-La Habana, Cuba-
El sobrino
Cuando supimos que el viejo Matías había sido encontrado muerto en su cuarto, todos lo sentimos. En el solar somos pobres, pero muy solidarios con el dolor ajeno, en este caso, si no lo llorábamos nosotros, ¿quién lo haría?
Me vino a la mente aquel verso de “Dios mío, qué solos se quedan los muertos”, porque éste era el difunto más solo del universo, ni un hijo, ni una esposa, ni un hermano vivo, nadie que viniera a darle un entierro decente.
Estábamos mi comadre Lola y yo aseando un poco el cuerpo, para que cuando vinieran a llevárselo a la fosa común no estuviera lleno de inmundicias, cuando por la puerta abierta hizo entrada un joven con un sobretodo azul.
Nos dijo que era su sobrino, se acercó al cadáver, le hizo la señal de la cruz y nos agradeció por cerrarle los ojos. Después fue directo para la cocina, buscó un cuchillo grande y comenzó a levantar una losa debajo de la cama. Del agujero extrajo una lata oxidada, de la cual sacó un fajo de arrugados billetes de baja denominación.
-Con esto nos da para hacerle un funeral humilde, pero decoroso –nos dijo tendiéndonos el dinero.
¿Cómo el viejo no nos había hablado jamás de este pariente? Sabíamos que venía del campo, pero nos dijo que sus dos hermanas habían muerto. Dio las carreras con nosotras, certificado de defunción, funeraria, floristería, hasta café para brindar a los vecinos del solar, que nos reunimos para acompañar a Matías a su última morada.
Al regreso me entretuve conversando con la comadre Lola. “¡Qué clase de muchacho!”, me dijo, “Si no fuera por esa joroba que oculta debajo del sobretodo, sería perfecto, ¿te fijaste qué ojos, qué sonrisa?”
Entonces fue que me percaté que el sobrino se nos había quedado atrás, ¡qué falta de educación la nuestra! Era nuestro deber pedirle que nos acompañara, al menos hasta que encontrara alojamiento en la ciudad, o le adecentáramos un poco el cuarto del difunto.
Le hice una seña a mi comadre y corrí de regreso a la tumba; justo a tiempo para verlo quitarse el sobretodo, desplegar las alas que creímos giba y elevarse, más allá de las copas de los álamos, rumbo a la nueva casa de Matías.
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…y en la hora del naufragio y en la de la oscuridad alguien te rescatará, para ir cantando.
María Elena Walsh
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martes, 2 de diciembre de 2008
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