Durante el Diluvio
Cuando Yahvé despertó durante el
Diluvio, Noé le dijo que en el Arca quince hombres han muerto.
-Se escondieron en una cuba de
ron, mi Señor.
-Esto es obra del Maligno, de la
ofuscación del ron, de las ideas vertiginosas, vertiginosas como los deseos de
fugar detrás de una ruleta.
-Mi Señor, renunciaron a la fuga,
no ocultaron sus razones, temían naufragar.
-Deben navegar en mis Escrituras
y cruzarán esos mares a salvo.
El mandato
Desperté
de una pesadilla y descubrí que me han robado el amor; sí, el amor con que
construí mi hogar. El domingo en misa de once un feligrés lee:
El
hombre oye y está de pie en la puerta de mi jaula y grita: es solo una mujer y
es de mi propiedad.
Alcé
la cabeza y al no ver el sol mi alma desnuda -desnuda de tantas heridas- se inflamó
y ya no quise tener más amores: voy recuperando la libertad de la soledad y la
seguridad que me otorgan mis alas: ser inabordable.
No
piensen que me enorgullezco de mi locura: no estoy a salvo del amor…
Ahicito nomás
En mi
pueblo, frente a las vías del ferrocarril que no pasa hay cuatro esquinas que
forman las calles Zanón, Zacarías, Venancio y Asunta y un árbol que creció
rápidamente.
Cuando
algún extranjero pregunta, un lugareño dispuesto le responde: son los vecinos
que alguna vez plantaron ese árbol. Su copa frondosa, que en el invierno le da
abrigo a las aves y en verano, androides, tanos, clones, lunáticos, bolivianos
y venusinos, androides, hombres, mujeres, chicos, arturitos, perros y gatos se
sientan a descansar bajo su sombra.
Para
soportar el peso de tantas ramas y hojas, el árbol posee un tronco muy grueso y
una poderosa raíz, que lo aferran a la tierra para que no corra peligro con los
meteoritos que caen.
Dicen
los que saben que la raíz es tan grande como su copa.
Si
usted quiere conocerlo véngase nomás a mi pueblo, acá arriba a la derecha
ahicito nomás del lucero.
Ada Inés Lerner
Ituzaingó, Buenos Aires, Argentina
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