Tengo miedo de ese tiempo
que duerme en los tejados,
de esa garúa que ni siquiera es lágrima;
de tantos y tantos compases sin sentido
que tocan de revés hoy las campanas.
Y de soñar que el día es un cangrejo
tejiendo para atrás las soledades
y cubriendo de arena las pupilas
para no presentir amaneceres.
Hoy sé que detrás de las nubes está el mar
esperando que lluevan los albatros
que picotean la espuma de las olas
y respiran el azul entrecortado
entre el cielo y la tierra de mi aliento.
Me queda el miedo con olor a sal
en el rompiente sin voz de la resaca.
Y en la profundidad de las tormentas
recojo en oración mis pensamientos
frente al ocaso que se derrama inerte
dejándose una huella entre mis manos.
Y ya no sé si me voy o si regreso
por una esfera sin tictac de luna,
donde perdidas saetas de silencio
preguntan si es creciente lo que marcan.
Y tengo miedo de la luz que encuadra
el dintel infinito de la ausencia,
porque su resplandor se esconde sin permiso
en un rincón latente de mi pulso.
Por la puerta que entreabren las auroras
se deslizan las sombras conocidas,
mientras golpea una elipsis los cristales
y la garúa se redime en lágrimas.
Libélulas sin luz
Para olvidar el cansancio
quise ser como la lágrima nocturna
de una libélula.
Observo su vuelo
desde ninguna parte
hacia el círculo perfecto
que guarda una farola consentida,
en una danza sin rumbo y sin acento,
hasta ese espacio de ilusorio calor.
Choca el ala con la sombra más triste de la luz
y nadie puede escuchar el quejido
que emite mi párpado abierto.
Solo esa libélula parece comprenderme
con su lágrima de permanente espera.
La fila de oscuras siluetas
de figuras sin rostro,
que en esta noche parece inacabable,
se balancea nerviosa.
La espera en la parada se termina
y siento ese sonar de motor en la cintura
que ciñe mi pequeño universo
encerrado entre cuerpos extraños.
La libélula se quemó en la luz
y yo dejé en la fila
un poco sin sentido de mi tiempo,
bajo la débil redondez de una farola.
Pliego las alas y el autobús me lleva,
seguirá de parada en parada,
recogiendo libélulas sin luces,
con su runrún monótono.
Del poemario de la autora: Sol de Agosto. Editorial Poiesis, 2019
María José Calatayud Ponce de León
Costa Rica
Muy bellos poemas, María José. Bellas imágenes, magnífica estructura. Las metáforas lo envuelven a uno en un profundo mundo de emociones. Magnífico.
ResponderEliminarEmocionante; Huele a cristales, los versos: "Me queda el miedo con olor a sal...dejándose una huella entre mis manos"
ResponderEliminarHermoso poema, bellas imágenes con aroma a lluvia.
ResponderEliminarMaría Cristina Berçaitz
Isabel, Gloria Liliana y Cristina:
ResponderEliminarMuchas gracias.
Mi abrazo
Dos hermoso poemas, trémulos, plenos de sensaciones y de imágenes. Abrazos.
ResponderEliminarMuchas gracias Lina.
EliminarMi abrazo