lunes, 22 de noviembre de 2021

Bernardo Lino De la Cruz

El tiempo y los académicos 

Soñé que me devolvían todo el tiempo perdido; era una especie de gala de sábado noche, tan espectacular como kitsch. Galano y engominado, recibía entre los aplausos de los desocupados de siempre en la tribuna, una caja primorosa con tapa corredera. El clímax del show era cuando yo deslizaba la tapadera y arreciaban los gritos de júbilo. Tenía por supuesto, que agradecer a la Academia del Tiempo y a los Cronojurados, unos vejetes que igualmente peripuestos, asentían sonrientes y benévolos a cualquier acto torpe o dubitativo que yo pudiera cometer. 
Creo que soñar estas cosas hablan de lo insatisfecho o inseguro que a veces me siento con respecto a mi pasado; a mis manías, como la de extraer hasta la última semilla de cualquier fruta que me coma, o alinear tanto los soldaditos en mi infancia, como los botes de conservas esta mañana. 
Cuando me puse frente al micrófono, sentía que tenía que agradecer la deferencia de los académicos y la institución; el que se hubieran fijado en mí, un oscuro ciudadano que no había batido ningún récord, descubierto ningún principio activo milagroso, ni arruinado banco alguno. Frente a la sonrisa de los gerontodémicos, me animé a extraer uno de los rollos contenidos en la caja; la idea era darles las gracias, concretamente, por ese momento, y proseguir, si fuera necesario, extrayendo papiros, hasta dar una idea consistente de mi gratitud. 
Desenrollé y leí en voz alta el primero del ángulo superior izquierdo (suponía un estricto orden cronológico); no estuve de acuerdo con su presencia en la caja. Tocar la guitarra para un becerro que lleva dos días muriéndose, no es perder el tiempo, y así lo dije ante todos. 
Saqué un segundo “tiempo perdido”: ... ¿que un día mirando peces desnudo en un lugar apartado de Ibiza es perder el tiempo?, ¡vamos hombre! Puse la caja en el suelo y saqué un manojo con una cierta mala leche; sólo uno de aquellos cilindros en mi mano, pudo ser considerado por mí, recuperable hoy: eran vueltas y vueltas con mi coche intentando aparcar en la misma manzana donde vivía, cuando el tiempo invertido, era mayor que volver caminando desde un par de kilómetros viendo pasar la vida. 
Airado, defendí la observación de las aves, el café con cigarro y minutos, o una lenta secuencia de besos desde la encrucijada al cuello, con sus correspondientes escalas, y viceversa. 
No sé en realidad si desperté, o fui desposeído de un regalo inesperado por un juzgado reaccionario y aburrido. Es una suerte que no recuerde muchos de esos papeles, porque así, no tendré ningún pudor o prevención en volver a malgastar los mismos minutos que me dieran placer intrínseco. 


Bernardo Lino De la Cruz 
Valladolid, España 

2 comentarios:

  1. Leo este relato despojado, audaz e irónico y me queda un regusto de grato divertimento. Estupendo.
    Gracias por acercarlo hasta nuestros ojos, Analía.

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