viernes, 25 de febrero de 2022

Dora Zulema Lorusso

La casa azul 

“Mi conciencia tiene para mí, 
más peso que la opinión de todo el mundo”. 
 Cicerón 

El trabajo de la casa le resultaba más monótono que de costumbre. Se sentía agobiada, lenta. La patrona le había llamado la atención -lo había hecho con afecto- pero, la reprimenda existió, era evidente que algo estaba haciendo mal. Es que no podía sacarse de la cabeza a Manuela, la más chiquita de sus hijas. Tenía sólo cuatro años. Una desconocida enfermedad, que avanzaba día a día, la aquejada. El pronóstico no era halagüeño. Se hacía imprescindible la consulta con un especialista. El costo de esa consulta, para ella, era muy alto. ¿Cómo obtener el dinero necesario? La idea taladraba su cabeza. Oscurecía sus pensamientos. Lentificaba sus movimientos… Era una mujer que en silencio, clamaba por ayuda. Ayuda, que le había pedido a su patrona pero, la débil respuesta de ella parecía evaporarse en la esquiva lejanía de sus gestos, en los últimos días. 
Terminada la jornada de trabajo, regresaba a su casa, en los suburbios, barrio precario pleno de carencias. Sólo el sol se mostraba piadoso protegiendo el lugar. Era un largo, agotador viaje de retorno. Bajaba del colectivo local -después de una hora de tren- y aún tenía que caminar diez cuadras. En ese trayecto pasaba por la Casa Azul. La casa del pecado, como la conocían en la zona. Entonces, lo veía a él, al costado del portón de entrada. Alto, bien vestido, recibiendo a las mujeres que trabajaban allí. Él le reiteraba, en sucesivos días, al verla pasar: 
-Pago mil pesos por servicio. ¿Querés entrar? 
Muchas veces había cruzado de vereda al aproximarse a la Casa Azul. Sentía vergüenza que el hombre pudiera confundirla. Ella no llevaba esa vida. 
Cuando partía a trabajar a las casas de familia, él estaba allí. Cuando regresaba permanecía en el mismo lugar y repetía: 
-Pago mil pesos por servicio. ¿Querés entrar? 
No le contestaba, seguía caminando con la cabeza en alto, ignorando la oferta. 
Llega a su casa. Allí estaban sus hijos, haciendo los deberes bajo la mirada de la abuela. Su madre la ayudaba mucho. Allí estaba Manuela en cama. Cada día más débil. La niña le tiende sus brazos. La abraza. Su madre le comenta que no ha querido comer, que se ha quejado porque le cuesta respirar. Le prepara su comida preferida. Le da de comer en la boca. Se acuesta a su lado. Manuela se duerme escuchando dulces canciones de cuna que le canta su mamá. 
A la mañana siguiente, se levanta más temprano que de costumbre. Se esmera en su arreglo personal. Parte para el trabajo. Inicia su caminata diaria hacia la terminal de colectivos. Cuando pasa por la Casa Azul, él está allí, como esperándola. Esta vez le escucha decir: 
-Hoy estás más linda que otros días. 
Ella no contesta. Agradece con una triste sonrisa que no diga nada más, y entra a la Casa Azul. 


Dora Zulema Lorusso 
Lanús, Buenos Aires, Argentina

4 comentarios:

  1. Triste realidad que alcanza a no pocas mujeres.
    Tristeza, dolorosa tristeza.
    María Cristina Berçaitz

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  2. Un cuento admirable, muy bien llevado: la duda, la aflicción, el desconsuelo, la decisión inexorable. Felicitaciones. Gracias.

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