Eduardo Bieger Vera
-Madrid, España-
El libro
Tumbado en el diván, leía el libro. Al pasar la página las hojas rasgaban el silencio y cuando terminaba un párrafo, una frase, a veces incluso tras detenerse –sin prisa– en una palabra, cerraba los ojos y aspiraba la fragancia del papel. Después, colocaba el libro abierto boca abajo sobre su pecho, y lo observaba moverse al ritmo acompasado de su respiración, como un pájaro raro que hubiera venido a morir junto a él. Y así hasta que la luz declinaba y se dejaba ganar por el sueño, a la espera del nuevo día que le permitiría seguir leyendo.
Carmen Frontera Quiroga
-Madrid, España-
La pluma
La pluma que días antes se deslizaba rápida, estaba detenida en un punto y aparte, caía un abismo.
Sentado, escudado por la mesa del despacho miró hacia la puerta. Entonces la vio. Llevaba ese moño que a él le gustaba deshacer, y ese escote en el vestido que le gustaba dejar caer, y esas medias de seda que le gustaba acariciar, y esos tacones de aguja fina que le gustaba escuchar resonando en la madera de su habitación.
La pluma se abrió paso por la cuartilla en blanco. La había encontrado. Era la mujer de su novela.
Noemí Valiente Sánchez
-Ávila, España-
¿Penélope?
Después de tantos viajes, de andenes y estaciones, repetidas y distintas, nunca vi a Penélope marchita.
Penélope es siempre joven y en cada espera cambia de rostro, de sonrisa, muda de expresión en la mirada.
Habrá una Penélope en cada Ítaca, varada de nostalgia; pues todas seremos Penélope cuando ansiemos el silbido de metal, mientras busquemos, entre la momentánea multitud, correspondencia en una intensa mirada.
Lo seríamos todas pero tú, Penélope, eres única.
Concha Fernández González
-Guadalajara, México-
El último té
Ernestina preparó el té con la misma minuciosidad de siempre. Luego lo vertió en dos tazas y las depositó sobre la bandeja junto a las servilletas, el azucarero y el platito con las pastas de té. Antes de salir, se acercó a la llave del gas y la giró media vuelta. Después realizó la misma operación con los fuegos de la cocina y, sin acercarles ninguna llama, abandonó la estancia.
Roque la esperaba sentado ya a la mesa en la sala contigua. Ernestina le sirvió el té sonriendo sin reprocharle, ni por un solo momento, que la fuera a abandonar.
Yose Álvarez-Mesa
-Asturias, España-
Liberación
El silencio traspasó los umbrales y se posó en su lecho solitario. La noche, aquella primera noche sin él, había pasado, dejando en la piel un antes y un después de aquel momento. Cesaron las cadenas, el miedo, los puñetazos de amor, el odio guardado en la alacena. Salió a la calle con el único propósito de buscar en las esquelas la noticia de su liberación.
Javier Bervel Solís
-Cataluña, Barcelona, España-
Cuestión de prioridades
Hace ya un tiempo, Leo supo que le quedaba poco de vida. Reflexionó y compuso una larga lista ordenando cronológicamente todo aquello que ansiaba hacer antes de fallecer, poniendo como inicio y fin: la enfermedad y la muerte. Desafortunadamente, la muerte se adelantó algunas posiciones, dejando así sin cumplir algunos de sus deseos.
Ahora, en su lecho de muerte, se arrepiente de haber puesto como penúltimo paso el estar con su gente. No se arrepentía de la posición, sino de la aparición de ésta, ya que ¿acaso recordó en esa lista que debía respirar?
Sofía Castañón
-Asturias, España-
Otra vuelta al mundo
“Hasta la caseta de los helados y paro” se dijo Domingo Díaz aquella mañana en la que había salido a correr. No recordó que hacía una semana que era Octubre y ya habían quitado todos los puestos del paseo.
Beatriz Coira Ríos
-Galicia, Vigo, España-
Alaida
Soñaba con que Alaida estaba con ella, que corrían juntas por el pasillo, el mismo que, cada día, fregaba con la ilusión de conseguir dinero para traer a su hija desde Perú.
Parecía escuchar sus risas en la habitación y, al limpiar los espejos del comedor, casi podía ver reflejado su risueño rostro infantil.
Esa esperanza la ayudaba a sobrellevar su soledad y soportar mejor el duro trabajo diario.
El firme paso del tiempo se iba evidenciando en su semblante y, aunque la aproximaba más a su objetivo, sentía también como desdibujaba lentamente los rasgos de Alaida en el cristal.
M. Salomé Chulvi Lleó
-Valencia, España-
Caracol
Estaba a punto de llegar a su festín: una enorme y jugosa hoja de morera. Entonces el granjero salió de su cabaña y fue a orinar a los pies crujientes del árbol.
Miguel Flores Pintado
-Huesca, España-
La niña que no quería crecer
La niña contempló lo que le rodeaba y decidió que no deseaba seguir creciendo. Vio a su madre sentada en un rincón del sofá y a su padre en el otro sin mayor distancia entre ambos que un cojín mullido que semejaba ser gruesa muralla de silencios. Vio a su abuela observando el vacío sin mayor esperanza que la que tienen aquéllos que nada esperan. Luego giró la cabeza y engatusada por las chispeantes luces de la televisión, abrió la boca y se dejó embelesar.
Intentó hacer un esfuerzo pero fue en vano… ya no se acordaba que deseaba.
Cuentos incluidos en la Colección Gaviotas de Azogue Nº 62 (agosto 2008), editada por la Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE). Madrid, España.
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No hay ni malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores.
Victor Hugo
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lunes, 19 de septiembre de 2011
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