sábado, 20 de junio de 2020

Analía Pascaner

Hoja perdida de un diario personal

Fotos. Papeles descoloridos. Un sobre rosado, otro celeste. Cartas. Pastilleros de plata, de nácar o laqueados. Retazos de telas. Botones. Un tocado. Una hebilla. Una cinta. Un moño. Dibujos infantiles. Todo amorosamente acomodado en varias cajas, tan diversas como todo lo que se escondía adentro. Diversión, asombro, curiosidad, tantos sentimientos brotaban mientras yo me deleitaba con historias contadas con paciencia y detalle. Un mundo fascinante el ropero de la abuela. Ella siempre me complacía sacando alguna caja llena de recuerdos, al pedirle ver sus cosas “de cuando era joven”. Anécdotas, risas y lágrimas. Sólo conocí a mi abuelo a través de sus palabras y ya desde pequeña, mi abuela se convirtió en mi refugio y su casa en mi remanso.
El paso del tiempo fue acomodando sus jugadas y ya no compartíamos tantos momentos alrededor de los recuerdos. Nos enriquecían horas de charlas, los intercambios de recetas de cocina o de hierbas medicinales. Disfrutábamos la mutua compañía, la complicidad, la dedicación. Me escuchaba sin horario, su sonrisa radiante, fundiendo su mirada con la mía; yo me maravillaba con su sabiduría, con su piel blanca y suave, sus manos sobre las mías.
Durante unos pocos meses se fue apagando, en silencio y sin sufrimiento físico. Su partida fue un golpe desgarrante para mí. Me quemaba tan profundamente que ni siquiera sabía adónde sentía el dolor. Jamás imaginé cuánto duele perder a un ser amado. Quedé paralizada, y cuando el fuego y la angustia dieron paso a la tristeza y la nostalgia, me concentré en el primer año de la universidad.
Había que desocupar la casa de la abuela y mi madre comenzó con la titánica tarea de reacomodar muebles, ropa, recuerdos: regalar, conservar, tirar. Mis clases, libros, idas y venidas, eran suficientes motivos para no pensar. No quería escuchar o ver las cosas que mi mamá contaba o traía de esa casa que no soportaba imaginar vacía. Al comenzar las vacaciones, ella me comentó que había un armario que tenía cosas que tal vez podrían interesarme. Abrumada aún, regresé a esa casa y volví a desarmarme en llanto, herida y sola, frente al ropero de la abuela. Me solidaricé con mi mamá y la acompañé día tras día, dolor tras dolor, primero desocuparía el ropero y luego la ayudaría con el resto de la casa. Con respeto y cuidado, revisé esas cajas tan conocidas, leí unos pocos papeles, miré algunas fotos, evoqué las historias de cada objeto, sonreí, lloré. Recuerdo tras recuerdo iban pasando los días. En cierta oportunidad al sacar un cajón, descubrí un papel doblado y gastado que nunca había visto; mientras lo abría cuidadosamente se iba desmenuzando en los dobleces y debí rearmarlo sobre la cómoda. Leía y releía sin poder creer, había visto películas con situaciones similares pero ésta era la letra de mi abuela, las palabras de mi abuela. El papel estaba arrancado y supuse que sería una hoja de un diario personal. Ya en mi casa, para conservarlo, pegué ese papel sobre otro y lo coloqué en una de mis cajas personales. A partir de ese momento era responsable y guardiana del recuerdo mejor guardado de mi abuela.

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3 de junio de 1923

Este domingo me está aplastando. Me siento agobiada.
Hace dos días estuve con él. Era uno de esos días en que las cosas se empeñaban en salir mal: los pasos equivocados, las palabras incorrectas, los tropezones inesperados. Sí, uno de esos días en que todo está torcido, uno de esos días para olvidar. Y entonces él apareció.
Muchos meses sin verlo, aunque nunca se va completamente: quedo atrapada en su voz pausada y sugestiva, en sus caricias tiernas y provocadoras, en su mirada franca y penetrante.
Cada día me siento en un banco de la plazoleta a varias calles de mi hogar. Detengo el tiempo leyendo sin leer, estando sin estar, sin siquiera saber si acaso lo encontraré. Y cuando está a mi lado, simplemente me pierdo. Mis pensamientos se fugan cuando debería concentrarme y averiguar quién es, de dónde viene, qué hace, por qué desaparece. Nunca me habla de él. ¿Quién es…? Preguntas que surgen más tarde, cuando estoy en calma y él seguramente estará muy lejos de aquí.
Ah… mi querido compañero… Jamás sabrás en quién pienso mientras transitamos la vida juntos. Hora tras hora, rutina tras rutina. ¿Tendría yo el valor de confesártelo? Me perdonarías, seguirías a mi lado y callarías evitando el tema, cerrando la puerta detrás de tremenda revelación.
¡Y tú, desconocido! ¡A ti te hablo! Debería odiarte. Pretendes atenuar nuestro deseo con una separación y luego me buscas. Tu seguridad, mi entrega y nuestra urgencia nos sacan de esa plaza. Tu recuerdo me estremece, tu presencia me alborota. Tu respiración incitante, tu piel ardiente. Tu ser fundido con el mío, invadiendo mi cuerpo, exaltándonos de placer. Desde hace dos días sólo existo para ti, por ti. Mi piel se eriza, mi respiración se torna incontrolable, mi corazón galopa desenfrenado. La ropa me aprieta, me siento inquieta. Anhelo recorrer con mis besos todo tu cuerpo. Ahora mismo quisiera morir en tus brazos.
Hace tan sólo dos días se cruzó nuevamente en mi camino. No tengo clara conciencia acerca de lo sucedido esa tarde. Mi razón me abandonó para no opacar mis sentimientos. En ese día negro, él me trató como yo necesitaba, me arropó con una manta de colores, con ternura y calidez. Supo una vez más cómo llegar hasta mí y envolverme íntegramente. La magia brotó en el instante preciso.
Y hoy, mientras este domingo se desvanece con insoportable pesadez y los minutos se acomodan en solitarias horas, intento desvelar si amo a este desconocido. Costumbre o amor, deseo o amor, soledad o amor. Debería olvidarlo. Sin embargo, seguiré caminando hasta la plazoleta, me sentaré a esperar, algún día aparecerá y yo, aturdida, conmocionada e inmensamente complacida, volveré a sucumbir ante su presencia.

Julia
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Abuela querida mía:
Tu recuerdo me acompaña siempre, vive en mi alma, en mis hijos y en mis nietos.
Hace muchos años, en mi jardín enterré la hoja perdida que encontré aquel día. He decidido que tu secreto muera conmigo, sólo está grabado en mi memoria.
¿Sabes, querida abuela? Cada domingo pienso en tu espera, en ese hombre desconocido, en tu entrega pasional, en tu silencio. Cada domingo pienso si lo habrás amado.
Cada domingo pienso que si yo hubiera vivido una pasión como la tuya, tal vez jamás me habría sentido sola.


Analía Pascaner
Buenos Aires – Catamarca

8 comentarios:

  1. Un poco o un mucho de lo tanto que nos dejan las abuelas, que generalmente atesoramos ahí, en lo que pasa a ser la cajita de los recuerdos y desde donde ellas, no se van nunca... Un relato cálido, curioso, y con un respeto inmenso por ese secreto que para cada uno de nosotros queda abierto, pero te aseguro, le encontraste el cofre del silencio eterno que nos da la Tierra, donde seguramente se sentirá abrigado y libre. Me encantó leerte Analía. Gracias! Abrazo grande

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    1. Muchas gracias por tus conceptos querida Ana. Me reconforta que hayas disfrutado el cuento, me encantó escribirlo pues he fusionado a varios seres amados por mí. Miles de gracias!
      Mi abrazo y mis mejores deseos para vos y tu gente
      Analía

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  2. Bellísimo. Mi corazón acompañó cada letra, cada palabra. La vida desdoblada, anhelante. Prohibida.
    Abrazo grande.
    María Cristina Berçaitz

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    1. Muchísimas gracias querida Cristina! Me reconforta leerte pues puedo comprobar que he sabido transmitir mis sentimientos. Miles de gracias!
      Mi abrazo y mis mejores deseos para vos y tu gente. Dios permita que algún día volvamos a compartir una mesa de lectura, con alegría
      Analía

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  3. Cada párrafo, cada circunstancia, me llenaron de estremecimiento. Un inesperado secreto del alma compartido a través del tiempo y la amorosa decisión de resguardarlo definitivamente.
    Mis felicitaciones por este relato tan conmovedor, Analía.
    Un fuerte abrazo,
    Lina

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    1. Muchas gracias querida Lina, por tu lectura y tus conceptos. Me agradan tus palabras pues ahora leyendo tu comentario y los de Ana y Cristina, siento que he sabido expresar mis sentimientos. Miles de gracias!
      Mi abrazo y mis mejores deseos para vos y tu gente
      Analía

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  4. Gracias Analía tus palabras llegan muy lejos, me haces bien, me acompañas. Gracias

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    1. Muchas gracias por tus amorosas palabras, querida Mimí, también me hace bien leerte.
      Muchos cariños y mis mejores deseos cada día

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Analía Pascaner