-Madrid, España-
Veintitantas letras
El alfabeto es un grupo de símbolos, llamados letras, que utilizados con un orden determinado representan el lenguaje. Son veintitantas letras, no más…
Forman las palabras.
Me enseñaron las letras.
Las palabras se forman de letras.
Pero no me dijeron cómo vivir las palabras.
Me enseñaron cómo comportarme, cómo manejar algunas palabras.
Pero se olvidaron de decirme el significado de algunas de ellas.
Las he tenido que buscar en el transcurso de la vida. Construirlas con veintitantas letras, poca cosa al parecer, ¿verdad?
Las palabras que luego he encontrado, son palabras que tienen que ver con la vida, con la muerte, con la poesía, con el misterio… Son palabras que casi nadie escribe en un teléfono móvil. Son palabras condenadas a muerte.
Conjugo estas palabras cada día. Acaricio la mezcla de letras que las forman. Siento el misterio de su orden aleatorio. Susurro la mezcla de vocales y consonantes y me echo a soñar…
En todo este laberinto de símbolos, ninguna Ariadna me va a prestar ayuda.
Escribo. Junto letras. Formo palabras. Y tengo la esperanza -bendito sea el destino que algunos dicen que existe- de que todas ellas juntas conduzcan a alguna parte.
Que todas ellas formen una escalera al cielo…
……………………………………………………………………………………………2006
Al final del camino
La veía pasar todos los atardeceres pedaleando en una vieja bicicleta. El reflejo de la silueta en el agua del canal se desgajaba entre latas oxidadas y neumáticos mohosos. El agua aceitosa teñía de arco iris el difuso dibujo de la ancha pamela blanca de la ciclista sobre el caudal estancado. Era junio y llovía, como siempre. A la anciana dama no parecía importarle, pedaleaba con parsimonia y el faro amarillento de la bicicleta carraspeaba una luz rojiza a cada golpe de pedal.
Sé que no hay nada al final del camino del canal, sólo búnkeres derruidos y cráteres cubiertos de hierba rala. Más allá, la planicie se rompe en un brusco acantilado. La playa, bajo el cielo en blanco y negro, está desierta y la pamela me recuerda a una gaviota volando sobre la arena negra, cerca de las olas erizadas por el viento de poniente.
Nunca quiso hablar conmigo. Pedaleaba y pedaleaba, ida y vuelta, silencio tras silencio, hasta que aquella tarde de junio se paró frente al galpón en donde sobrevivo y me rogó que no la siguiera. Esperé hasta muy tarde, el faro de la bicicleta no apareció traqueteando de regreso por el camino. Me quedé dormido y nunca volví a verla.
El amanecer del día siguiente parecía tener una fluorescencia especial. Imaginaciones, pensé mientras me frotaba los ojos, los días eran iguales desde hacía mucho tiempo. El transistor no capta ninguna emisora y queda poca comida. Creo que nunca volverá a pasar nadie. El camino del canal ya no viene de ninguna parte. Qué más me da: nunca supe montar en bici.
………………………………………………………………………………………………………2004
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¿Acaso no destruimos a nuestros enemigos cuando los hacemos amigos nuestros?
Abraham Lincoln
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martes, 2 de diciembre de 2008
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