domingo, 25 de septiembre de 2016

Jaime Icho Kozak


Códigos perdidos

Busco sílabas dispersas de un código perdido,
poder leer en mi carne este costado invisible.

Retazos de tinieblas con máscaras de piel y hueso,
meteoros innominados que sustraen mi memoria
en un batir de puertas.

Noches y días fortificados en la clausura de palabras
escarbando en la sangre como un topo,
removiendo en mi cuerpo fundaciones
de afilados límites entre el eterno combate
entre raíces y la soledad prevista.

¿Dónde, en qué futuro está el germen de mi verso sin formular?

¿En qué Delfos perdido en la corriente, suben como el vapor
voces desasidas que me reclaman para manifestarse?

¿Y cómo agarrar el signo a la deriva
en que debe encarnarse cada fragmento de este silencio?

No hay respuesta que estalle en constelaciones
de elegancia nocturna.

Apenas fantasmas insondables en profundidades,
territorios que comunican con el pan nuestro de cada día
en ciudades temblorosas, mientras los maestros enseñan a los niños
y el amor está en las carnes desgarradas por la sed, en los fosos
donde luchan las sierpes del hambre y en el oscurantismo
punzante debajo de las almohadas.

Poema inédito


No estás sola: yo te pienso

Los paisajes que alguna vez habitamos,
huyeron en alas como espejos.

Los rostros que nos condensaron contra la niebla,
en casas que no habitamos, en sus puertas
como trampas del exilio, giraron en imposibles marcas.

Se desvanecieron en el temblor físico del verso,
transformaron extrañamente las distancias
en que se acumularon paisajes diversos
que nos trajeron a los días actuales.
A depósitos donde se acopian telones de escenarios ciegos
donde el destino desborda la memoria, despliega
absoluciones y condenas.

De lugar a lugar, de hijos a nietos,
de encuentros a desencuentros,
allí donde nos comunicamos
en huracanes del sueño y la demencia.

Te pienso, porque te amo.

Combinaciones de lejanas nubes y territorios
en recintos plenos cuando yo no sabía
de la estirpe de los ángeles y dinastías de la espuma,
dividida y multiplicada en tiempos que no se olvidan
porque son nuestra propia y ajena vida.

Pájaros de equinoccios unidos por la fisura del adiós.

Parentescos tramados sobre bocas en bordes de abismos,
oquedades vueltas a colmar aéreas construcciones de palabras,
al tiempo que nos recuerda que alguna vez nos unimos sin preguntas.

Y allí aprendimos, frente a las piedras que permanecieron durante siglos,
que se ama sin saber.


Jaime Icho Kozak
Madrid, España

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