“Si no la infancia…”
Saint John Perse
Siempre habrá infancia, por eso
amo ese tiempo que cultivamos
en la paz y en guerras con
fervor desvelado, el flaco pan,
la casa inverosímil, los
alimentos amargos y dulces,
el tórrido verano y duros
inviernos.
Tiempos venidos desde lenguas
lejanas en que algunos
quedaron en los caminos, una
bala perdida
les interrumpió el crecimiento.
En los calveros de la ciudad, al
resplandor de amores
entre paredes, y el callejero
sol tropical, la música
de tambores rústicos y bosques
de cemento se pueblan
de voces, músicas tristes y
alegres al mismo tiempo.
A veces algo ocurre, maduran
siglos, y pienso:
gracias por enseñarme a hablar.
En ese momento el tiovivo se
abrió al universo.
El caballito puede haber muerto,
el propietario también
y el antiguo fonógrafo o el
motor con caja musical
pueden haber sido sustituidos
por otros prodigios.
Los muñecos que bailan ¿dónde
han ido a parar?,
las lámparas multicolores,
¿dónde alumbrarán?
Sin embargo sabemos que la
calesita no se rompe,
ni en el tiempo ni en
distancias.
De pronto una larga risa
inocente rompe en carcajadas,
se pierde en el frenesí de
juegos de niños y no es otra cosa
que la vida misma en su
esplendor, que no espera
Gotas de lacre
Mi
realidad es la que el poema me señala,
sin
más alcance y con menos fisuras que una corteza férrea
ciñendo
vapores del sueño y la noche o gotas de lacre señalando
un
verso de comienzo de año o una visión de alquimias
y
nuevos abismos de siglos en el vacío o estados de energía,
formando
un pequeño ángulo de verdades con la vertical del
universo.
Cómo
hablar de cualquier fisura dormida,
de la
fabulosa raíz del tiempo sin principio ni final
o
bien, decir todo lo que debiera ser aureola
en
torno a voces perdidas en su propia hondura.
Sabes
que el canto de tus olas es obligatorio,
que
el universo sólo descubre sus alianzas
andando
dentro de uno mismo
en
esta amalgama de ecos, inquietudes
respirando
en aguas sin respuesta.
Estoy
vivo y estaré muerto,
como
un sonido que atravesó la galaxia.
Soy
el alimento de millones de años
preparándome
a través de los siglos en escapadas furtivas,
razas,
mares por tiempos milenarios.
Unido
siempre a esa cadena de esqueletos
que
se pierde en las noches terciarias
y
cada uno guarda su pasión encendida
su
amor enloquecido y quizá transmisible.
Y
cada uno piensa y lleva su lepra legendaria,
sus
auroras explosivas.
Y
allí estás hecho humano por exceso
de
animal taciturno, doloroso
en
tus huesos pensadores.
Acostumbrado
a tu carne profética
y feliz
sobre tu sexo irresponsable
tanto
que pareces una magnolia en el mar.
Jaime Icho Kozak
Madrid, España
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