martes, 4 de enero de 2022

Luis Benítez

Un pez en el acuario 

Su crimen fue la curiosidad o el hambre; 
tal vez sus padres ya eran esclavos 
de esos enormes rostros que, de tanto en tanto, 
se asoman entre la niebla del límite 
a ver al detenido o golpean el vidrio sin respuesta. 
¿A dónde se fue el océano, el océano 
sin paredes traslúcidas y sin luces lejanas? 
El misterio es un inmenso afuera 
que lo rodea todo y que le está prohibido. 
Lo sustituyó este mar minúsculo, 
donde cada tarde un dios avaro 
deja caer comida de los cielos: 
hojuelas que el cautivo atrapa, escupe y luego traga, 
antes de que se pudran entre las algas de plástico. 
Siempre activo, como un pensamiento 
dando vueltas y vueltas y vueltas 
en una cabeza que no lo deja partir, 
mirando permanentemente 
lo que no puede entender. 
La única certeza, una vianda que no se quiere admitir. 


Darle cuerda a las cosas 

El viejo reloj, olvidado sobre la mesa, 
tuvo su infarto y hubo que reanimar 
con los dedos su trabajo.
Lentamente volvieron a correr 
los días y las horas y por segunda vez 
sucedieron las cosas: las catástrofes en países lejanos, 
todas esas muertes y la suma de cada pasado nacimiento; 
las dudas que mordieron los minutos de cada uno, 
aquello que pasó un martes y se desmintió el jueves, 
el dolor de estómago del viernes,
la esperada llamada del teléfono, 
la vacía sustancia de aquel sábado.
Siete días arrastrando sus noches 
tornaron a cruzar veloces esas vías, 
pero sin parar esta vez 
en ninguna de sus estaciones. 
Así, entre los dedos, hasta llegar al hoy, 
a este presente, cuando el reloj ya en marcha 
se apresura a expulsarlo. 
Y en cada casilla que va recorriendo la hora, 
devuelta a sus dominios, 
la misma pregunta exacta vuelve a esperar, 
ardiente como una antorcha, 
sigilosa como una araña: 

Cuál de estas, de todo el círculo, 
será aquella que todo lo detiene. 


Apenas todo 

Viajera invernal, 
cónsul en mi país 
de todo el hemisferio norte. 
Ave errante y una, 
que ahora en mi ventana 
no recuerdas si comiste 
pan en Beirut o robaste
mijo en Transilvania;
si te acechó en Londres
una piedra o ese disparo 
te fue dedicado en Kentucky. 
Nada existe más que un momento, 
como los reflejos en tus alas oscuras 
de todo lo que viste, o las vidas 
de cuantos te vemos, cautivos de la tierra, 
siempre, como tú, lejanos y sin nombre. 
Imperceptible, menuda maravilla, 
para quien el sol es una lámpara 
y el mundo entero su pajarera. 


Luis Benítez 
Buenos Aires, Argentina

3 comentarios:

  1. Como se puede apreciar en estos tres poemas, la profundidad de las palabras y la bellísima utilización de las imágenes metafóricas, constituyen solo una pequeña muestra de la excelencia de Luis Benítez.
    Mis fervientes felicitaciones para él y su poética.
    Gracias, Analía, por darle tu preferencia.

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  2. Lina y Max:
    Muchas gracias por vuestros conceptos.
    Mi abrazo

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Analía Pascaner