Recuerdo la frase de mi abuelo: “eres más fresco que mastuerzo en verano”. En los años del exilio, trabajó muchos años en las plantaciones del sur de México y, cada cierto tiempo le mandaba una carta a mi abuela, en la que, con su caligrafía exquisita y sus dotes literarias, le relataba un cuento con esa planta como protagonista para que me lo leyera por las noches. Cosa que la Yaya hacía con emoción. Y así pasaron los años en los que crecí aprendiendo de esas motivadoras historias. Nunca conocí a mi abuelo en persona, pero a través de sus escritos, considero que es la persona que más me ha enseñado en esta vida.
Tuvo que dejar su Firgas natal por motivos políticos. Nunca más volvió, como muchos, aunque mi abuela siempre le esperó. Alguna noticia nos llegó de que una hondureña le había robado el corazón y no supimos más de él. Un día dejamos de recibir noticias y no hubo más cartas. Hace unos años y, aunque parezca increíble, a través de mi nieto que estaba haciendo un trabajo que le encargó la maestra en el colegio, me enteré de que el mastuerzo es el berro nuestro de toda la vida. Ese que él me ayudaba a cortar en temporada para nuestras ensaladas. Le hablé de los cuentos del “abuelo de América”, como le llamamos en esta familia todavía y me propuse hacer crecer al niño, con esos relatos con los que él me lo hizo a mí.
Busqué las cartas que mi abuela me cedió poco antes de dejarnos. Las había conservado en una caja en la que se podía ver un corazón, desgastado por el tiempo, en la tapa superior. Una por una, y con lágrimas en todas, fui releyendo esos mensajes postales, viendo la única foto que conservábamos de él. Y decidí reescribirlos cambiando la palabra “mastuerzo” por la de “berro”, para que lo entendiera y lo ubicase mejor. Y esos conocimientos pasaron de la imaginación de mi abuelo a la traducción que le hice a mi nieto.
Esta semana fue mi setenta cumpleaños. Se juntó toda la familia. Pocos, porque nunca hemos sido de tener muchos chiquillos, pero al llegar el momento de los regalos todos estaban expectantes por ver mi reacción. Un paquete perfectamente envuelto. Parecía un libro. Lo abrí y no pude contener la emoción. En la portada una foto de mi abuelo y mi abuela juntos. No la había visto nunca y no sé cómo la consiguieron. Mi nieto había organizado todos los cuentos que yo le traduje de mi abuelo y los había “destraducido” para que fueran fieles al original de las cartas. Y en la portada rezaba su título: “Los cuentos del mastuerzo”.
Luis Alberto Serrano
Islas Canarias, España
Estimado escritor, Luis Albertrto Serrano. Las cartas de los abuelos son un tesoro que guardamos con infinito cariño.
ResponderEliminarY con el paso de los años son invalorables.
Gracias, por compartir la ternura de sus letras.
Beatriz Caserta