El refugiado
La brisa helada abofeteó su rostro. Alzó las solapas del
raído sobretodo y guardó con pesar sus manos en los bolsillos.
Corría el mes de julio del 2006 y el frío del invierno
congelaba los sueños. El césped, se había teñido de amarillo enfermizo.
Con desesperación, el hombre añoró la primavera, pero
ella estaba lejos, tan lejanamente lejos como su patria y los rubios recuerdos
en brazos de su madre.
Siempre le había temido a todo lo extranjero. A la
multitud. A la distancia. Recordó cómo había llorado el primer día de su
arribo! Su lenguaje resultó estéril. Sus gestos, ambiguos e inútiles.
Atravesó la Avenida del Libertador, llegó hasta el Monumento
de los Españoles y se miró en las aguas heladas y sucias de la fuente. Su
rostro apareció indecente y desteñido.
Ahora, un rayo de sol anidaba en su mano desnuda, allá,
en su amada Yugoslavia. ¡Desgraciado guiño de la vida! después, sumergió su cabeza
definitivamente.
Su memoria se diluyó en la asombrosa dualidad de la
voluta de pólvora encendida por el franco-tirador y el cuerpo de su hermano
dormitando en un charco de sangre. Juzgó que era primavera… y abundaba la miel.
Casi de inmediato, sucumbió el hambre y la nostalgia.
Norberto Pannone
Junín, Buenos Aires, Argentina
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