miércoles, 13 de marzo de 2024

Dora Zulema Lorusso

¿Qué hora es? 
                     Al Dr. Vicente Teti, por su don 

Permanecía sentada en la sala de espera del consultorio de un reconocido cirujano. Pasaba mentalmente revista a todos los estudios que se había realizado, tratando de comprobar que no había olvidado ninguno. Todos estaban allí, en el sobre que yacía sobre su falda. 
Su mirada se detenía en las pinturas expuestas sobre las blancas paredes de un amplio ámbito, sobriamente elegante. La ansiedad le carcomía el cuerpo. Una áspera sequedad alojada en su garganta, la hacía toser con intermitencias. Si bien su cuerpo estaba quieto, eran sus ojos los que iban y volvían de un cuadro a otro imaginando posibles historias que, inconscientemente la alejaban de una realidad que no quería estar protagonizando. 
Esa calle del óleo de Utrillo era el escenario adecuado para el reencuentro de dos enamorados acunados por la bella voz del gorrión de París. 
La entrañable ternura de la carbonilla de Bruzzone, la alcanzaba, se anidaba en su corazón. Era ella la que abrazando al bebé lo besaba maternalmente. 
El profundo dolor humano reflejado en la pintura del Cristo del Greco la sobrecogió, cuando escuchó la voz de la secretaria llamándola. 
El especialista la recibió con una amplia sonrisa. Su fuerte apretón de manos le brindó tranquilidad. Sentada frente a él, lo observó tomar uno por uno los estudios y las prácticas médicas analizando la documentación detenidamente. Luego apoyó sus manos sobre el escritorio. Su voz se oyó firme, con un dejo de calidez, pretendiendo ser esclarecedora: 
-Señora es imprescindible la intervención, en el menor tiempo posible. 
Un fárrago de preguntas surgió. El especialista trató de calmarla. Contestó cada una de sus preguntas. Explicó procedimientos, tiempos a emplear, resultados factibles. Cúmulo de palabras que la ahogaban. Las sentía como una barrera verborrágica que obstaculizaba su camino. Posteriormente acordaron la fecha. 
El día prefijado llegó. Su compañero estaba allí. Percibía que, aunque trataba de disimularlo, él también tenía miedo. Un lacerante miedo, como si un dolor desconocido acechara esperando cerca, muy cerca. Pensó: no es grato ver transcurrir la vida en posición horizontal. Mientras la viril mano que sostenía la suya, se soltaba, alcanzó a preguntar: 
-¿Qué hora es? 
Su compañero contestó: -Es mediodía, querida. Son las doce -y besó su mejilla. 
Las puertas del quirófano se abrieron. El sordo ruido de las ruedas de la camilla, cesó. Una potente luz blanca la cubrió. Un suave calor inundó su cuerpo. La seminconsciencia que ya se había adueñado de ella, la dominó por completo. Entró en un cono luminoso que el haz de esa potente luz blanca extendía, rodeándola. 
Cuando despertó en la habitación, el rostro amado le sonrió. Otro beso en la mejilla la retrotrajo a su entrada en el quirófano. Susurrando pudo preguntar: -¿Qué hora es? 
-Son las cuatro de la tarde, querida. El doctor me dijo que ya venía a hablar con nosotros. 
Sintió que se ahogaba. Comenzó a toser. Un intenso dolor mordía su pecho. Vívidamente recordó su visita al consultorio del cirujano. Las explicaciones que éste le diera satisfaciendo sus derechos de paciente. Evocó aquello que le dijera respecto de la duración de la operación: 
-Si todo va bien, será cuestión de cincuenta minutos, una hora a lo sumo. Si el azar nos es adverso, como mínimo serán tres horas. 
La visión del Cristo del Greco se adueñó de ella. El dolor plasmado en la pintura era, ahora, el suyo, su propio dolor. Comenzó a llorar silenciosamente. Cuando la puerta de la habitación se abrió y vio al cirujano, no necesitó escuchar el diagnóstico. 
Ella ya lo sabía. 


Dora Zulema Lorusso 
Lanús, Buenos Aires, Argentina


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Consideraba que si no decía nada se le pasaría aquel extraño dolor.
Orhan Pamuk

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