La pasión
Más tarde, los fríos cortantes
del invierno calmaron mis ansias. Por las noches, ocupaba largas horas de
insomnio en mirar la luna. Abría de par en par los ventanales para helar mi
sangre. Ya no sentir esa sed, ese desgarro feroz, feliz, fatal.
El insomnio
Nunca antes supo de noches tan
largas, de caminatas en círculo por la cocina de paredes blancas.
Inexorablemente llega la madrugada y la encuentra en la pavura de no poder
conciliar el sueño. Se parece a un estado de vigilia contra la muerte, piensa.
Hace café, a veces toma algo fuerte. A veces fuma, y ojea páginas de libros
abandonados antes. Se dice ya no pensaré, ahora, al acostarme de nuevo, ya no
pensaré. No recordaré sus palabras, no volveré a decirlas. Antes de volver a
zambullirse en la tibieza de las sábanas, espía por el ventanal que da hacia el
patio donde crecen los ciruelos. Una luna redonda se recorta en lo alto, tan
alto que ya ha cruzado el cielo. Pronto será el día. Dormiré, dormiré, se dice.
Ya no pensar. Y al principio, algo como una sensación de entrega, el frío, el
sueño, el alcohol en la cabeza, la llevan hacia una geografía de lo leve. Sí,
ahora sí, dormiré. Pero entonces, por algún resquicio otra vez se cuela un
pesar, un silencio hecho de hendiduras y momentos rotos… imagina historias
donde son felices y son historias tan bellas que entonces no quieren terminar,
no terminan, y ya es otro día. Un alivio, un terrible cansancio y un alivio,
porque ya es el día y otra noche más de insomnio que pasó por fin.
Los intérpretes
Descripto por Shakespeare, la
inundación habría arrasado con todo y solo hubiera quedado la gran desolación.
Según lo imagino, prefiero a Chéjov: Cuando pasó la inundación, el viento del
Norte sopló, secó la tierra, y el sol trajo de nuevo cada cosa a su lugar.
Volvieron a crecer los brotes y las rosas florecieron.
Del libro de la
autora: la vida leve. Ediciones
La Carta de Oliver, noviembre 2014
Norma Etcheverry
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