¡Esto es vida! Dije al enrollarme en esas sábanas viejas, pero limpias, en esa noche de fiesta. Había leído algo de Julio, me refiero a Cortázar. ¿Escucharon alguna vez que hay gente que lo llama Julio? o en el peor de los casos, nuestro querido Julio, como si fuese el vecino de al lado, o el del frente, que vive en el Hotel de Belgique, o como si fuese querido de todos nosotros, usted, yo o quien sea. ¡Qué sabe el que así lo llama si yo lo quiero o no lo quiero! Con la tenue luz del velador de pantalla grande, más grande de lo que se necesitare. Mezcla de intelecto e incógnita. No era momento. Ahí recordé lo que me contó mi tío. En aquella ocasión en que tenía ya varios días de lectura de un texto de un escritor judío. Era lo que al tío lo limitaba en cada lectura. Sí. ¡Discriminador! Pensé. Pero claro, sólo para mis adentros. Bueno, en fin. Decía. El hecho es que lo leyó más o menos hasta la mitad. Diría más de la mitad. Cuando cayó en la cuenta. Qué expresión tan vulgar ¡cayó en la cuenta! Bueno, da igual, decía, que cayó en la cuenta, que hasta ese momento, no había entendido nada de lo leído. ¿Vio? Cuando usted lee, sin estar concentrado en lo que lee, y los renglones pasan como dirigidos por una mente, claro, que no es la suya. Decía, que había leído hasta la mitad o más o menos la mitad, cuando cayó en la cuenta que no había entendido nada de lo leído. Entonces decidió suspender la lectura en ese punto, o en esa coma, o en ese punto y coma, bueno, no sé, no tiene importancia. Decía que allí decidió, enérgicamente, comenzar desde el principio la lectura, y subrayando, aunque alguien creído erudito, le había enseñado en la secundaria, que los libros no se subrayan. Copiando tal vez, al maestro espiritual hindú Osho. Quien era bastante celoso con el tema del cuidado de los libros. Pero bueno, ese cuento es para otro tío. Ahora parecía ser la única forma de entenderlos, o de no perderse entre línea y línea y que obligue a seguir cada palabra con la punta del dedo índice, con el perjuicio de que si lee acostado el libro se le resbale y ¡ay! entonces sí que estará perdido. Más si se le cae sobre los lentes y se los doblan. Decía que ahora parecía ser la única forma de entenderlos. O por lo menos, entender a Cortázar, volátil y loco, como dicen que son los del signo de Acuario, aunque cabe aclarar que no sé de qué signo era Cortázar, bueno, sólo basta en tomar un libro de él, que supuestamente en toda casa debería haber, leído, o para formar esa extensa e inútil biblioteca que sólo sirve para acumular polvillo, claro, y para dar la imagen de hombre leído. ¡Bípedo implume! el que así lo hace. Decía que sólo basta tomar un libro de él, y leer en la escueta biografía de la contratapa, su fecha de nacimiento, pero no tengo ganas y no me interesa. En todo caso me detendría en mirar su foto, siempre acompañado por un cigarrillo a mitad consumido. ¡Apuesto el hombre! Decía en leer su fecha de nacimiento, pero al fin de cuentas, qué importa en qué mes ha nacido, si por ello no deja de ser quien es, o quien fue. Entonces, mi tío, como decía, comenzó a leerlo desde el principio, nuevamente. Al escritor, no a Cortázar, se entiende. Poco pasó desde ese comienzo para caer en la cuenta de que lo que estaba leyendo no valía la pena volver a leerlo. Pues suponía que ya lo había entendido antes de comenzar esta tarea…
Del libro de la autora: Recortes de un diario robado
Annabella Rinaldi
Neuquén Capital, Patagonia, Argentina
Cortàzar, es Cortàzar, amiga mia, su magia , tambien
ResponderEliminarMuy buen cierre para esta edición, querida Analía. Un relato distinto, ocurrente, contado con mucha gracia coloquial. Me encantó.
ResponderEliminarAbrazos y cariños.
Muchas gracias, Lina y Roberto.
ResponderEliminarMi abrazo
Cortazar....palabras mayores; su obra en mi biblioteca pero en sus páginas mis marcas de lapiz y algunas anotaciones Siempre Julio. Buen relato
ResponderEliminarMuchas gracias, Gustavo.
EliminarMi abrazo