Chalinas
Odio estar entre estas mujeres. Esa
maldita costumbre de asistir a una cena con tu pareja y, una vez allí, todos
los hombres se juntan a beber en el patio mientras se asa la carne y dejan a
las mujeres agrupadas dentro de la casa para que “compartan”. Comparten el
pellejo y la sangre de ellos y de las que no vinieron. Las escucho y no sé cómo
desconectarme, recitar mentalmente la tabla de multiplicar ya no me sirve.
Enterarme que los gases del marido la tienen loca a una. Que el marido de la
otra está pidiéndole sexo exótico y ella no quiere saber nada. Que aquélla se
queja que, al contrario, su esposo ni la toca y sospecha que tiene un amante.
Que la gastritis, que… toda la intimidad alrededor de la mesita con bebidas de
dieta y bocaditos. Me tienen harta. Y, siempre lo mismo, la frase fatal: “vos
nunca contás nada”. Y yo, que pongo cara de estúpida y me encojo en el sillón,
dejándolas pensar lo que quieran.
Qué puedo contarles. Que me casé con
el más guapo de todos, eso que envidian. Que era el ser más dulce y amable del
mundo. Que sentí que tocaba el cielo con las manos, yo, la que era poco menos
que una sirvienta en la casa de mi tía, recogida de lástima después que mis
padres se mataran en un accidente. Que la noche de bodas, cuando me vio
aterrada, me abrazó con ternura, me dio un beso en la frente y me dijo con tono
lleno de miel: “tranquila, cuando estés lista, todo se dará”. Y yo me sentí
única, amada y comprendida; así que dormimos enlazados sin hacer nada y
disfrutamos la luna de miel como novios… Un mes después ya quería algo más y
fui yo la que lo busqué en la cama. No estaba preparada. El empujón me tiró fuera
de la cama, terminé en el piso sin entender nada y él saltó sobre mí. Sentí sus
manos en mi cuello y una voz desconocida me dijo: “pongamos las cosas en claro,
yo no quiero sexo con vos, no me interesás” y sus manos que apretaban cada vez
con mayor fuerza. Sin aire escuché la verdad sin concesiones: “me casé para que
no hablen pero, que te quede claro, no me gustan las mujeres… y no se te ocurra
decírselo a nadie porque te mato, ¿entendiste?”
Sin aire, con los ojos a punto de
reventar, asentí… y así comenzó.
Al día siguiente me miré en el espejo
y tenía una marca morada como un collar, él apareció con una chalina de seda
bellísima y me la acomodó cuidadosamente, fijándola con un broche de plata…
siempre tuvo un gusto exquisito para esas cosas. Me susurró y sonó tan
siniestro como el silbido de una serpiente: “andá a la oficina y cuidá que no
se te desacomode la chalina, no querés que nadie sepa lo nuestro… tratemos de
ser buenos amigos”
Y durante cuatro años jugamos a ser
una pareja de amigos… él jugaba, yo sólo mantenía la boca cerrada e iba
coleccionando chalinas… porque cualquier cosa que le desagradaba terminaba
marcándose en mi cuello.
Entonces fue cuando trajo a su primo a
vivir con nosotros. No sé si le creí o es que vivía atontada. Pero la segunda
noche, los ruidos en la habitación no dejaban lugar a dudas. No era un primo el
invitado. No aguanté más y comencé a golpear la puerta con los puños.
Al otro día estrené otra chalina…
también tuve que ponerme una camisa de mangas largas, pese al calor, porque
tenía los brazos llenos de moretones…
Y me trae como si fuera su muñeca a
estas cenas para juntarme con mujeres curiosas. Esposas normales con planteos
normales… si les contara…
Pienso en las chalinas… tengo tantas. De
seda, resistentes. Ya medí la altura de la viga y sólo me queda atarlas en un
largo dogal… pronto, sí muy pronto… ahora que me dijeron que quieren tener un
hijo.
Blanca Salcedo
Formosa,
Argentina
Me parece impecable; es fuerte, verosímil, muy bien narrado y con un final durísimo. ¿Qué más se puede pedir?
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Muchas gracias por tu lectura y tus conceptos, Lina. Intenso el cuento, sí.
EliminarMi abrazo
Analía
Me resultó perturbador. Excelente
ResponderEliminarGracias por tu lectura.
EliminarSaludos
Analía
Desde ahora prestaré atención a las chalinas, que tan hermosas lucen sueltas, atadas, con boches o anudadas. Las hay de todas formas y colores... Siempre las imaginé redoblando la elegancia. Impactante! Estremecedor desenlace y fantástico final. Gracias Blanca por compartir esta historia, casi un llamado de atención por ese "pequeño detalle".Me encantó! Gracias Anita por la excelente selección de Obras de cada edición. Un abrazo a las dos
ResponderEliminarAgradezco tu lectura, Ana.
EliminarCariños
Analía