viernes, 16 de agosto de 2019

Tin Bojanic

El tango y el flamenco

En una plaza de Sevilla, y algunos afirman que fue en la de Santa Marta, se encontraron finalmente el tango y el flamenco. Se dice que fue al anochecer en un día de limpia primavera. La gente era poca pues acontecía algún evento político o deportivo que, nuestros personajes, disfrutaban ignorándolo. En uno de sus árboles de tronco fino se hallaba ella, reposada, y era una andaluza bien morena y en vestido al rojo vivo; y sus ojos eran tan grandes como la rosa que llevaba en su cabello, y esos ojos perfumaban aún más aquello que veían. En otro de los árboles se hallaba él, como escondiéndose pero sabiéndose que era bien visto, un porteño rubio de traje negro y de sombrero gris, en concordancia con la flor que llevaba en el bolsillo del frente de su saco audaz.
Se miraban sin disimulo y sin ocultar el sudor de sus frentes, un poco por el calor y otro tanto por el furor de ese encuentro. Se oía una canilla repiquetear en una de las esquinas agregándole tensión, y desde una ventana estirada zapeaba fuertemente una guitarra protestando la indecisión de la velada. Una pareja pasó tomada del brazo interrumpiendo la escena, y presintiendo lo que se avecinaba, aceleraron su andar sin osar mirar a ninguno de ellos a los ojos ni hacer comentario alguno. Porque podía sentirse que el tango agazapado estaba por tomar a su presa, esa mujer flamenca que comenzaba a extender los brazos como si quisiera tocar las estrellas entrelazándolos en el tronco del árbol. Mientras, el tanguero tomándose de su árbol, se asomaba por un lado y por el otro, una y otra vez, sin decidirse por cuál flanco y con qué velocidad, finalmente, atacar.
Ella seguía seduciendo al tronco del árbol y moviendo y golpeando el aire con sus caderas; mirando el cielo que ya se hacía de bella noche. Pero en repentina decisión bajó la mirada, e inclusive bajó el mentón, para mirarlo fijo y en desafío a ese hombre que ya comenzaba a deslizarse en paso cabrío sobre el empedrado, y era como si las miradas de ambos hubieran sido atrapadas por los hilos del deseo. Y los dos se negaron a parpadear siquiera.
Con la mano izquierda saludando con el sombrero y con la otra mano en la cintura. El varón se acercó hasta desplegar su mano derecha muy a punto de tocarla. Ella bajó sus brazos dejando su mano izquierda dibujando corazones en el centro de su pecho y le entregó la otra mano para poder ser guiada adonde él quisiera. Así el tango la arrimó a sus brazos para sujetarla por la espalda y en el mismo movimiento, ahí mismo, intentó besarla.
El flamenco se negó a ser besado, y la mujer se escabulló con gracia y comenzó a zapatear y hacer flamear su falda mientras rodeaba al hombre como cual presa que tiene la oportunidad de volverse -por unos momentos- quien caza. Entonces los dos comenzaron a girar sobre sí mismos, ella golpeándole con la falda, y él saludándola con el sombrero en cada ocasión que coincidían sus miradas, que también era cuando maullaba una gata en celo en el tejado enfrentado de donde salía la música de la guitarra.
Entre la melodía y el baile ella decidió preguntar:
-¿Qué hace y quién de precisos ademanes, y en buen porte de bailaor, venir desde lejanos mares, sin importarle mi nombre y pidiendo amor?
-Ya me perdonará tras esta noche muy atrevida, que por buscar lo que hace mucho yo deseo, que son pocas las veces en esta que es mi vida, que cuando dos danzas se baten a amor digo que es lo mismo decir que a duelo.
-¿Ah, sí? Yo que soy todo vida y buen lamento, todo el color y la gran fiesta, tengo del pueblo su antiguo gesto, y de Dios nos llega la sutileza.
-Por ello me verás presentarme de negro, porque traigo el llanto y contengo aún el sueño, de jugarme con mi poesía entero, y me digas que en el amor seré tu dueño.
Estando de espaldas parecían hablar, estando frente a frente simulaban ignorarse. En el ambiente había histeria de teatro, sexo contenido que dirigía la tensión, respeto en cada movimiento del baile. El vestido del flamenco encendía la noche, y el negro del traje servía de escondite para las fantasías que iban generándose. El flamenco avivaba a las estrellas y el tango perfumaba de intenciones a las flores. Ambos eran la vida y la muerte, la euforia y el llanto, que si coincidían en vida el taconeo el movimiento era más fuerte; que si coincidían en el miedo a la muerte, el movimiento era un temblor estremecido provocado por las fragilidades que en el amor yacen expuestas.
-Me dicen tango y por tal he amado bien y por tal he amado mal. Si soy el tango es porque doy la vida en cada suspiro, siempre encarnando todos los sentimientos que me animan. Si voy de negro es porque no la he tenido fácil y tuve que aprender a improvisar, y porque aún tras la noche del más certero amor, siempre se corre el riesgo, de que a uno, le rompan en mil pedazos el corazón.
-Me dicen flamenco y por tal he amado bien y por tal he amado mal. Si soy el flamenco es porque entrego mi vida en cada suspiro, porque no hay medias tintas en esta inspiradora expresión. Si voy de colores vivos es porque he dejado el pasado atrás y siempre hay un mejor día que añorar, y porque aún cuando no me convenga el desamor, hay de sobra corazón para volverlo, una y otra vez, a intentar. 
Girando sobre sí mismos y dibujando entre los dos siluetas diversas llegó el momento en que él la provocó, cuando llegó el momento que ella calculó, que los dos quedaron frente a frente con los labios separados por el grosor que tiene el pétalo de una flor. La guitarra tomando nota de lo que sucedía entremezclaba acordes del flamenco con los del tango.
El tango y el flamenco se besaron ese día.
Ese beso se alargó y la guitarra se retiró. Ese beso no se detenía y las luces se apagaron. Sólo las estrellas y el repiqueteo del agua acompañaban la cita. Y el maullar enloquecido de esa gata les auguraba algo más que un beso que nos entrega algunas veces el azar.
El tango y el flamenco se besaron ese día, que fue noche, que fue duelo, que fue todo lo que es vivo, que fue todo por lo que se muere, en una plaza de Sevilla, y tal vez fuera en Santa Marta un día.

Spalatvs MMXVIII
Tin Bojanic
Split, Croacia

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