miércoles, 27 de mayo de 2020

María Pugliese


Siempre estuve atenta a las reacciones del cuerpo en diferentes situaciones. Tal vez en respuesta a la necesidad de controlar la pérdida de aire que me ocasionaban los broncoespasmos a partir de los cinco años y de no saber cómo nombrar lo que sentía. ¿Curioso, no? Justo en los años en que todo lo que nos roza y estremece requiere de palabras.
El cuerpo me advertía y debía interpretar esas señales: el cambio en el ritmo de la sangre, la abundante saliva, un estallido que nacía del esternón hasta el extremo de las orejas y cierta presión abdominal anunciaban la falta de aire. Contaba en forma regresiva del uno al diez, y pensaba cómo explicar a mamá lo que sentía, cómo explicar, en qué idioma, la ausencia de aires y la precariedad de las palabras.
Así redescubría que los compases de la respiración respondían a cierta cadencia y que cuanto menos pensaba en el ahogo más aire llegaba.
Después supe que esa muerte sutil volvía al correr o jugar, o al reírme mucho. La humedad de la casa y el frío también acechaban por las noches… entonces al soñar despierta o susurrar frases sin sentido, me invadía la misma sensación de vagabundeo con la que hoy atravieso estas calles hacia el reencuentro.
A punto de llegar, distraigo la mirada sobre las ramas del sauce que casi rozan la vereda. Y por eludir cualquier inquietud, veo en aquella vieja construcción una ventana abierta por la que asoma una tétrica figura que tal vez imagine placidez en mi andar manso. Sin embargo desde las puntas de los pies crece un estertor y se expande por ambos bordes de la ingle, se cierra en círculos a la altura del estómago, dispara un calambre como flecha hacia el centro del pecho: tiernos espasmos viran los latidos más y más intensos. Ya nada me distrae, quiero que estés aquí, enfrente, antes que todo el cuerpo se interrogue lo que en más o menos dos horas será evidencia: para qué vine…
¿Cómo y con qué medicar el cuerpo? Atender a los síntomas, identificar la dolencia, persuadir al organismo, calmar, ¿curar?, mantener, controlar. ¿Cuál es la medicina para contrarrestar este dolor intenso cuando los vasos sanguíneos bullen en torbellinos? Anoche por ejemplo, creo que di cien vueltas y ni una sola estampa pudo apartar la niebla que aturdía los sentidos. Hubo cantos de pájaros nocturnos, hubo un mullido paso de algún gato sobre la pared, hubo gruñidos del perro y sus presuntas pesadillas. Más allá un respiro desde la otra habitación y un sobresalto a mi costado. Pero ni una estampa, ni un recuerdo para volverme a mí…

Del libro inédito de la autora: Dos horas

María Pugliese
Muñiz, Buenos Aires, Argentina

2 comentarios:

  1. Mi madre fue asmática, y ver su sufrimiento anhelante del aire esquivo, me producía una enorme desazón; aquellos ojos que se abrían buscando oxígeno y daban sentido a la frase de Antón Chejov: "El miedo tiene los ojos grandes"
    Describe Ud. muy bien las sensaciones internas y externas, escribe de un modo, que da placer leer. Gracias.

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    Respuestas
    1. Gracias a ti, Fénix, por tu lectura atenta.
      Mis cordiales saludos y mis mejores deseos
      Analía

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