Códigos perdidos
Busco sílabas dispersas de un código
perdido,
poder leer en mi carne este costado
invisible.
Retazos de tinieblas con máscaras de
piel y hueso,
meteoros innominados que sustraen mi
memoria
en un batir de puertas.
Noches y días fortificados en la
clausura de palabras
escarbando en la sangre como un topo,
removiendo en mi cuerpo fundaciones
de afilados límites entre el eterno
combate
entre raíces y la soledad prevista.
¿Dónde, en qué futuro está el germen
de mi verso sin formular?
¿En qué Delfos perdido en la
corriente, suben como el vapor
voces desasidas que me reclaman para
manifestarse?
¿Y cómo agarrar el signo a la deriva
en que debe encarnarse cada fragmento
de este silencio?
No hay respuesta que estalle en
constelaciones
de elegancia nocturna.
Apenas fantasmas insondables en
profundidades,
territorios que comunican con el pan
nuestro de cada día
en ciudades temblorosas, mientras los
maestros enseñan a los niños
y el amor está en las carnes
desgarradas por la sed, en los fosos
donde luchan las sierpes del hambre y
en el oscurantismo
punzante debajo de las almohadas.
Poema inédito
No estás sola: yo te pienso
Los paisajes que alguna vez
habitamos,
huyeron en alas como espejos.
Los rostros que nos condensaron
contra la niebla,
en casas que no habitamos, en sus
puertas
como trampas del exilio, giraron en
imposibles marcas.
Se desvanecieron en el temblor físico
del verso,
transformaron extrañamente las
distancias
en que se acumularon paisajes
diversos
que nos trajeron a los días actuales.
A depósitos donde se acopian telones
de escenarios ciegos
donde el destino desborda la memoria,
despliega
absoluciones y condenas.
De lugar a lugar, de hijos a nietos,
de encuentros a desencuentros,
allí donde nos comunicamos
en huracanes del sueño y la demencia.
Te pienso, porque te amo.
Combinaciones de lejanas nubes y
territorios
en recintos plenos cuando yo no sabía
de la estirpe de los ángeles y
dinastías de la espuma,
dividida y multiplicada en tiempos
que no se olvidan
porque son nuestra propia y ajena vida.
Pájaros de equinoccios unidos por la
fisura del adiós.
Parentescos tramados sobre bocas en
bordes de abismos,
oquedades vueltas a colmar aéreas
construcciones de palabras,
al tiempo que nos recuerda que alguna
vez nos unimos sin preguntas.
Y allí aprendimos, frente a las
piedras que permanecieron durante siglos,
que se ama sin saber.
Jaime Icho Kozak
Madrid, España
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por pasar por aquí.
Deseo hayas disfrutado de los textos y autores que he seleccionado para esta revista literaria digital.
Recibe mis cordiales saludos y mis mejores deseos.
Analía Pascaner