Siempre estuve atenta a las reacciones del cuerpo en
diferentes situaciones. Tal vez en respuesta a la necesidad de controlar la
pérdida de aire que me ocasionaban los broncoespasmos a partir de los cinco
años y de no saber cómo nombrar lo que sentía. ¿Curioso, no? Justo en los años
en que todo lo que nos roza y estremece requiere de palabras.
El cuerpo me advertía y debía interpretar esas señales:
el cambio en el ritmo de la sangre, la abundante saliva, un estallido que nacía
del esternón hasta el extremo de las orejas y cierta presión abdominal
anunciaban la falta de aire. Contaba en forma regresiva del uno al diez, y
pensaba cómo explicar a mamá lo que sentía, cómo explicar, en qué idioma, la
ausencia de aires y la precariedad de las palabras.
Así redescubría que los compases de la respiración
respondían a cierta cadencia y que cuanto menos pensaba en el ahogo más aire
llegaba.
Después supe que esa muerte sutil volvía al correr o
jugar, o al reírme mucho. La humedad de la casa y el frío también
acechaban por las noches… entonces al soñar despierta o susurrar frases sin
sentido, me invadía la misma sensación de vagabundeo con la que hoy atravieso
estas calles hacia el reencuentro.
A punto de llegar, distraigo la mirada sobre las ramas
del sauce que casi rozan la vereda. Y por eludir cualquier inquietud, veo en
aquella vieja construcción una ventana abierta por la que asoma una tétrica
figura que tal vez imagine placidez en mi andar manso. Sin embargo desde
las puntas de los pies crece un estertor y se expande por ambos bordes de la
ingle, se cierra en círculos a la altura del estómago, dispara un calambre como
flecha hacia el centro del pecho: tiernos espasmos viran los latidos más y más
intensos. Ya nada me distrae, quiero que estés aquí, enfrente, antes que todo
el cuerpo se interrogue lo que en más o menos dos horas será evidencia: para
qué vine…
¿Cómo y con qué medicar el cuerpo? Atender a los
síntomas, identificar la dolencia, persuadir al organismo, calmar, ¿curar?,
mantener, controlar. ¿Cuál es la medicina para contrarrestar este dolor intenso
cuando los vasos sanguíneos bullen en torbellinos? Anoche por ejemplo, creo que
di cien vueltas y ni una sola estampa pudo apartar la niebla que aturdía los
sentidos. Hubo cantos de pájaros nocturnos, hubo un mullido paso de algún gato
sobre la pared, hubo gruñidos del perro y sus presuntas pesadillas. Más
allá un respiro desde la otra habitación y un sobresalto a mi costado. Pero ni
una estampa, ni un recuerdo para volverme a mí…
Del libro
inédito de la autora: Dos horas
María Pugliese
Muñiz, Buenos Aires, Argentina
Mi madre fue asmática, y ver su sufrimiento anhelante del aire esquivo, me producía una enorme desazón; aquellos ojos que se abrían buscando oxígeno y daban sentido a la frase de Antón Chejov: "El miedo tiene los ojos grandes"
ResponderEliminarDescribe Ud. muy bien las sensaciones internas y externas, escribe de un modo, que da placer leer. Gracias.
Gracias a ti, Fénix, por tu lectura atenta.
EliminarMis cordiales saludos y mis mejores deseos
Analía