Su crimen fue la curiosidad o el hambre;
tal vez sus padres ya eran esclavos
de esos enormes rostros que, de tanto en tanto,
se asoman entre la niebla del límite
a ver al detenido o golpean el vidrio sin respuesta.
¿A dónde se fue el océano, el océano
sin paredes traslúcidas y sin luces lejanas?
El misterio es un inmenso afuera
que lo rodea todo y que le está prohibido.
Lo sustituyó este mar minúsculo,
donde cada tarde un dios avaro
deja caer comida de los cielos:
hojuelas que el cautivo atrapa, escupe y luego traga,
antes de que se pudran entre las algas de plástico.
Siempre activo, como un pensamiento
dando vueltas y vueltas y vueltas
en una cabeza que no lo deja partir,
mirando permanentemente
lo que no puede entender.
La única certeza, una vianda que no se quiere admitir.
Darle cuerda a las cosas
El viejo reloj, olvidado sobre la mesa,
tuvo su infarto y hubo que reanimar
con los dedos su trabajo.
Lentamente volvieron a correr
los días y las horas y por segunda vez
sucedieron las cosas: las catástrofes en países lejanos,
todas esas muertes y la suma de cada pasado nacimiento;
las dudas que mordieron los minutos de cada uno,
aquello que pasó un martes y se desmintió el jueves,
el dolor de estómago del viernes,
la esperada llamada del teléfono,
la vacía sustancia de aquel sábado.
Siete días arrastrando sus noches
tornaron a cruzar veloces esas vías,
pero sin parar esta vez
en ninguna de sus estaciones.
Así, entre los dedos, hasta llegar al hoy,
a este presente, cuando el reloj ya en marcha
se apresura a expulsarlo.
Y en cada casilla que va recorriendo la hora,
devuelta a sus dominios,
la misma pregunta exacta vuelve a esperar,
ardiente como una antorcha,
sigilosa como una araña:
Cuál de estas, de todo el círculo,
será aquella que todo lo detiene.
Apenas todo
Viajera invernal,
cónsul en mi país
de todo el hemisferio norte.
Ave errante y una,
que ahora en mi ventana
no recuerdas si comiste
pan en Beirut o robaste
mijo en Transilvania;
si te acechó en Londres
una piedra o ese disparo
te fue dedicado en Kentucky.
Nada existe más que un momento,
como los reflejos en tus alas oscuras
de todo lo que viste, o las vidas
de cuantos te vemos, cautivos de la tierra,
siempre, como tú, lejanos y sin nombre.
Imperceptible, menuda maravilla,
para quien el sol es una lámpara
y el mundo entero su pajarera.
Luis Benítez
Buenos Aires, Argentina
Como se puede apreciar en estos tres poemas, la profundidad de las palabras y la bellísima utilización de las imágenes metafóricas, constituyen solo una pequeña muestra de la excelencia de Luis Benítez.
ResponderEliminarMis fervientes felicitaciones para él y su poética.
Gracias, Analía, por darle tu preferencia.
Delicia de poemas; mi enhorabuena.
ResponderEliminarLina y Max:
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros conceptos.
Mi abrazo