jueves, 23 de abril de 2020

Emilio Núñez Ferreiro


El olor

   Cuando regresamos soplaba un viento fuerte que hinchaba los toldos de lona hasta despegarlos de su armazón y los dejaba caer de golpe con un ruido sordo y pesado. Andrea se estremeció, miró los plumeros rojos sacudidos sin clemencia y como la conozco pensé que con seguridad habría capturado ese contraste entre el rojo y ese gris oscuro y era seguro que ya iba escribir algo sobre eso.
   Yo saqué los bolsos y el equipo del mate del auto y los dejé junto a la entrada de casa, luego, cuando abrí la puerta, percibí un olor extraño que no lograba identificar, no era desagradable, sólo era desconocido, era un olor que no pertenecía a nuestra casa.
   Mientras Andrea regresó al auto para bajar los abrigos y los libros que había llevado y el cuaderno donde a cada rato, cuando una frase se le ocurre, la anota para luego usarla en las hermosas cosas que siempre escribe. Yo, como un viejo sabueso recorría la casa en busca del origen de ese olor que tanto me extrañaba. En cuanto entró y dejó sobre la mesa de la cocina lo que traía, la miré y, ella, con el gesto de siempre me preguntó que me pasaba.
   -Hay un olor raro, ¿vos no lo sentís?
   -No, para nada. Aunque como estoy un poco refriada, capaz que no me doy cuenta.
   -¿Antes de irnos vos aromaste la casa con un desodorante de ambientes nuevo?
   -No. Hice lo de siempre, le eché un chorro de lavandina a la pileta de la cocina y a la del baño, ¿pero porqué, qué sentís, olor a qué?
   -No sé. No es un olor feo, al contrario, pero… Voy a cerrar el coche. Mañana lo lavo. Andrea, sonate bien la nariz y ponete las gotas esas nasales que yo a veces uso. ¡Tratá de oler, por Dios!
   Cuando regresé, Andrea sentada en una silla del living con los codos en la mesa, tenía en sus manos un libro abierto y reía y lloraba al mismo tiempo. Cuando un rato antes entré, había reparado en él. Era uno de Gabriel García Márquez, “El amor en los tiempos del cólera”.
   -Vení Pablo, olé- y alzó hacía mí el libro. -Vos decís que soy una fanática de este autor. Olé, olé.
   -¡Ha, sí, ese era el olor! ¡Olor a rosas!
   -Viste Pablo, viste. Menos mal que dejé el libro abierto. Son las rosas que Florentino Ariza siempre le daba a Fermina Daza.


Emilio Núñez Ferreiro
Escritor de Barcelona, España. Reside en San Antonio de Padua, Buenos Aires, Argentina

2 comentarios:

  1. Muy poético el relato que me llega justo el día Del Libro, un homenaje al autor y a los libros. Gracias

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    1. Muchas gracias por tu lectura, Haidé.
      Mi abrazo y mis mejores deseos
      Analía

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