Cruzamos el Trópico de Cáncer mientras el sol atraviesa el vidrio y horada mi costado izquierdo. Un estado semifebril me lleva a ver todo lo que veo como si fueran imágenes de una película muda. Nubes espesas que se recortan en el cielo, la superficie en sombra de los cerros, el nopal, y los cuervos que sobrevuelan. Y luego están los camiones. Fantasmales figuras escupiendo humo y mezcal en ambas direcciones de la carretera cincuenta y siete.
Sólo camiones y pequeños santuarios, como una aparición, sobre el camino. Cruces y vírgenes, y unos pocos ranchos abandonados por los cazadores furtivos. Cada tanto, animales resecos reptan bajo el sol.
“A poco llegaremos a Real de Catorce” dice, como quien dicta una sentencia, y su aliento a tequila corta la espesura de esta tarde de piedra.
El viento
Escucho el viento, su nombre que viene desde la ruta del desierto cuando las caravanas de menhires deslizaban sus almas blanquísimas y ya estabas, estábamos ahí. Cuando todavía no teníamos designio de los ángeles ni rostro humano.
Textos del libro de la autora: la vida leve
Norma Etcheverry
La Plata, Buenos Aires, Argentina
El Trópico de Cáncer, con tu descripción en movimiento, nos lleva a ese viaje tuyo y también algunas consideraciones de esos lugares del norte del mundo, que así como lo miras desde una ventanilla, entre esos bosques subtropicales, estepas desiertos y praderas, marcan en el imaginario esa línea que une casi 18 países, albergando un tercio de la población, y esa ruta solitaria con solo esos gigantes que no duermen en los caminos en idas y vueltas, transportando insumos necesarios nos dan la idea de vida y también de consumo
ResponderEliminarSuerte en el viaje Norma
Muchas gracias por tu lectura atenta y tus conceptos, Gustavo.
EliminarMi abrazo y mis mejores deseos