martes, 26 de septiembre de 2017

Jaime Icho Kozak

“Si no la infancia…”

                   Saint John Perse

Siempre habrá infancia, por eso amo ese tiempo que cultivamos
en la paz y en guerras con fervor desvelado, el flaco pan,
la casa inverosímil, los alimentos amargos y dulces,
el tórrido verano y duros inviernos.

Tiempos venidos desde lenguas lejanas en que algunos
quedaron en los caminos, una bala perdida
les interrumpió el crecimiento.

En los calveros de la ciudad, al resplandor de amores
entre paredes, y el callejero sol tropical, la música
de tambores rústicos y bosques de cemento se pueblan
de voces, músicas tristes y alegres al mismo tiempo.

A veces algo ocurre, maduran siglos, y pienso:
gracias por enseñarme a hablar.

En ese momento el tiovivo se abrió al universo.
El caballito puede haber muerto, el propietario también
y el antiguo fonógrafo o el motor con caja musical
pueden haber sido sustituidos por otros prodigios.

Los muñecos que bailan ¿dónde han ido a parar?,
las lámparas multicolores, ¿dónde alumbrarán?
Sin embargo sabemos que la calesita no se rompe,
ni en el tiempo ni en distancias. 

De pronto una larga risa inocente rompe en carcajadas,
se pierde en el frenesí de juegos de niños y no es otra cosa
que la vida misma en su esplendor, que no espera
detrás de puertas de nuestra casa, es el mundo.


Gotas de lacre

Mi realidad es la que el poema me señala,
sin más alcance y con menos fisuras que una corteza férrea
ciñendo vapores del sueño y la noche o gotas de lacre señalando
un verso de comienzo de año o una visión de alquimias
y nuevos abismos de siglos en el vacío o estados de energía,
formando un pequeño ángulo de verdades con la vertical del
universo.

Cómo hablar de cualquier fisura dormida,
de la fabulosa raíz del tiempo sin principio ni final
o bien, decir todo lo que debiera ser aureola
en torno a voces perdidas en su propia hondura.

Sabes que el canto de tus olas es obligatorio,
que el universo sólo descubre sus alianzas
andando dentro de uno mismo
en esta amalgama de ecos, inquietudes
respirando en aguas sin respuesta.

Estoy vivo y estaré muerto,
como un sonido que atravesó la galaxia.

Soy el alimento de millones de años
preparándome a través de los siglos en escapadas furtivas,
razas, mares por tiempos milenarios.

Unido siempre a esa cadena de esqueletos
que se pierde en las noches terciarias
y cada uno guarda su pasión encendida
su amor enloquecido y quizá transmisible.

Y cada uno piensa y lleva su lepra legendaria,
sus auroras explosivas.
Y allí estás hecho humano por exceso
de animal taciturno, doloroso
en tus huesos pensadores.
Acostumbrado a tu carne profética
y feliz sobre tu sexo irresponsable
tanto que pareces una magnolia en el mar.


Jaime Icho Kozak
Madrid, España

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