martes, 24 de marzo de 2009

Carlos Trinelli

-Buenos Aires (Argentina)-

Último día

Cuando me fui parecía dormida y estaba muerta. Yo la maté.
La noche anterior me había acostado al lado de ella como en los últimos veinticinco años y todavía dormía hasta que el frío inevitable de la muerte me despertó.
El día anterior había sido el último. Lo intuí cuando me fui al trabajo y lo supe al regresar a casa. En el instante en que abrí la puerta y la vi, sentada en el sillón frente al televisor. Me dijo: -Hola, con la voz ronca y sin mirarme. Yo sí lo hice. Estaba envuelta en una voluta de humo y el resplandor acerado de la televisión le iluminaba la resaca colgada de los ojos, los pelos revueltos y achatados en la nuca por la marca de la almohada. Se cubría con un batón floreado parecido al cotín del sillón y todo semejaba una sola pieza. Una mujer con un sillón. Un sillón con una mujer.
-Andá a comprarte algo si querés comer, dijo su ronquera. Yo me agregué, por poco al unísono, -y traeme un vino.
Porque le hacía caso no podía quejarme del sino de las cosas. Fui y vine. La novela concluía y enseguida las noticias.
-Abrime el vino y traémelo.
Lo hice.
-Alcanzame el vaso, dijo y señaló el piso con un dedo amarillo de nicotina.
Cociné en silencio un revuelto de huevo con arvejas. Le pregunté si quería comer y me respondió lo de siempre. Me lo serví y extendí el diario.
Un programa cómico acompañaba su risa cascada. Lavé el plato, la sartén y el vaso. Saqué la basura y regresé al diario. Ella apagó el televisor y arrastró los pies para el baño. Luego recortó su figura en el quicio de la puerta y ordenó: -Traeme un té a la cama.
Puse la pava, preparé la taza y machaqué las píldoras. Dos cucharas colmadas de azúcar, el saquito y se lo llevé. Ahora miraba una película sentada en la cama. Deposité la taza en la mesa de noche, ella le agregó cogñac, bebió un sorbo largo y ruidoso. Enseguida tomó su píldora. Yo retiré los ceniceros colmados de colillas y pulvericé desodorante en el living y en el baño. Cuando fui al dormitorio roncaba con respiración pesada. Apagué la TV, retiré la taza vacía y el cenicero.
Cuando me acosté recordé que, en la mañana de ese último día cuando me fui parecía muerta y estaba dormida.

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Todavía no se han levantado las vallas que le digan a la iniciativa y al talento de un hombre: De aquí no pasarás.
Ludwig van Beethoven


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2 comentarios:

  1. Gracias Analía por traer a Arturo Trinelli a tus páginas no sólo es un amigo al que aprecio muchísimo, lo admiro como narrador, ha conseguido lo que no es fácil, mantener un estilo en su escritura. Y sus personajes, son siempre aquellos en cuya piel no todos quieren ponerse. Felicitaciones!

    Lily Chavez

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  2. Gracias por tu apreciación, querida Liliana, para mí ha sido un gusto publicar ese cuento de Carlos Trinelli.
    Recibí mi cariño
    Analía

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