“Del libro de las crónicas de los
gorriones”
Inocente mañana inmigrante del júbilo del febrero.
Pequeños gorriones, de plumaje encrespado y de alas muy flacas yacían
refugiados bajo el techo ambarino del sol.
Imaginaban acaso la tímida calidez del ámbar del febo del temprano
marzo. Tristes. Mojadas las alas silenciadas y sin brillo, observaban la nada
sin danzar por el patio. Sin arpegios de orgullosos cogotes; sin el baño del
polvo raquítico y seco; sin restregarse en las hojas caídas que apuradas morían
de espanto. Estáticas esfinges incoloras. Habitantes del miedo.
Allí estaban. Clavados al
suelo. Algunos, con los ojos cerrados, llorando por dentro sus marchitos
manantiales.
Desde el hueco de mi ventana
los supuse olvidados por la brisa distraída que deambula en el patio, por el
soplo del aire que nunca pasó sin tocarlos y que siempre se detuvo un rato a
jugar con ellos pitando travieso, despeinando el marrón de los cuerpos.
Al atardecer se reunieron
todos sobre los tejados. Y cuando la burla de la sombra gris que dejaba el día
simulaba olvidos, se quedaron muy quietos, durmiendo al amparo de los viejos
dinteles de la iglesia.
El ojo andaba indiscreto por el desierto abrupto y vegetal
de la parra: desencontrado, ausente, fugado, vacío. El ojo que bebió la sombra
del árbol, incipiente claroscuro del patio de la casa, en el vaso asombrado de
mi incauta pesadilla.
Mis ojos, sujetos por los parpados del miedo.
¡Qué derroche de muerte!
¡Nunca lo supe a ciencia cierta! Nadie me contó, por qué los pájaros mueren
acurrucados, pico abajo, con los latidos hurgando el suelo.
O con las patas echadas hacia el
cielo, ofrenda de estrellas mutiladas e invertidas. Nunca de costado.
¡Nadie me lo dijo!
_¡María, el cobertizo se está llenando de ratas! ¿Dónde pusiste el
trigo envenenado?
_No hay, los chicos lo derramaron ayer por el patio.
_ ¿Y qué hiciste?
_Nada… Los reprendí y los mandé a lavarse las manos… ¡Qué sé yo!
¡No me interrumpas que estoy mirando la novela!
Me quedé pensando:
“-Con los latidos hacia el
suelo… Como dos estrellas mutiladas e invertidas…”
Del libro del autor: Por los Soles y Lunas de Abril. Ed.
Buenos Aires 2001
Norberto Pannone
Junín, Buenos Aires, Argentina
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