sábado, 24 de mayo de 2025

Editorial



con voz propia Nº 141 

Revista literaria 

Mayo 2025 



Propietaria – Editora – Directora: Analía Pascaner 
Publicación creada en noviembre de 2006 
Distribución y publicación gratuitas 
ISSN 2314-0275 




No podía yo menos que sentir con una plena compasión y un gran pesar, todo el dolor que veía a mi alrededor, y no sólo de los hombres sino el de la creación entera. Jamás he intentado apartarme de esta comunidad del sufrimiento. Me parecía totalmente natural que hubiéramos de asumir entre todos la parte que nos toca de la carga de dolor que pesa sobre el mundo. 
Albert Schweitzer 




-“Y me bendijo a mi mare; 
y me bendijo a mi mare. 
Diez séntimos le di a un pobre 
y me bendijo a mi mare. 
¡Ay! qué limosna tan chiquita, 
qué recompensa tan grande. 
¡Qué limosna tan chiquita, 
qué recompensa tan grande!” 

Rafael de León 
Profecía Fragmento
Sevilla, 1908 - Madrid, 1982 




Puede ser que no tenga victorias notables; pero puedo sorprenderte con las derrotas a las que logré sobrevivir. 
Antón Chéjov 



Revista literaria con voz propia 
ISSN 2314-0275 
Propietaria: Analía Pascaner 
San Fernando del Valle de Catamarca 
Catamarca – Argentina 
Las expresiones derivadas del material literario aquí publicado, son de exclusiva responsabilidad de cada autor. Analía Pascaner 



A veces, el destino es como una tormenta de arena que te sigue donde vayas. Intentas escapar, pero siempre te alcanza. No puedes huir porque esa tormenta eres tú mismo. Todo lo que puedes hacer es atravesarla, paso a paso, sabiendo que te herirá, que dejará marcas profundas. Pero cuando termine, ya no serás la misma persona que entró. De eso se trata la tormenta.
Haruki Murakami


Autores publicados


Si todo lo que ofreciste no alcanzó, ofrece tu ausencia. 
Mario Benedetti 

con voz propia Nº 141 
Revista literaria 
Mayo 2025 

Autores publicados en esta edición



Autores publicados desde inicios de la revista con voz propia:

Las expresiones derivadas del material literario aquí publicado, son de exclusiva responsabilidad de cada autor. Analía Pascaner 


Revista literaria con voz propia 
Publicación y distribución gratuitas 
ISSN 2314-0275 
Propiedad, dirección y edición: Analía Pascaner


Sergio Borao Llop

Ella y él 
 
Él era una llamarada incontrolable. 
Ella un viento de sauces venerables. 

Por ella alguien compuso mil canciones
y se escribieron versos en su nombre. 

A él nada le importaba salvo el sueño 
que en su frente las zarzas escribieron. 

Él era un yermo condenado por las piedras. 
Ella un vergel sediento de promesas. 

De él se supo que amaba los caminos 
que conducen al mar de la tristeza. 
Ella, mientras, moraba entre las sierras 
sin conocer del mundo los delirios. 

¿Cómo fue que sus manos convergieron? 
Eso nadie lo sabe, pero es cierto 
que una tarde nublada se prendieron
los ojos en los ojos y se abrieron 
las almas que escondían los deseos. 

Como era previsible, se perdieron: 
Ella se fue por un fértil sendero. 
Él busca en los volcanes su secreto.


Transparencia 

De las aguas inertes del olvido 
hoy rescato la estampa de una tarde. 

Percibo el ruido de unos pasos, un perfume, 
oigo una voz preñada de susurros, 
roza mi piel la brisa del otoño… 

No sé si ella existió, no sé su nombre. 
Tal vez sólo fue un sueño, tal vez nunca 
sus labios incendiaron mis arterias. 

Nunca sabré si sombra de algún ángel 
fue la que así sembró su fina esencia. 
Nunca sabré si fue llama o tan sólo
un sutil rechinar de transparencias. 


Perdida barquichuela 

¿Quién te devolverá el rumbo, perdida barquichuela? 

Si hubo un tiempo de calma, suave brisa, 
si hubo una mar sumisa, claras aguas 
cálidas, transparentes… 

Hoy es negra la mar, fieras las olas 
y ese sol inclemente allá en lo alto 
y esa sal acrecentando el dolor en tus heridas.
 
Todo es un elevado acantilado en torno 
y allá arriba no hay nadie, no hay un rostro 
en cuyos ojos reflejarse, ni una mano 
que pueda rescatarte de ese mar en tinieblas. 

¿Qué mapas consultar? ¿Qué brújulas? ¿Qué estrellas? 
¿Qué otro azul navegar? ¿Qué otra quimera?
¿Dónde fueron los puertos del pasado? 
¿Dónde aquellos océanos de almíbar y promesas? 

Oscuridad sin nombre y algas muertas 
y el frío entre los huesos. Sentencia impronunciable
pero cierta. 

Como el embate fiero de las olas 
que allanan la paciencia de las rocas. 

Como el recuerdo atroz de los días veloces
que quedaron atrás entre poemas olvidados. 


Pertenezco a la tierra 

Pertenezco a la tierra. 

Del fango soy, de la nube, 
del árbol que se yergue en la meseta, 
del torrente que alivia la sed del caminante, 
de la roca y del fuego. 

Disperso yazgo 
como la arena, como el mar. 

Así, cuantas veces pudieran darme muerte 
serán insuficientes 
porque la vida no tiene límites. 


Poemas inéditos del autor 

Sergio Borao Llop 
Zaragoza, España 

La mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más. 
Miguel de Cervantes Saavedra

Andrés Bohoslavsky

Poeta 

Si me preguntás qué es un poeta 
sinceramente no sé la respuesta 
pero quiero hacer un esfuerzo 
decirte algo, aunque sea incompleto 
y aparece un lugar, una pradera 
en la pradera una casa y un molino 
en la casa un viejo con ropa destrozada 
libros tirados, perros que ladran 
canillas que gotean, ventanas rotas 
tapadas con cartón, unas hojas sobre el piso 
el sillón que más me gusta 
ahí estoy sentado, mirándote 
preguntándome qué hice con mi vida. 


El príncipe encantado 

Soy el príncipe del bosque, me dijo 
antes era un sapo, pero preferí salir de las fábulas 
de los mitos o las leyendas y me refugié 
en el bosque con los animales. 

Escapé del mundo y sus mentiras 
acá a nadie le interesa 
si soy un sapo o un príncipe. 


Un sueño impresionista 

Compro un ticket sin destino, subo al tren 
del último andén 
en el asiento suelto la crisálida 
que encerré en el cenicero hace años 
cierro los ojos. 

Al abrirlos unos minutos más tarde, 
el paisaje que observo 
tiene rojos, amarillos, azules 
miles de cipreses inclinados hacia el mismo lado. 

Cuando el tren se detiene, el guarda me despierta 
diciéndome que llegamos. 

El vagón está vacío 
al bajar veo el mar y una cabaña 
rodeada de mariposas multicolores. 


La cueva 

Busqué a mi madre luego de su muerte 
como un náufrago, un objeto donde asirse. 

El mundo era un mar de calamidades. 

Encontré un refugio en la tormenta 
una anciana tejía su arte en el telar 
el cuerpo deteriorado por el paso del tiempo 
pero en sus ojos la juventud. 


Buda en el infierno 

Cuando bajamos con Buda al infierno 
dejamos nuestras identificaciones, abonamos 
la entrada 
descendimos en el ascensor hasta el subsuelo 
más profundo 
recorrimos todos los pisos tomando nota 
de las diferentes formas del sufrimiento humano. 

Al volver a la superficie 
yo aún seguía horrorizado por lo que había visto 
para Buda, el más estremecedor era el piso 
de los que no pueden sonreír. 


Dora 

Rojo carmesí lluvia helada sobre los cuerpos en Dachau, 
tus ojos profundos me miran tristes. 

Una cajita de bombones, diarios rusos viejos, 
tu silencio y el mío buscan en el tiempo que pasó. 


El circo 

Luego de los acróbatas, de los elefantes, 
los liliputienses 
el equilibrista, los monos, el domador de leones, 
los caballos
el hombre más forzudo del mundo 
llegaba mi número de magia
hacer desaparecer a un espectador a la vista 
de todos. 

Comprendí que algo había fallado 
cuando sólo quedamos un pequeño elefante y yo 
en la pista. 


La belleza es una nube pasajera 

Mirarla en forma lateral 
tomar la lapicera negra 
el cuaderno, una hoja en blanco 
cerrar los ojos
ese es el punto; 
si no cierro los ojos, la belleza no se materializa. 


Poemas del libro del autor: Miniaturas en el sendero poético. Leviatán, 2025 

Andrés Bohoslavsky 

Ningún bien, hijo mío, es demasiado poco cuando los dioses juzgan el corazón de un hombre. 
Norman Hinsdale Pitman, Fábulas y leyendas de China

Eduardo Dalter

Para estar conmigo 

Para estar conmigo, a solas conmigo,
me basta este sol casi redondo 
           o la noche con estrellas
(aunque podría ser con niebla), 
2 o 3 mates y un buen plato de arroz 
y esas memorias, que abrazan siempre, 
y esta soledad serena y relumbrona, 
que es un rito sentido de silencios, 
con todos los pulsos de la vida. 


A partir de la hora en que las luces
Quejas de bandoneón 

A partir de la hora en que las luces empiezan 
a apagarse y cada uno, como en fila, 
se va yendo, con dolores o suspiros, 
o bajo un viento repentino, o con sonrisa leve, 
mientras el frío aprieta y los ecos son lejanos, 
las viejas músicas, aquellas celebradas y bailadas 
musiquitas, comenzarán lentas a anidarte, 
y acaso unas pocas imágenes desteñidas, 
para no dejarte solo, vacío ni olvidado. 


Amores lejanos 

Desde más lejos que lejos, vienen, 
y acaso desde más frío que los fríos. 
Yo no las llamo, tampoco las invoco, 
en sus madreselvas cálidas, en sus iris
armoniosos, ni en sus campos o calles 
urbanas o barriales. Pero aquí está, 
parece, el ramaje alto al que regresan.
Nunca las quise perturbar ni distraer 
en sus infinitas y no probadas lejanías. 
Pero desde más lejos que lejos, vienen 
con un eco, o como una imagen rápida, 
a templar el día nublado con tibiezas. 


Encuentro con el laurel 

        a la memoria de Joaquín Álvarez 
        y del periódico Alberdi 

Después de 24 años, me volví a encontrar 
con el laurel, bajo cuya sombra fui siguiendo 
el curso de la historia de las páginas amadas, 
las páginas dolidas y las páginas que terminaron 
indicando y haciendo, en el devenir de los años, 
el camino, los caminos, hasta estos días, estos ecos. 
Y, por lo demás, nadie aquí se ha ausentado 
ni ha intentado desmerecer ni tachar una palabra. 
Hubo lágrimas, desgarros, ecos y silencios, 
noches de oscuridad cerrada y espesura, 
que nadie pretendió ocultar ni mucho menos. 
Pero después de 24 años, me volví a encontrar 
con el laurel; una felicidad, que estoy tratando 
de escribir a la luz encendida de este encuentro. 

Vedia/ Buenos Aires, 4/ 5 de agosto, 2024 


Saludos del regreso 

Barrio de ecos y viejas soledades, 
a la sombra espesa de paraísos 
y de plátanos, que saben murmurar 
entre los silencios y los cielos 
cerrados de la noche. Yo caminaba 
esas calles en el extraño tiempo 
en que los vecinos descubrían
a los muertos y rememoraban
a sus deudos. Yo caminaba, 
como en una letra de Manzi, 
esas calles entre La Blanqueada, 
la avenida Cruz y las vías curvas 
del ferrocarril, como si la larga 
historia anidara o buscara reparo 
en esas sombras nuestras, y 
yo la saludara, después de tanto 
sumar años respirando lejanías.


Sentidos versos por la memoria 

Amo a este sacrificado país en que nací 
por lo que anida hondo en sus entrañas, 
y que no puede aún desnudar su historia 
ni enseñarla de verdad en las escuelas.
Lo amo por todo lo que pervive debajo 
de la alfombra y que cada tanto asoma 
en un muestrario desolador e hiriente. 
La tristeza y la dura soledad argentinas 
tienen dos siglos humildes de espesor 
para la tan oscura unción de los olvidos. 
Así y todo, este poema respira profundo 
e insiste de cara al sol, y quiere abrazos. 


Estos poemas pertenecen a la 1ª parte del poemario inédito del autor: Luces de la orilla, textos escritos en Buenos Aires en 2024 

Eduardo Dalter 
Buenos Aires, Argentina 

Para ganar conocimiento, agrega algo todos los días. Para ganar sabiduría, elimina algo todos los días.
Lao-Tse

María Cristina Berçaitz

Tierra de lobos 

Salió a la galería y los vio. Estaban echados, el macho miraba la lejanía con sus ojitos oblicuos y dorados, la hembra apoyada sobre su lomo, dormía. 
Cuando oyeron el ruido ambos giraron sus cabezas y lo miraron suplicantes. 
Los observó. ¡Eran tan bellos e inocentes! Se dirigió a la cocina y tomó algo de comida. 
Los lobos la devoraron y lo miraron con gratitud. Se dirigieron a la mancha de sol y ahí se durmieron bajo su caricia. 
A los pocos días regresaron y se repitió la secuencia. En poco tiempo ya era un ritual. Habían abandonado su hábitat y se entregaban tranquilos a su nueva vida. 
Pocas semanas más tarde vio que bajo la mecedora, habían improvisado un nido. A los pocos días lo sorprendió la aparición de siete pequeñas crías. 
Pasó el tiempo. 
Esa noche, sentado frente al fuego, lo sorprendió un extraño rumor y, al mirar por la ventana, se encontró rodeado de ojitos oblicuos y dorados que esperaban su comida. 


Cuento tomado de la página web de la autora 

María Cristina Berçaitz 
Buenos Aires, Argentina – Valencia, España 

Podemos juzgar el corazón de un hombre según trata a los animales. 
Immanuel Kant

Alfredo Lemon


El búho de Minerva levanta vuelo al anochecer 

¿Dónde irá la tristeza al morir? 
El viento del sur golpea ventanas y postigos 
Las arañas dibujan sus mandalas 
El sillón mullido en el que te sentabas frente al televisor 
permanece en un rincón del altillo 
Los objetos nos dejan 
Caer/ bajar/ salir del podio/ el barro/ la derrota 
Ganar es también sentir ese vacío que apenas soportamos 
Estratagemas de Narciso 
¿Qué será de los libros quedados en la biblioteca? 
Páginas inútiles/ títulos diversos 
Grandes autores estudiados para citar nimiedades 
El largo letargo y la vigilia del saber 
Quedará un cuaderno blanco y un álbum de fotos 
Quedará una pipa sobre el anaquel 
¿Y la bicicleta del garaje? 
¿Y los anillos y sombreros? 


*    *    * 

El búho de Minerva levanta vuelo al anochecer 

La tierra está devastada 
Se secan los árboles y los océanos 
Somos los hombres zombis de una civilización estéril 
Rastros gastados, áridos ácidos 
Tarde te diste cuenta que todo fue penumbras de sombras 
Atenas y Wall Street: ¡fábulas enormes! 
La época nos dejó atónitos y débiles ante la zozobra 
No conocíamos esta tribulación 
¿Cómo sobrevivir a semejante colapso? 
¿Cómo resistir? 
¿Qué testimoniar? 
El devenir se presenta traumático 
Los líderes conspiran 
No hay paz en el mundo ni buena voluntad entre las naciones 
Las guerras arden todavía 
¿Lo soportará la especie? 
Desoímos las enseñanzas de los profetas 
Debemos hacer el duelo por éstas y otras pérdidas 
Cada uno de nosotros es culpable ante todos por todo 
Hijo del Hombre: 
Otórganos consuelo 
Aceptación de la aflicción como acceso a la Gloria 
 

*    *    *

El búho de Minerva levanta vuelo al anochecer 

Llegado aquí termino mi súplica 
y mi divagación 
¿Habrá otro comienzo luego del fin? 
¿Un resurgimiento? 
Ángel Guardián que eres mi custodio: 
Acúname en tus brazos 
Líbrame de la corona de espinas 
Madre de las madres 
Padre / Madre 
Santos / Mártires/ Maestros: 
Acompáñenme 
Guíenme 
Concédanme la salvación 
Rueguen por nosotros ahora en esta hora 
Rueguen por nosotros ahora y siempre
Amén 


Del libro del autor: El búho de Minerva levanta vuelo al anochecer. Ediciones Mascarón de proa, Colección Pleamar. Marzo de 2025 

Alfredo Lemon 
Córdoba, Argentina

El sufrimiento nos hace egoístas porque nos absorbe por entero: sólo más tarde, en forma de recuerdo, nos enseña la compasión. 
Marguerite Yourcenar

Rubén Pérez Hernández

Un café 

El sonido perfora el silencio, 
me levanto despacio, esperando 
encontrar el café hirviendo, 
que caerá lento en la taza. 
La ventana anuncia lluvia. 
El aroma se levanta sereno 
como si fuera un anuncio 
tal vez un aviso, que me indica
que tendré un día intenso. 
Pero no me importa, porque 
tengo el café en mi mano, 
tus ojos en los míos 
y nuestros abrazos. 
Entonces levanto la vista 
y ahí estás, sonriendo 
mientras me despierto, 
mientras despejo mis ojos somnolientos
bebemos este café en silencio. 


Aquí llegamos 

Sin tener premoniciones hostiles 
llegamos a este punto del camino 
donde no sé si las horas pasan 
mirando la pared, 
sin querer vernos, lentos, 
despidiendo con adioses vagos 
una historia que ya se fue. 
Paisajes herrumbrados 
que destilan humedad,
siluetas vagas que deambulan 
en una noche, descalzas, a tientas, 
con el corazón dormido 
en una continua siesta. 
Y miro hacia afuera y no veo nada, 
no quedan pájaros que canten 
canciones de amor. 
Solo queda un sol que brilla
sin nubes en derredor que oculten 
la cicatriz desnuda, desierta 
de las palabras dichas 
en aquella ocasión. 
Y por más que lo discutamos 
hemos llegado a este agujero, 
profundo túnel, 
inquebrantable velo, 
que sueña inocente 
con volver a vernos. 
…y si miro hacia afuera, no veo nada. 


Instantáneas de otoño 

Mientras me sirven el café, 
leo los titulares y más abajo, 
en letra pequeña, el resto 
de las noticias. 
Levanto la cabeza y miro 
por la ventana hacia afuera 
y me pregunto si en el resto del mundo, 
también es otoño. 
Bebo un sorbo. El aroma 
penetra por mi nariz, intenso, 
como si una urgencia hiciera 
que el vapor lo invadiera todo.
Vuelvo al diario, lo miro 
sin reparar en nada. 
Lo dejo exhausto sobre la mesa, 
tomo el resto del café 
y vuelvo a la ventana 
que solo muestra premura,
personas que transcurren veloces 
como los focos de los autos, 
como suspiros que se elevan 
perdiendo peso. 
Los colores cruzan la ventana, 
rápidos, anónimos, distorsionados. 
Ya no puedo distinguir 
los rostros porque están saturados 
de rutina. 
Pago, me levanto el cuello del abrigo y salgo;
salgo a ese mundo que también es mío, 
del que formo parte desde siempre, 
desde el principio de los tiempos,
desde el mismo inicio. 


Rubén Pérez Hernández 
Uruguay

El que ha comenzado bien, está a la mitad de la obra. 
Horacio

Amelia Arellano

Doña Juana, pájaro y pradera 

“No hay que tener miedo ni de la pobreza, ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”. 
E. De Frigia 

Doña Juana es gorrión y pradera. 
Carga sus ochenta rosas penitentes. 
Levemente. 
Cual si fueran pétalos de seda. 
De cristal. De vuelo de palomas. 
Ha evadido el valle de las amarguras. 
Y ama, apasionadamente. 
Esta arena, esta tierra arcillosa que es su boca. 

No le teme a la pobreza. 
Es solo un monstruo ponzoñoso, alerta. 
La ha escuchado llegar como el retumbe de mil potros salvajes. 
Y le ha abierto la puerta, de par, en par. 
La puerta de entrada y la puerta de salida. 
-Solo es cuestión de tiempo- 

Conoce la pobreza, como el río natal. 
La ha visto trepar sobre la roca niña. 
En los jazmines, en los sauces, en los palos santos. 
En las madre-selvas varicosas. 
En su luz. En las alas del sol. 
En los techos espejados de escarcha. 
En el agua oculta bajo la hiedra seca. 
En su sed y en sus vides. 
En su hambre y su saliva amarga. 
En dulcísima pulpa de duraznos tempranos. 
En sus benditas manos rocallosas. 
En su oficio de ayeres. 
En su canto de salvaje alegría. 
En su bastón. Insignia de quebracho. 

En su canto… y su perenne eco. 
Un eco, y otro eco, y miles ecos más. 


Exilio 

“El poema es el exorcismo ante mis miedos” 

Nunca te dije que me quedé por miedo 
Por un brutal. Feroz, insustituible miedo. 
Coloqué en tu mochila, tu jean, una foto y mi gastado miedo 
Partiste en plena noche. Como un bandido. 
La muerte silbaba con boca de zafiro. 
Me dejaste libros, despedidas. 
Y el miedo, animal, impío, sanguinario. 
Prefería la muerte a la partida. Pero quedó la herida. 
De muerte, herida. Herida muerta. Herida miedo. 
Estaba en todas partes, en todas, todas. 
En tu silla vacía. En la guitarra.
En el perro llorando. Lastimeramente. Lúgubre llanto mío. 
En la mesa con mantel de desvelo. 
En los diez mandamientos de mis manos. 
En mi boca cocida. En mis ojos atados. 
En el mapa de tu cuerpo en mi lecho. 
Quedaron sacos rotos. 
Olor a patria. Sabor a viento claro. 
Tierra natal. Muertos. Crujidos. 
Disparos que ahuyentan las palomas. 
Te has llevado mi pena, ay mi pena. 
Y has dejado la tuya. La tuya mía, corazón. 
Un pedazo mío    tuyo te has llevado. 
Un clavel. Un malvón. Un café. 
Un pájaro de bruma. Un dragón. Una tijera. 

Corto la espera, sentada en el umbral. 
Como ayer, anteayer, mañana, nunca. 


Forma de barro 

Es una naranja de ombligo, partida. 
O un durazno. 
Acaso una granada que sangra.
Es casi una crisálida. 
O el Gran Diluvio ahogado en años. 
Los pasos transpiran su mirada. 
Corre. Se apuran. Se detienen. 
Descalzan la mañana. 
Le respiran la nuca. Bostezan. 
Las mujeres lavan en el río. 
Ella, vestida de poema oscuro, las contempla. 
Las ama y las envidia y las aspira. 
Tiernas penas le cantan a la nana. 
El niño lame el amarillo del ocaso. 
No te duermas mi niño. 
Ya habrá tiempos de dagas y de cruces. 
Es la última mirada, el último regreso 
Una lágrima callada, calladamente cae sobre el río. 
El río toma su frágil sombra. 
Cual si tomara un pájaro, un niño, un ángel. 
El barro le da forma de silencio… y la ama.


Amelia Arellano 
San Luis, Argentina

Se preguntó qué heridas eran más profundas: las desgarradas heridas de la realidad, o las hondas e invisibles magulladuras de la imaginación.
Vita Sackville-West

Nechi Dorado

El loro, mi loro 

Yo no sé si esa mañana fue que abrió sus alas que parecían dibujar un arco iris de plumas como queriendo abanicar las ramas del tilo en flor, o si en realidad quiso elevar una plegaria al gran dios Aestiva, ciego, sordo y mudo como suelen ser todos los dioses ante oraciones y súplicas. Tal vez fuera que pedía fuerzas para salir del cautiverio donde pasara sus días, durante años. 
Lo que sí puedo asegurar es que trató de beber un sorbo de libertad cuando alzó su vuelo perdiéndose de vista, como si la brisa matinal soplara suavemente sobre su cabecita, donde el verde y el turquesa parecían querer competir entre sí avivando los tonos, de manera tal, que no habría pintor capaz de reproducir esa maravilla cromática. 
El loro fue alejándose de mí, tanto, como nunca antes lo hiciera. Partía mientras mis ojos ejercían esfuerzos estériles tratando de demorar el escape de lágrimas desbocadas que comenzaban a correr por mis mejillas, ignorando los intentos de represión del desborde acuoso.
El ave trazó su rumbo yendo hacia la libertad interrumpida por mi absurda concepción de pertenencia. Humana concepción de pertenencia. 
Duró poco ese vuelo que debería haber sido ininterrumpido; pese al dolor frente a la que imaginé una despedida; confieso que deseaba esa partida aunque no tanto. 
No recorrió más de doscientos metros cuando lo vi regresar para meterse inesperadamente en ese eufemismo empleado cuando queremos hablar de una jaula, para no llamarla como en verdad debería mencionarse: una prisión. 
Ingresó por la puerta embarrotada y se posó en el palo donde transcurrieron sus días de ave en cautiverio haciéndome sentir doblemente culpable. No solo sembré en su alma emplumada aquella concepción de pertenencia, sino que atrofié su sentido de autodeterminación. 
El loro, mi loro, humanizado hasta en sus actos primigenios, continúa esperando que le alcance su comida. 
Yo, la que prefirió domesticarlo, irresponsablemente. 


Nechi Dorado 
Buenos Aires, Argentina 

Los momentos que siempre recordaremos llegan de repente, sin hacer ruido. 
Craig Nova

Mirta Soler

Manos 

En ellas están los dibujos de los años, 
Cae la lluvia 
Quiero atraparla 
no permite que la detengan 
en fin 
libre 
Me observo en el espejo 
de mis manos 
Recorro el espacio 
Busco algo, alguien 
Intento 
Qué será, quién será 
Todavía no lo sé 
Y no me detengo 
Me siento como la lluvia 
que cae 
Y vuelve a ser lluvia 
Cae y es libre 
Nadie puede aprisionarla pero en fin 
Como la lluvia 
no me detengo. 

                                    Agosto 2005 


Yo decido 

Yo trazo con fuerza 
en una hoja blanca 
el espacio es mío, 
lo estiro lo cubro 
lo sueño lo río, 
es que el tiempo también
a mi antojo administro. 
Si es noche es luna, 
que sube que baja, 
se baña en mis lágrimas 
entre líneas que estallan, 
enloquecidas mareadas 
en curvas rápidas. 
Yo decido por ellas, 
si son soles que mueren, 
que sufren, se apagan, 
les doy vida en la luna 
se dispersan, son rayas, 
se encienden en llamas 
ya no sé qué hacer, 
este tiempo es mío 
y hago amanecer. 


Con un poco de humor 

Se juntó un poco de agua en la esquina dijeron ellos 
Y sí, pasa siempre dijeron otros 
Y bueno dijo otro que estaba también ahí 
Y qué habrá pasado! dijo uno más 
¡Que no se enteró! acotó uno de ellos 
No, qué ha pasado! dijo una que se acercó a buscar información 
No me diga que no escuchó nada anoche 
Anoche, dijo otra que estaba ansiosa por saber algo, qué pasó anoche 
Sí anoche, cómo no se enteraron… 
No, y se bajó de la bicicleta con cara de averiguar 
Qué pasó anoche… 
Y se juntaron en ronda tratando de averiguar… 
Anoche… si anoche no se enteraron que llovió. 
Y se fueron todos sin poder acumular una historia más… 

                   30 de abril de 2023 


Piel 

Ya todos se fueron 
me he quedado sola 
dibujo en la roca 
bañada de noche 
el silencio mío 
que pesa en mi piel 
Sueño 
y tú eres la roca 
que roza mi mano
despierta es vida 
de un amanecer 
Ya todos volvieron 
sigo estando sola 
mi sueño se pierde
la roca también 
el silencio es mío 
y el amanecer. 


Mirta Soler
General Lamadrid, Buenos Aires, Argentina

El cuerpo se me arruga, es inevitable, pero no el cerebro. Mantén tu cerebro ilusionado, activo, hazlo funcionar y nunca se degenerará. 
Rita Levi-Montalcini

Luis Carlos Fallon Borda

Esperanza! 

Dejad que brote el llanto; 
permitid que esa lágrima furtiva 
asome sin reproche ni quebranto 
como perla de luz a tu pupila!
Si te hiere el dolor o el desencanto 
y sientes que del alma se apodera 
la nostalgia, con dolorosa prisa, 
sabed que la ilusión de la esperanza, 
no obstante el fiero llanto, cual mágico
susurro, se posa en tu sonrisa! 


Versos Iconoclastas 

Venid lánguidos mitos, 
vagabundos, errantes,
corred tras de los ritos 
y las leyendas plácidas; 
danzad como agoreros, 
olímpicos, versátiles! 
Cabalgad sobre el tiempo, 
al lomo de sus mártires, 
magnos líderes fatuos, 
necios seres mortales! 
Irrumpid como horda 
y a esa historia pedante 
del poder y la fama 
recordadle un instante, 
el cieno de la fama, 
en la efímera gloria 
de los héroes truncos, 
y sus días fugaces! 


Mujer Universal 

Mujer sangre de vid, carne de almendro, 
cuerpo de manantial, místico nido, 
vibra en tu ser la fiebre de los vientos, 
y la dulce fatiga de los ríos! 

Mujer germinación, amplio universo 
profanación de surcos, sed de espiga, 
me consume el afán por tu regreso, 
y el inmenso dolor de tu partida! 

Mujer, cristal, la noche te acaricia 
te asimila, te acecha, te retrata, 
y disfruta en sus sombras, tu sonrisa, 

mientras roza tu talle en porcelana; 
Mujer, dolor, adiós de golondrina, 
prisión universal de la mañana!


La Lira 

No intento ser poeta, 
soy tan solo,
en la lira, 
la mano
temblorosa, 
que en 
tímido silencio,
se oculta 
tras la nota! 


Génesis 
“Laus Creatoris Deo” “Alabado sea Dios creador” 

La bondad 
infinita 
resplandecía 
en sus manos; 
tomó polvo 
de estrellas 
y lo envolvió 
en un soplo 
(de incandescente 
vaho!); 
y en ese 
ardiente 
beso de 
sus cósmicos 
labios, 
germinó la
epopeya 
de la 
aventura 
humana! 


Luis Carlos Fallon Borda 
Poeta nacido en Colombia. Reside en Miami, Florida, EEUU 

Cuando te inunde una enorme alegría no prometas nada a nadie. Cuando te domine un gran enfado, no contestes ninguna carta. 
Proverbio chino

Hilda Augusta Schiavoni

Maletas de sueños y maíz 

Las maletas eran de cuero. 
Las arrastraban 
por el surco reseco. 
Al final de su tiempo, 
ya no había quien las tirara; 
para eso venían los santiagueños 
que soñaban en los galpones, 
durante las noches de cielo abierto, 
un mundo donde no eran cosecheros 
Trocaban las parvas en montañas 
y a los cúmulos de marlos para el fuego 
en serranía nevada 
de inmaculado velo. 
Sobre el piso polvoriento, 
cuando llovía, 
procuraban conocer en las charcas 
el mar inmenso. 
Luego el sol reverberaba 
sobre el campo tieso. 
Entonces, al hender la espiga, 
hacía cada día 
más duro el pellejo,
hasta que manos y maletas 
no se distinguían 
soplando el último sueño. 

                                             1986 


Final del torrente 

Soy un pájaro desflecado 
frente 
del bufido brioso del pampero. 
El viento es frío 
y ya no hay hojas secas. 
Tirito en la intemperie. 
La sequía reseca 
mi piel 
que ya no es tersa. 
Mis alas ateridas 
ya no vuelan 
y no hay con quien soñar, 
ni ecos del pasado 
en esta hora postrera. 
Los recuerdos se apilan, 
Todo es vacío. 
Se hace trizas 
la mañana siniestra
y nada se espera, 
ni un halo de ternura 
para el final de la senda. 


Ferrocarril Bartolomé Mitre 
Estación Inriville

Se está borrando la vía, 
así como se borró 
el sendero 
de la lanza crenchuda 
que surcaba el campo tieso. 
Así irán desapareciendo 
nuestras huellas 
como se borraron los rumbos 
de pueblos, civilizaciones 
y el mundo impetuoso 
que se estrella 
en el cementerio. 
Gramas y malezas 
tapan las vías de mi pueblo. 
Yo no sé si las cubre el progreso 
o es sólo porque todo 
se metamorfosea 
sin remedio 

                                      Después del cierre del Ferrocarril 


Garrote 

Esta angustia seca 
que desgarra mi garganta 
se oprime en mi pecho 
y mi alma aplasta. 
Tengo una desdicha
que circula por mis vértebras 
y mi organismo ataca 
para derrumbarme 
en quietud 
y deseos de nada. 


Hilda Augusta Schiavoni 
Inriville, Córdoba, Argentina

Los dos guerreros más poderosos son la paciencia y el tiempo. 
León Tolstói

Norberto Pannone

Coplas de amor y de olvido 

Cuando tú me olvides, 
cuando no me quieras, 
pensaré muy triste: 
¡qué absurda quimera! 

Cuando yo te olvide, 
cuando no te quiera: 
¡siempre habrá un invierno, 
nunca primavera! 


La proeza del hombre 

Ha muerto un hombre. 
No sé ni su nombre 
ni me asombra su edad, 
ni me acuerdo el vestido 
que portó en el disfraz. 
Hoy se ha muerto un hombre. 
Dicen los que lloran, 
que era pura piedad,
e imaginan que el pobre 
subirá por la escala
ocupado en la carga 
de pensar en su paz. 
Me pregunto si el hombre 
que adoptó sucumbir, 
se subió con coraje 
al pequeño carruaje 
que dispuso al partir; 
si es verdad lo que dicen: 
que hay horarios honestos 
que disponen los sabios 
para saber morir. 
Yo no lloro con ellos, 
la aventura es vivir 
y cualquiera se muere 
cuando quiere morir. 
La más grande proeza 
que revelo en el hombre 
no es partir con arpegios 
y que el otro se asombre 
porque ignora lo cerca 
que se oculta el allá. 
Lo admirable del hombre 
que transita la vida, 
es morirse de viejo 
con el alma erguida 
sin saber dónde va. 
Aquel que lo logre 
viajará en las simientes 
floreciendo en el orbe 
con el fruto del siempre. 


A partir de cuándo 

A partir de cuándo 
dibujé un amargo 
proyecto de olvido; 
perfume oxidado 
sobre la solapa 
de mi viejo abrigo. 
Tu cabello rubio 
se perdió en las alas 
desequilibradas 
del turbado niño 
que consideraba 
imprudente y mío.
Perdidas quimeras 
reunían guijarros
junto a las riveras 
de extenuados ríos. 
Oprimidos giros
echaron prisiones 
sobre mis olvidos. 


Poemas tomados del blog del autor 

Norberto Pannone 
Junín, Buenos Aires, Argentina

Tolerancia significa disculpar los defectos de los demás; tacto, no reparar en ellos. 
Arthur Schnitzler

Graciela Bucci

Compañero de Viaje 

“…eras uno de esos tantos que mendigan su inocencia como ángeles excluidos de algún cielo perverso y extraño”. 
Ernesto Sábato 

El periódico viaje en tren, que intenta sacudir la fatiga del trabajo con poco presente y menos futuro, suele darme la satisfacción de un corto descanso, sin culpa, merecido, en un asiento generalmente roto, generalmente sucio, que recibe el cansancio sin prejuicios; me deja caer, sin miramientos, mientras el ritmo fragmentado invita al sueño, al sopor cinético, a sentirse dueño del espacio reducido, y a veces, a una corta intrusión en la vida de ocasionales compañeros de viaje.
Ayer a la tarde la curiosidad tomó ventajas, y sin disimulos, me ocupé de lleno del personaje sentado justo frente a mí. 
Estaba junto a la ventanilla; cabeza de pelos largos apoyada en el vidrio, descansando quizá el madrugón. Le calculé unos veinte años. Me detuve en su cara angulosa de labios finos y barba incipiente; ropa buena, largas piernas que se anudaron hasta encontrar su lugar en el hueco del asiento. Adiviné los huesos, apenas los músculos dejando aristas en el pantalón, a la altura de las rodillas; manos cuidadas -de estudiante, me dije- a juzgar también por las carpetas que asomaban de la mochila a medio cerrar, y en este ejercicio de fabular, imaginé el apuro al salir del colegio o de la facultad, la corrida por el andén, los escalones tragados por las piernas largas, el alivio al llegar, el cuerpo desparramado a gusto en el asiento, y por fin el reposo, y tal vez la necesidad de dormitar algunas estaciones. 
Creo que fue en la cuarta estación, la más ajetreada por lo general, esa en la que suben, también por lo general, personajes bizarros. Allí trepó, dudosamente, un hombre con un movimiento pendular que casi lo sentó sobre el pantalón joven y las aristas; en la mano llevaba un paquete que escondió con esfuerzo en el bolsillo de la campera. Los ojos jugaban una especie de ping pong nervioso sobre el muchacho. Por los movimientos que apenas controlaba, o tal vez por el olor rancio y alcohólico que impregnaba el ambiente, lo cierto es que su compañero hacía rato que no dormitaba, se había apostado, erguido, altísimo, sobre el respaldo roto, juntaba las piernas para evitar el roce, y miraba sin ver por la ventana cualquier cosa del lado de afuera del vagón, cualquier cosa que lo aislara de una situación que, visiblemente, lo perturbaba. Yo estaba cómodo: simple espectador de un episodio que no me involucraba. Entonces lo escuché. Escupió una frase que el alcohol arrastraba: “hay mucha soberbia en la gente”. Y será por eso, porque le pegó lo de la soberbia, que el pibe aflojó y le prestó media mirada, y hasta se permitió la semisonrisa de quien se resigna a lo que viene atrás, y respetó, y escuchó sin interrupciones, sin dejar de mirarlo, con gesto de cera, algo borroso que se hilvanaba al salir de la boca de su compañero, algo borroso y triste cuando dijo excombatiente, Guerra de Malvinas, indignidad, batallas, algo más borroso aún se le escapó detrás de la palabra mártires, y se quedó pensando, o tratando de componer la siguiente frase para que no quedaran dudas de lo que contaba, para que a él, hombre de la campera verde oliva, tampoco le quedara ninguna duda: “me bajo en la próxima, voy a rehabilitación, no es justo, no puedo seguir así…”, y el así flotó, se hizo pedazos al chocar contra el vidrio, desparramó el aliento nauseabundo. Recuerdo que golpeándose el pecho, también habló de los colores, de la patria, del honor, y algo dijo también del estudio, señalando las carpetas y la mochila, y le tendió la mano al pibe y encontró la firmeza del apretón joven, que ya no vacilaba, y quiso ensayar la despedida, y hasta alcanzó a arrastrar las sílabas de la palabra bendición; recién entonces se paró, trató de enderezar el cuerpo encaprichado en el vaivén, y enfiló hacia la puerta; antes de girar me extrañó su mirada en la mía, casi cómplice, y me extrañó también que me guiñara un ojo mientras se golpeaba el bolsillo enorme de la campera verde oliva. Lo escuché tararear una canción indescifrable por el alcohol mientras el tren paraba. Alcancé a ver el pico de una botella, alcancé a ver el segundo guiño, como despedida. 
En el asiento, quedamos el estudiante y yo, enfrentados; nos miramos, guardamos el silencio raro que suele unir a los desconocidos; juntos espiamos el andén, quizá juntos nos asombramos de la demora en partir. Nos pegamos al vidrio. Entre la gente que había surgido de pronto como un racimo, pudimos ver o adivinar la botella mal camuflada por una bolsa de papel, el bolsillo deforme verde oliva, la cabeza sangrante y, seguramente, también juntos imaginamos el paso en falso, el tarareo que distrajo una atención ya dispersa, las pocas fuerzas para saltar el último escalón, siempre tramposo, resbaladizo, tan amigo de la tragedia y de las vías. Ni siquiera nos comunicamos con un gesto, un oficio conocido nos hizo silenciar la impotencia. Y rápido tomamos la decisión de abandonar el vidrio; rápido también nos paramos, casi en forma simultánea bajamos del tren por la otra puerta, y comenzamos a caminar como autómatas, sin mirarnos, hasta la avenida próxima donde, tal vez, los dos tomaríamos el mismo colectivo. 

Hubiera sido inútil esperar. 


Graciela Bucci 
Buenos Aires, Argentina 


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No somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual. Somos seres espirituales teniendo una experiencia humana. 
Pierre Teilhard de Chardin

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