Siguió caminando
acompasada por el roce
de las medias de seda,
con su vestido de otoño.
El parque estaba desierto,
andaba entre las luces rosadas,
moradas,
blancas y amarillas,
luces crepusculares
que salían entre los árboles
y se hincaban en la hierba,
luces de las casas
que se recortaban
dentaduras imperfectas
contra el cielo crepuscular.
Balanceaba su bolso
y sonreía feliz.
Al pasar bajo las farolas
podía notar
el brillo de una lágrima
en sus mejillas arreboladas.
El barco
Espanta a las olas
bajo un sol que bosteza,
sujeto por viejas maromas
que al mundo sosiega,
invadido por la arena arremolinada,
empujado por el fiero viento;
barco que surcó planetas,
mares y profundidades
y llegó hasta el cielo
donde avivó el dulce amor
de una madre amamantando.
Hoy yace dormido,
con sus cuadernas podridas,
y miles de historias antiguas
para que las canten los poetas.
Oro llovido
Bellas aves cantan
para que ningún beso se pierda,
canto afinado y feliz
que se posa en los labios,
como oro llovido del cielo
de donde fluye el raudo,
atolondrado y alocado
silencio de nuestro amor.
Manuel Serrano
Valencia, España
Gracias a ti siempre por tu labor en pro de las letras en nuestra bellísima lengua que nos hermana.
ResponderEliminarAprecio tus palabras, Manuel. Siempre es un gusto publicar tus poemas.
EliminarMi abrazo
Bellísimos poemas donde las luces y la naturaleza toda, se aúnan para dar énfasis al canto interior.
ResponderEliminarMuy interesante poética. Gracias.
Muy agradecida, Lina.
ResponderEliminarMi abrazo