-Catamarca, Argentina-
La final
Para Agustín, quien siempre consigue ponerse de pie
…………………… “La mayor gloria no está en haberse mantenido siempre en pie,
…………………………sino en haberse levantado una y otra vez tras cada caída”.
…………………………………………………………………………………………………Confucio
Walter y Valentín vivieron una tarde que nunca olvidarían.
El torneo nacional reunía a los chicos de 9 y 10 años en una provincia norteña. Durante dos días se disputarían competencias individuales y por equipos.
Las luchas individuales consistían en el enfrentamiento entre dos atletas.
Los equipos se formaban con los cinco participantes que habían obtenido mayor puntaje en los torneos realizados anteriormente en cada provincia. Walter aseguró el primer lugar en la lista. Valentín ni siquiera ocupó el quinto lugar.
Los competidores se saludaron ante una seña del árbitro. Parados frente a frente con las rodillas apenas flexionadas y actitud alerta, se evaluaron con sus miradas.
Ambos eran compañeros en el mismo gimnasio de judo, pertenecían a la misma categoría, entrenaban y luchaban juntos en torneos locales, interprovinciales y nacionales.
Walter, ágil y concentrado.
Valentín, tranquilo y confiado.
Lentamente comenzaron a moverse en círculos sin salvar aún la distancia que los separaba.
Su provincia llevaba ganados todos los trofeos, sólo faltaba la copa del enfrentamiento por equipos.
Una provincia del sur contaba con cuatro participantes. Su delegado habló con organizadores y profesores. El entrenador decidió “prestar” a Valentín y así la provincia sureña completaría un equipo.
Los atletas se estudiaban y se movían con precisión, aguardando alguna señal en su adversario.
Los acompañantes de estos chicos comenzaron a correr la voz: la final por equipos era entre su provincia y la del sur.
Cada integrante debía luchar con otro del equipo rival. Cuatro parejas pasaron: victoria derrota victoria derrota. Y sólo quedó una pareja por enfrentarse, la pareja que definiría el campeonato por equipos: la pareja de Walter y Valentín.
Y al fin se lanzaron uno contra otro, trenzados en lucha firme e intensa.
Amigos y competidores de otras provincias rodearon poco a poco el centro de lucha, todos expectantes.
Los entrenadores de estos dos chicos permanecieron en forzoso silencio. Su profesor delegó el puesto de árbitro en otra lucha para presenciar aquel enfrentamiento. Un profesor de otra provincia abandonó su sitio en las gradas para alentar con su presencia a su consentido Valentín.
Uno intentando derribar al otro, ambos resistiendo cada uno de los embates, ambos mezclados en una lucha feroz y sin tregua.
El gimnasio bramaba.
-¡Dejate ganar Valentín, así llevamos la copa, no seas boludo! -exclamaba un compañero.
-¡Valen, dale que sos capaz de ganar esta lucha!
-¡Perdé, Valentín, perdé! -vociferaba la mamá de Walter.
-¡Vamos hijo! ¡Vamos que vos podés ganar! -pedía su mamá, quien cruzó una mirada furiosa con la madre de Walter, la cual se alejó con un gesto de desprecio.
Walter comenzó a dominar con lances precisos y ágiles y de ese modo conseguía agregar puntos a su marcador.
La delegada de los atletas apoyó su mano en el hombro de la mamá de Valentín. El profesor comentó:
-¡Vaya sorpresa con este chico! Quién se hubiera imaginado, ¿verdad, señora?
Valentín demostró un valor inusual y con una toma ágil sometió a Walter quien sorprendido, se encontró tendido en el tatami debajo de su adversario.
Treinta segundos faltaban para que terminara la lucha si ambos continuaban en esa posición.
El rojo igualó el contraste entre aquellos dos rostros. Uno pujando por salir, el otro intentando mantener la retención.
Los relojes avanzaban con asfixiante lentitud.
La situación se tornaba difícil para el campeón reconocido.
Treinta segundos eran necesarios para que la competencia por equipos terminara.
Walter no podía con Valentín.
Treinta… tan sólo treinta segundos para que el árbitro levante la mano de Valentín… o la lucha continúe si Walter conseguía ponerse de pie.
De pronto el sonido de un silbato, dulce para unos y amargo para otros, marcó el fin de la lucha.
Walter se levantó enojado y se retiró del tatami sin saludar a su adversario-compañero, enojo que se convirtió en llanto cuando la furia de su mamá lo abofeteó.
Valentín ganó y levantó la copa -trofeo que no llevó a su provincia- junto a los integrantes del equipo sureño. Su vuelta a casa fue un regreso con manos vacías, hostigado por compañeros y entrenador “por no haberse dejado ganar”.
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Los que tienen un gesto espontáneo de compasión no saben sin duda cuánto bien hacen. Sin saberlo siquiera, invitan a quienes alcanza su gesto, a abandonarse con confianza a los impulsos de su alma.
Marie de Hennezel
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martes, 2 de diciembre de 2008
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Relato que deja una enseñanza entre la competencia de dos rivales, y el hostigamiento de quienes hacen del deporte una cuestión de vida o muerte, cuando en realidad debería ser la transparencia de la voluntad y el esfuerzo. Hermoso relato Analía.
ResponderEliminarUn abrazo. Víctor H. Tissera
Hermoso cuento Analía, la competencia, el egoísmo, el dolor bien reflejado todo en esta maravilla.
ResponderEliminarUn abrazo Gus.
Muchas gracias mis queridos Gustavo y Víctor. Valoro sus conceptos y su tiempo para leer mi cuento.
ResponderEliminarUn abrazo y mi cariño
Analía
Con voz indudable y propia
ResponderEliminarque lleva grabada en sus escritos
se hacen palabras sentidas
en viajes de idas y vueltas.
Con alegría manifiesta
crecen ricas y floridas.das.
Dan frutos por ser autéticas.
Se proyectan en otras vidas.
Oscar Néstor.
La Plata.
http://sensacionesnuevasblogspotcomar.blogspot.com
Bello y justo homenaje a un deportista de ley. Felicitaciones, Analía.
ResponderEliminarAlicia Perrig
Muchas gracias querida Alicia, es un homenaje que le debía a una persona pegada a mi corazón.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Oscar.
Un cariño y mi agradecimiento por ocupar vuestro tiempo para leer mi texto.
Analía