La rebelión de las cosas inanimadas
Percibió que era uno de esos días en los cuales solía ser protagonista de triviales pero, molestos accidentes caseros. Al acudir a contestar el teléfono, el borde levantado de la alfombra de la sala, hizo que trastabillara produciéndole un doloroso esguince de tobillo. En su intento de asirse a algo para no caer rozó una lámpara de pie que cayó estrepitosamente al suelo. Al reponerse mientras vendaba su pie, una vaga incertidumbre de sensaciones removidas no del todo claras, la invadió confundiéndola. Sentía que era objeto de una fugaz confabulación de elementos inanimados. Más tarde, mientras preparaba el almuerzo - con el ímpetu habitual con que cortaba los vegetales - sintió el ardoroso calor de su sangre brotando entre sus dedos. Fue al lavabo, abrió la canilla. El agua se teñía en estrías disparejamente rojizas. Las vetas sanguinolentas que cubrían el blanco enlozado le recordaron aquel cuadro de pintura abstracta que la desconcertara en la vernisage de Pablo, su amigo.
Luego de desinfectar la herida, la cubrió con una gasa adhesiva. Padecía una viscosa incomodidad que iba más allá de la cuestión física. Pensando en su tobillo y su mano vendada intentó adivinar algún otro eventual problema próximo. Todo lo observado le resultaba de mayor o menor peligrosidad, dependiendo del factor suerte, factor que últimamente no parecía acompañarla. Continuó con las tareas hogareñas. Sumergida en ellas para terminar cuanto antes, decidió poner al día el lavado general de la ropa. Como era su costumbre separó la misma según clase y color. Al arribar a las camisas de su marido, notó en dos de ellas indudables rastros de rouge en el cuello. No se dejó atrapar por los celos y buscó encontrar alguna explicación razonable. No la halló, pero inventó otras probables. Poco después un celular olvidado en el escritorio, acrecentó sus dudas. Revisó mensajes guardados… las certezas se apoderaron de ella.
Un fuerte dolor de cabeza comenzó a acosarla. Buscó nerviosamente un analgésico. El frasco que los contenía se cayó de sus manos desparramando las píldoras por el suelo como festival de bolitas arrojadas todas juntas buscando la “lechera”, imagen que remedaba aquel lejano juego infantil, que compartiera con sus amigos de la cuadra.
Arrodillada - recogiendo las píldoras - una nítida aparición hizo aflorar su congoja. Se vio pequeña caminando junto a su madre, aquella vez que cayera al tropezar con una piedra. Experimentó retrospectivamente el abrazo consolador, el beso posterior y el eco tibio de sus dulces palabras:
Mala la piedra que lastimó a mi niña.
Con la última píldora recogida la evocación de su madre se diluyó al secarse las lágrimas. Y… suele ocurrirle que cada vez que sufre la rebelión de las cosas inanimadas o situaciones con seres amados hieren sus sentimientos, experimenta la profunda tristeza de no ser aquella pequeña cuya mamá la protegía de las piedras malas.
Dora Zulema Lorusso
Lanús, Buenos Aires, Argentina
Que lindo escribís Dora! Es un placer leerte!
ResponderEliminarUna historia muy tuya Dora... una gran escritora... Como siempre impecable pluma !!!
ResponderEliminarCuánta sensibilidad, cuánta dulzura, cuánta ternura se desprenden inesperadamente a partir de un accidente cotidiano.
ResponderEliminar¡Y qué gusto fue leerte!
Qué sutileza! La historia secreta que se abre paso a través de la trama visible!
ResponderEliminarMuchas gracias a todos ustedes.
ResponderEliminarMi abrazo
Analía