viernes, 25 de septiembre de 2009

Alejandro Emilio Carbia

-Capital Federal, Argentina-

Animula Vagula, Blandula *

Sin duda, aquella tarde había sido hecha para ella, la novia del niño, por ese otoño melancólico; ese sol apagado y ese viento suave que levanta la alfombra de hojas secas, para acercarlas tal vez un poco más a ese dios que me abandonó.
Seguí acurrucado en mi redil, como siempre lo hacía desde que vivía allí al servicio del señor; sólo salía para realizar mis tareas, que comenzaban al vislumbrarse las primeras gotas del día y nunca terminaban.
Nunca antes había sentido la esclavitud como algo tan mío, como desde que la vi por primera vez, caminando de la mano del niño de la casa. Vera incessu patuit dea. Su piel trigueña, su sonrisa ingenua, sus ojos pequeños y aquella adolescencia que se negaba a abandonar.
Comencé a acercarme para cumplir sus encargos caprichosos y por momentos la tuve tan cerca -las más de las veces agradeciendo con cortesía mi ayuda, con esa mirada tan profunda, capaz de hacer olvidar mi condición- que podía sentir su aroma, mezcla de algún perfume exótico, juventud y esa hierba que acariciaba su cuerpo al lidiar con sus aventuras infantiles.
Cuando aprendí a leer clandestinamente -a un alto costo moral a favor de una de las señoras de la casa- lo tomé como un desafío a este injusto mundo y cada tarde que hurtaba un libro -la mayoría de ellos en latín e inglés- de aquella gran biblioteca prohibida para nosotros, la servidumbre, me preguntaba el porqué de aquella tamaña osadía de mi parte. Sólo lo supe aquella noche en que la sentí a mi lado recostada, exigiéndome con su inconciencia, le leyera aquel libro que guardaba entre sus faldas.
Aquella misma noche sentí su mano rozar la mía, despedirse con un beso en la mejilla y hacer crecer dentro mío, con ese pequeño y mágico ritual, un universo imposible, impensado, desterrando de mis ilusiones la existencia del alma y confirmando al insomnio como la negativa de abdicar en favor de la divina estupidez de los ojos cerrados o de la sabia locura de los ensueños. Esporádicamente se repitieron a escondidas, las charlas y la lectura, sólo para que mi pena me inundara cada vez que la veía con aquel muchacho.
No sé cuándo mi locura se transformó en amor, ni siquiera sé si lo era, lo que sí sé es que si mis deseos hubieran podido matar, hubiera extinguido la población del lugar, para abandonarnos a aquel ansia desconocida.
Comencé a alejarme, evitando la lectura y escapando a sus pedidos y miradas, aunque la tristeza me llevara a recluirme aún más dentro de mi esclavitud, y cuando la vi partir aquella mañana sin haberle dicho cuánto la deseaba, aunque me hubiera costado la muerte, supe que arrepentirse hace que el mundo se achique, se haga más pequeño, tan pequeño como para robar un caballo y huir tras ella, encontrando una excusa para abandonar esta herencia forzada por mi raza y poder decírselo algún día.


*Animula vagula, blandula: pequeña alma errante, dulce (Verso escrito por Adriano al morir, indicando su poca fe en la existencia del alma)
*Vera incessu patuit dea: por su andar se conoce una diosa (Palabras de Virgilio)


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Que sería de tu felicidad, radiante astro, si no tuvieras aquéllos para los que brillas.
Friedrich Nietzsche


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