Como una hoja en el viento
Era por los años
del silencio que iniciamos nuestros llamados
Por las noches
marcábamos
números
o llamábamos
a puertas
cerradas en las que nunca otros puños golpearon
Nuestros ojos
cerraban ventanas abiertas a soles negros
Los días eran
agobiadores estados de silencios
alguna vez
pausadas voces cayeron
desde el sol
poniente
(pequeños pájaros de caza en medio de las
aves tardías de color acero)
para suprimir enigmas y noctambulaciones
Por esas noches
cavamos un largo túnel entre las hojas de los calendarios
y el compendio
de los siglos
nos llevó hasta
las calles ignotas en la ciudad secreta
En estaciones
yermas
en
el desierto de lava y arena
nos aguardamos
Por largos
caminos recorridos por el viento nosotros caminantes erigimos
monumentos a los
dioses del olvido Hubo sepulturas en cavernas
También
abandonamos antiguas osamentas en el antro de los perros
En las covachas
de los vagamundos siderales emergimos
por los días de inicios de verano
para poner
término a las viejas estaciones del tiempo anterior
Allí
en el submundo de la sal y de las sábanas
teñidas con el óxido del atardecer
-bordadas con pájaros negros y soles
húmedos-
nos creamos un
nuevo mundo hecho de trozos y destrozos de nosotros mismos
(un atardecer de inicios de siglo nos
encontramos a las puertas
del reino de Babilonia)
(En los muros derruidos de nuestra Jericó
la trompeta Miles David anunció la caída
de los ángeles oscuros de la soledad)
Por esos tiempos de luces astrales
asustaba por las noches
a las vírgenes ancianas escondidas en conventos y casas de
reposo
con mis plumas y pinceles
con mis voces de niño mimado y obsceno
Había entre nosotros unos seres sin rostro ni manos que nos
arrastraban por las calles
sin rumbo ni motivos
encadenados a sus cintos y a sus palabras
(sólo la turbiedad nos envolvía por esos tiempos de los
días finales)
Cada anochecer
llamábamos
a
ciegas
para saber de lo
que en los otros países sucedía
y nos
preguntábamos cómo estábamos
y cuántos días
aún faltaban para ver nuestros rostros reflejados
en los cristales
de los aeropuertos
El río fue y
volvió en múltiples ciclos de ciento veinte días y nos trajo
o nos llevaba
noticias de manos y labios dejados en las riveras de los relojes
Allí
en el borde del
cielo atamos nuestros nombres
como citatorio
para un futuro que se niega a tomarnos en sus brazos
por estos días
Alguna vez
Algún día
Alguna noche
cuando los cielos se ven surcados por las
luces
volveré
o
volverás
o
vendrás como una hoja de viento
Octubre 2011
Frans Gris
Los Troncos, La Cisterna, Santiago
de Chile
Analía, no puedo menos que agradecerte la inclusión en la revista de este increíble poema. Las imágenes, abarcativas de la cruda realidad, son impecables y están contenidas a lo largo de una asombrosa estructura poética.
ResponderEliminarMis sinceras felicitaciones al autor.
Muchas gracias por tus apreciaciones, Lina.
EliminarCariños
Analía
Y uno lee a Frans Gris, y entiende por qué "todas las hojas son del viento"; que un paseo ancestral ya soltados de las manos, puede perturbarnos hasta el fondo del silencio a la espera de un llamado, una noticia, un encuentro de ojos y de audacia al volver hoja, volados por el viento, semilla y siembra. Profundo y bello poema. Gracias Poeta, gracias Anita por compartirlo para nuestro deleite.
ResponderEliminarAgradecida por tus conceptos, Ana.
EliminarMi abrazo
Analía
Un hermoso poema. Gracias Analía.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura, Susana.
EliminarMi abrazo y mis mejores deseos
Analía