viernes, 16 de agosto de 2019

Ana Barchuk de Rodríguez

Diente de león

En una chacra, muy cerca del potrero, al borde del yerbal, crecen varias plantas con flores, algunas de jardín porque allí estaba la antigua casa y otras silvestres que auxiliadas por el viento germinan en ese terreno.
Esta mañana, apenas sale el sol, diente de león observa a las otras flores. Casi envidia sus colores, tamaños y perfumes.
La primera abeja que llega al lugar ni lo mira. Se posa sobre una dalia que muy alegre le saluda y le deja marcas violetas en las patas. Enseguida llega otra abejita y tampoco advierte a diente de león, se dirige al rosal posándose en los rojos y perfumados pétalos. Luego otros insectos sobrevuelan la zona y congratulan a las demás flores.
Diente de león pasa el día esperando una visita, una palabra, un amigo. Escucha hablar y reír a las diferentes flores pero de él nadie se acuerda. Sino para decir:
-¡Pobre florecilla silvestre, nadie te tiene en cuenta!
-Es que no te pareces a nosotros, los gladiolos elegantes, coloridos, uniformados en un solo ramal.
-O como nosotras las margaritas que hasta el sol busca nuestro centro para hacernos brillar.
-Encima de ser insignificante, fea, no tenés el perfume que nosotras las rosas poseemos. ¡Nadie te quiere!
Inevitablemente se repiten los días en la parcela. Hasta esta mañana en que aparece una señora, comienza a mirar, a elegir y con las tijeras a cortar flores. Mientras va explicando:
-Un magnífico ramo de rosas, para llevar a la finadita Olga en el cementerio, ya que tanto le gustaban.
Luego agrega -El segundo ramillete de gladiolos para el cuadro del finado Rogelio que está en la sala.
-Y… las dalias, mis preferidas. ¡Tan coloridas y perfectas! las pondré en mi florero cerca de la ventana.
La señora se aleja y las flores restantes tiemblan agradecidas de no tener la misma suerte.
Las fechas transcurren. Un día irrumpen en el predio unos niños. Ellos descubren a los redonditos pompones como de nieve en el sitio donde estaban las florecillas de diente de león. Los cortan y comienzan a soplar. Los pequeños saltan, ríen y se divierten al exhalar el aire sobre las semillas que vuelan, y cuanto más son los soplidos más lejos las trasladan.
Muy feliz diente de león se alegra con la alegría de los niños que juegan con él. Porque sabe que sus semillas son esparcidas por toda la tierra.
Los bulbos de gladiolos casi escondidos debajo de la tierra, las matas del rosal y distintas flores piden a la naturaleza les dé otra oportunidad con la promesa de cambiar su actitud.


Ana Barchuk de Rodríguez
Misiones, Argentina

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