-Buenos Aires (Argentina)-
Último día
Cuando me fui parecía dormida y estaba muerta. Yo la maté.
La noche anterior me había acostado al lado de ella como en los últimos veinticinco años y todavía dormía hasta que el frío inevitable de la muerte me despertó.
El día anterior había sido el último. Lo intuí cuando me fui al trabajo y lo supe al regresar a casa. En el instante en que abrí la puerta y la vi, sentada en el sillón frente al televisor. Me dijo: -Hola, con la voz ronca y sin mirarme. Yo sí lo hice. Estaba envuelta en una voluta de humo y el resplandor acerado de la televisión le iluminaba la resaca colgada de los ojos, los pelos revueltos y achatados en la nuca por la marca de la almohada. Se cubría con un batón floreado parecido al cotín del sillón y todo semejaba una sola pieza. Una mujer con un sillón. Un sillón con una mujer.
-Andá a comprarte algo si querés comer, dijo su ronquera. Yo me agregué, por poco al unísono, -y traeme un vino.
Porque le hacía caso no podía quejarme del sino de las cosas. Fui y vine. La novela concluía y enseguida las noticias.
-Abrime el vino y traémelo.
Lo hice.
-Alcanzame el vaso, dijo y señaló el piso con un dedo amarillo de nicotina.
Cociné en silencio un revuelto de huevo con arvejas. Le pregunté si quería comer y me respondió lo de siempre. Me lo serví y extendí el diario.
Un programa cómico acompañaba su risa cascada. Lavé el plato, la sartén y el vaso. Saqué la basura y regresé al diario. Ella apagó el televisor y arrastró los pies para el baño. Luego recortó su figura en el quicio de la puerta y ordenó: -Traeme un té a la cama.
Puse la pava, preparé la taza y machaqué las píldoras. Dos cucharas colmadas de azúcar, el saquito y se lo llevé. Ahora miraba una película sentada en la cama. Deposité la taza en la mesa de noche, ella le agregó cogñac, bebió un sorbo largo y ruidoso. Enseguida tomó su píldora. Yo retiré los ceniceros colmados de colillas y pulvericé desodorante en el living y en el baño. Cuando fui al dormitorio roncaba con respiración pesada. Apagué la TV, retiré la taza vacía y el cenicero.
Cuando me acosté recordé que, en la mañana de ese último día cuando me fui parecía muerta y estaba dormida.
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Todavía no se han levantado las vallas que le digan a la iniciativa y al talento de un hombre: De aquí no pasarás.
Ludwig van Beethoven
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martes, 24 de marzo de 2009
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Gracias Analía por traer a Arturo Trinelli a tus páginas no sólo es un amigo al que aprecio muchísimo, lo admiro como narrador, ha conseguido lo que no es fácil, mantener un estilo en su escritura. Y sus personajes, son siempre aquellos en cuya piel no todos quieren ponerse. Felicitaciones!
ResponderEliminarLily Chavez
Gracias por tu apreciación, querida Liliana, para mí ha sido un gusto publicar ese cuento de Carlos Trinelli.
ResponderEliminarRecibí mi cariño
Analía