asintió. 
Esa noche decidió que le pediría que siguiera siendo su modelo. 
Con el tiempo, ella lo conocería y quizás se enamorara, como lo estaba él. 
En esa ensoñación se durmió relajado y sonriendo. 
Se despertó muy temprano, se afeitó, cambió de ropa y ansioso esperó su llegada. 
Ella… jamás volvió a tocar su puerta. 
Hoy, varios años después, sigue pintando. 
El puerto lo seduce. Desde que aparece en el horizonte la luz del sol; hasta el indeciso color de la hora que precede al crepúsculo. 
Tiene magia y romanticismo, amores que se van y que regresan. 
Historias de soledad, de reencuentros y de olvidos. 
Él… muy temprano ordena su atelier, prepara café y mientras bebe, su mirada no se aparta de la puerta. 


Cuento del libro de la autora: Desandando 

Beatriz Caserta 
Buenos Aires, Argentina

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